Ilustración: Camila Bolívar
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CUERPOS DE AGUA | Cielo roto: donde tres días sin llover es un verano

Si no fuera por la lluvia del Pacífico que alimenta las corrientes de los ríos San Juan y Mungarrá, en Tadó no tendrían acceso al agua. El acueducto presta un servicio ineficiente y requiere de inversión pública, además del apoyo logístico del cielo.

Adelaide creció oyendo caer el aguacero.
Le parecía que el recorrido de cada gota hasta caer al suelo,
era la magia que el aguacero realizaba todos los días, todas las noches,
casi todo el día, casi todas las noches,
mojando todos los espacios del suelo en el Chocó.
Pero Adelaide, además de seguir con sus negros ojos la caída de las
gotas del aguacero, aprendió a distinguir el sonido que cada una hacía, en su viaje hacia la tierra, hacia el suelo lleno de tierra.

Adelaide, la de Mozart

Amalia Lú Posso Figueroa

De los doce meses del año, diez llueve en el departamento del Chocó. Cae y cae agua por las precipitaciones atmosféricas del océano Pacífico, tanta que uno de los 31 municipios lleva el nombre de Lloró, como alabao al cielo.

A 50 kilómetros de Lloró está Tadó, conocido entre su gente como ‘cielo roto’. Allí, tres días sin llover hacen un verano. El municipio, bañado por los ríos San Juan y Mungarrá, recibe las corrientes del ‘chorro del Chocó’, tal como se conoce el desplazamiento del agua desde el litoral hasta la tierra. 

Ese milagro compensa el servicio que el acueducto no suministra de manera eficiente. Con tanques de almacenamiento y otros sistemas artesanales, la gente se abastece con el agua que la empresa, Aguas de Tadó, solo presta en el área urbana, en algunas localidades y durante dos horas diarias.

Quienes no tienen cómo pagar una bolsa de agua, hierven la que cae en forma de lluvia o la de nacimientos, quebradas y ríos. Sin esa abundancia de fuentes hídricas, el acueducto no podría operar. Lo hace a través de una válvula que capta el agua del Mungarrá, una de las corrientes más contaminadas por vertido de desechos y minería.

Un acueducto anfibio

El agua del Mungarrá llega hasta la planta de bombeo, en donde ocurre el proceso de tratamiento para distribuir al pueblo. “Hay algunos sectores que son muy nuevos y todavía no tienen acometidas de acueductos”, explica el gerente de la empresa pública Francisco Valderrama Moreno.

Según él, el gasto del sistema que eleva el agua hasta el nivel poblado tiene quebrada a la empresa de acueducto. Por costos de energía deben pagar un promedio de 12 millones de pesos al mes para prestar el servicio a cerca de 4.500 personas, quienes, en muchos casos, evaden una factura que va desde los dos mil hasta los cinco mil pesos mensuales.

El 60% de las personas aparentemente asistidas no pagan el servicio en Tadó. En parte porque creen que el acueducto debería ser por gravedad y no por presión y, también, porque no lo ven justo. Eso, dice Valderrama, es otro de sus dolores de cabeza.

“Es que la gente le tiene miedo a la facturación y a pagar (por agua) en un lugar en el que llueve todo el tiempo”,  explica el más veterano de los operarios de la planta de agua y casi el único que la conoce de pe a pa, Diego Fernando Murillo Quintero.

La planta es su laboratorio. Mientras explica el proceso, sostiene con sus manos un frasco de vidrio Erlenmeyer con el agua ya tratada, y vierte por la boquilla cilíndrica las gotas con las que puede demostrar que el PH es el adecuado para el consumo humano. 

Él, como responsable de cerrar cada mediodía la base que potabiliza el agua, la conoce como nadie. Desde la adolescencia trabaja en ella —con algunas interrupciones por periodos— y ha llegado a la conclusión de que con la capacidad actual, y la demanda del municipio, la única alternativa sería una hidroeléctrica.

Valderrama, por su parte, ha hecho unas solicitudes a varias entidades del Estado: a la DIAN; al Departamento de Protección Social; a la Unidad de Gestión del Riesgo; al Ministerio de Vivienda; a la SAE y a entidades privadas como la Fundación Postobón, para invertir en un motor de fusión; una retroexcavadora; una brocheta; otro carro recolector de residuos sólidos (porque solo hay uno disponible), entre otros requerimientos. 

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De recibir esto, la empresa de acueducto podría prestar el servicio no dos sino doce horas diarias. Esa, cree Fernando Murillo, sería otra alternativa distinta a una hidroeléctrica para garantizar el acceso de agua potable a las zonas rurales, donde más acueductos comunitarios hay, y con un buen servicio poder fomentar la cultura de pago. 

Soluciones exportadas

En 2019 el municipio de Tadó recibió apoyo de la Cooperación Española y el Gobierno Nacional para optimizar el acueducto construido en 1995. Pese a que se destinaron casi veinte mil millones de pesos, que prometían ampliar la cobertura de acueducto y alcantarillado al 98%, solo se realizaron adecuaciones parciales.

Entonces, cuenta Diego Murillo, un técnico extranjero propuso cambios en el tratamiento de la planta: por ejemplo, reemplazar cloro gaseoso por uno líquido que, para surtir efecto, necesita de agitación diaria.

Aun con los cambios, el acueducto funciona mejor con apoyo técnico del cielo. “Cuando deja de llover no nos llega el mismo caudal para la planta por gravedad. Entonces, ya que necesitamos de esa fuente hídrica, cuando por abastecimiento no nos sirve, nos toca por bombeo”.

La abundancia de agua, enfrentada a las incapacidades logísticas para potabilizarla y ofrecer una cobertura amplia, es otra gran paradoja que reconocen los funcionarios.

“Deberíamos tener un acueducto pensado para nosotros”, anticipa Darlington Yurgaki, el secretario de cultura de Tadó. “París tiene un sistema en el que, cuando llueve, el agua cae al río Sena a través de canales. Yo me pregunto, ¿por qué no conectar aquí las bajantes del agua a un solo punto para que canalizadas se traten después?”.

Según Yurgaki, ningúna zona del mundo tiene la calidad atmosférica que tiene Chocó, “eso nosotros lo sabemos; porque académicos o incluso campesinos en la región han propuesto mecanismos pero, como no han sido escuchados, seguimos esperando a que haya un debate más amplio en torno al agua a nivel nacional”, agrega el secretario de cultura.

Yurgaki cree que la discusión es cultural y propone que, así como en Chocó lograron un gasoducto y oleoducto interdepartamental, también podrían hacerlo con el acueducto. “Es que nosotros, en Chocó, tendríamos como darle agua a otros departamentos del país”, asegura. Con eso coincide Murillo Quintero, el operador de la planta. “Nuestro Chocó serviría de fuente principal para todas aquellas ciudades que necesiten del recurso”.

Sumado a la falta de cultura de pago y a una adecuación a medias, hay otra conducta ciudadana que consiste en esquivar un servicio que considera precario. En las fachadas de las casas del barrio San Pedro hay contadores de agua y energía deficientemente instalados y desconectados por la gente. 

Jineth Sánchez, habitante del sector La Loma, no cuenta con el servicio de acueducto. “Yo no pago porque normalmente lluvia es lo que hay: la verdad sí es esa”, dice a Consonante.

El cielo no cobra

Sánchez asegura que nunca se ha acercado a la oficina de aguas porque considera que de sus proyectos se tienen que beneficiar todas y todos, por eso cree que es la entidad la encargada de buscar a la ciudadanía y velar por prestar el servicio decentemente.

El problema, según Francisco Valderrama, es que la empresa de acueducto puede ofrecer beneficios de descuentos por subsidios pero, exclusivamente, según el consumo per cápita. Con los contadores desconectados, no tiene la empresa cómo sopesar el beneficio estadísticamente. 

“Quitan la manguera que va por un lado y esa manguera se conecta a la otra manguera en donde está el nacimiento o suministro de agua común. Entonces estamos demostrando muy bajo consumo y, por eso, los recursos por subsidios no son tan altos. Eso económicamente también nos tiene en una situación gravísima”, dice el gerente.

Al recoger el agua lluvia y reconocer que el acueducto funciona en gran medida gracias a esta, la ciudadanía prefiere alzar la mirada y dejar a un balde tamboreando con el aguacero para abastecerse. 

“Lluvia es lo que hay. Es un agua que uno recoge de los techos donde tiene que tener en cuenta que hay animales y hay que evitar bacterias, pero sería bueno que el acueducto revise qué está pasando con el agua porque, para eso, son muchas las regalías que entendemos que entran al Chocó”, controvierte Sánchez.

Según un informe de la Contraloría, más de cien mil millones de pesos que ha recibido el departamento para optimización de alcantarillado y acueducto no aparecen. Y, aunque hubo obras ejecutadas, no funcionan.

La gobernadora del departamento, Nubia Carolina Córdoba Curi, ha pedido por su parte la atención del Gobierno. Justo entregó recursos para el plan maestro de acueducto y alcantarillado para la ciudad de Quibdó, la capital. Además de otros procesos en curso en corregimientos de varios municipios en los que Tadó está en fila.

Mientras Valderrama espera la respuesta de la gobernadora, sigue promoviendo la idea de adecuar una nueva planta por gravedad, pues el único motor disponible no lo pueden saturar y de eso es consciente el alcalde Juan Carlos Palacios, ausente en su despacho cuando Consonante avanzó en esta reportería.

“Me da mucha pena que uno como chocoano, uno de los departamentos más lluviosos del mundo, donde más fuentes hídricas existen y con costa en ambos lados, con municipios a orillas del Atlántico y del Pacífico y tres ríos muy navegables: Atrato, San Juan y Baudó, y sin un buen acueducto”, dice el gerente al término de la entrevista.

Además de los riesgos por bacterias que producen enfermedades entre la población, según las y los jóvenes del municipio los ríos están contaminados con mercurio por minería. La propuesta del Consejo de Juventud es de concientización para obtener recursos y descontaminar las cuencas. El secretario de cultura lo apoya y asegura que hay acciones afirmativas a través del reciclaje y con más precaución con la minería artesanal, que reconoce como oficio para la gente. 

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“Hay impactos irreversibles que produce la minería, pero no por eso soy menos optimista”, declara. “En este momento estamos avanzando en un proyecto llamado Oro verde. La primera estación es descontaminar culturalmente el río, una misión promovida por consejos comunitarios. La pregunta es si podremos tener en la región sostenibilidad sin que sea tan perjudicial”, dice Yurgaki.

Jineth Sánchez, por su parte, es menos optimista. Aprendió a llamar las cosas por su nombre. “Aquí, cuando no llueve, nos toca ir por agua a la quebrada, lavar los platos, traer de la mano el baldecito, como en los viejos tiempos: todo en el río, hasta que Dios nos dé la oportunidad de que caiga otro poquito de agua”.

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