Día de la mujer rural: lo que piden las mujeres del norte de Bolívar
Bolívar Reportajes

Día de la mujer rural: lo que piden las mujeres del norte de Bolívar

Acceso a la tierra, autonomía económica, poder vivir en espacios libres de violencia y garantías para permanecer en el territorio son algunas de las exigencias que hacen las mujeres campesinas, docentes y formadoras de esta región para tener una vida digna en la ruralidad.

Por qué es importante: 

Históricamente, la mujer rural ha estado en una posición de desventaja frente a al hombre en casi todos los aspectos de la vida. Especialmente en el mercado laboral, donde su aporte para mejorar el desarrollo económico y productivo de sus comunidades ha sido minimizado. 

Algunas cifras lo demuestran:

  • En 2019, la tasa de ocupación de las mujeres rurales fue del 34,6 por ciento, mientras que la de los hombres fue de 71,9 por ciento, según el informe “Mujeres rurales en Colombia”, del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane).
  • Dentro del trabajo no remunerado, el 81,2 por ciento de las mujeres en las zonas rurales realiza actividades relacionadas al suministro de alimentos, como preparar y servir alimentos, levantar los platos o lavar la loza y llevarle la comida a personas del hogar al sitio de trabajo o estudio. Una mujer rural dedica a estas actividades un promedio de 2:26 horas diarias, mientras que el hombre rural, que solo participa de estas actividades en un 22,3 por ciento, dedica 1:09 horas al día.
  • De acuerdo con el mismo informe, en las zonas rurales son pocas las mujeres ocupadas que trabajan en actividades de agricultura, ganadería, caza, silvicultura y pesca (36 por ciento).Además, en estas actividades enfrentan más discriminación por su género. Según la investigación “Violencias basadas en género contra mujeres rurales”, del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), en el campo las mujeres son especialmente propensas a la violencia de género por una marcada división sexual de trabajo.
  • Solo el 26 por ciento de las mujeres tienen la titularidad de sus tierras, según el mismo informe del Cinep de 2014.

Qué está pasando: 

La desigualdad que enfrentan las mujeres en el campo ha llevado a que muchas migren a los centros urbanos para buscar maneras de mitigar la vulnerabilidad y la pobreza. En las ciudades algunas  logran tener más acceso a trabajos mejor remunerados y, en general, a una mejor calidad de vida. 

Pero muchas  reivindican su derecho a  quedarse en sus territorios, y a exigir, una vez más, igualdad.  A propósito del Día Internacional de las mujeres rurales el 15 de octubre  hablamos con tres mujeres de veredas del norte de Bolívar sobre sus luchas, necesidades y reivindicaciones. 

Tiene 50 años y lleva 46 viviendo en San Cayetano, un corregimiento del municipio de San Juan Nepomuceno, Bolívar. Junto a otras 9 mujeres, trabaja desde hace 17 años una parcela de 9 hectáreas y media. Allí tienen cultivos de ñame, maíz, plátano, yuca, cebollín y cilantro, y en el último año empezaron un proyecto de ganadería, de compra y venta de terneros.

Durante los primeros dos años alquilaban el terreno, pero desde hace 15 años son propietarias de la parcela. La Corporación Desarrollo Solidario, una ONG que apoya y asesora organizaciones campesinas en los Montes de María, les dio el terreno. Les donaron además 10 vacas y un toro, abejas, hortalizas y peces para que iniciaran diferentes proyectos productivos.

Según ella, esto es algo que nunca se había visto en la comunidad. “Podríamos pertenecer a otras cooperativas, pero todas estaban dirigidas por hombres. Un día se nos dio la oportunidad de asociarnos como mujeres y lo hicimos con muchas dificultades. Tuvimos que enfrentarnos a toda la comunidad, hombres y mujeres. Empezamos 38, pero no todas aguantaron el voltaje y ahora somos 10”, cuenta.  

Las mujeres de AFASAN han sufrido violencia física y verbal por parte de la comunidad, según Duvis, por ser mujeres productoras dueñas de su tierra. Su parcela, por supuesto, ha sido el escenario de estas disputas. A lo largo de los años les han robado el ganado, envenenado las abejas y quemado las cercas. “La gente tiene un tema y es que las mujeres no somos capaces de mantener y sostener las tierras. Dicen que la tierra debe estar a cargo de los hombres. Ahí tenemos nosotras nuestra parcela, trabajándola, tirando machete cuando toca, arreglando cerca cuando nos toca, no necesitamos que ellos vengan a ayudarnos”, agrega.


El año pasado tuvieron que enfrentar uno de los mayores retos. En pleno confinamiento, unas personas se metieron a la parcela para apropiarse de ella. “Nos enfrentamos a agresiones físicas, agresiones verbales, enfrentamos a gente que conocemos. Los hombres les decían a las mujeres ‘péguenles a esas mujeres que no tienen oficio’ ¿y sabes qué era duro? Ver mujeres que saben la dificultad que nosotras hemos tenido para tener la tierra, esas mujeres apoyando para que se les hiciera daño a sus mismas mujeres”, dice.

“Es incómodo para algunas personas que una mujer se dedique al trabajo del campo de lleno. Como decimos nosotros, es un dolorcito de muela para algunos ver a una mujer dueña de su tierra y que además sus esposos las apoyen”.

Paralelamente a su trabajo en la parcela, Duvis y las demás mujeres se encargaron de ir acostumbrando a sus familias a sus nuevas labores y responsabilidades. También a que de vez en cuando iban a recibir el rechazo de su comunidad. Esto, para Duvis, les ha permitido ganar libertad para trabajar en su parcela. “Esta es una cosa que me llena. A veces digo que ya no doy más, que me voy a volver loca. Pero creo que todas las mujeres que estamos aquí tenemos una pasión por el trabajo en el campo. Creo que encontramos lo que nos gusta”.

Oriunda de Mahates, en la subregión Canal del Dique. Desde hace 24 años hace parte de la CDS y acompaña el proceso de mujeres rurales en algunas comunidades de los Montes de María y del Canal del Dique. Antes de incorporarse a la CDS estudió para ser modista y hacer artesanías.

Inílida en los últimos años se ha dedicado a organizar talleres para formar a otras mujeres  en derechos sexuales y reproductivos y diferentes tipos de violencia de género: explícita, intrafamiliar, económica, social. Todo enfocado en el contexto de la mujer rural en este territorio.“También las hemos formado en rutas de atención, para que ellas sepan dónde deben denunciar”, cuenta. El CDS también cuenta con escuelas itinerantes que buscan capacitar mujeres en temas de género, participación, reconciliación y paz. 

“En estas zonas estos derechos sexuales y reproductivos son muy vulnerados, entonces si las mujeres están enteradas de cuáles son, no solo pueden defenderlos sino exigirlos”. 

Inílida también capacita a otras mujeres para que puedan tener independencia económica. Según ella, la mayoría de las mujeres de la región son amas de casa, pero también tienen iniciativas productivas: trabajan el cultivo o pescan a la par de los hombres, pero su trabajo no es valorado ni remunerado como se merece.

Para Inílida, una de las potencias del trabajo de la mujer en el campo está en la transformación del producto. “Por ejemplo el maíz lo transforman en bollo, transforman la yuca. Son transformadoras de alimentos, hacen arepas y queso. También hay mujeres artesanas por ejemplo en tejidos, en la elaboración de productos con materiales del medio como el totumo y la iraca. Y también, de unos dos años para acá tenemos unas mujeres que tienen hortalizas en sus patios”, cuenta.

Este tipo de actividades les ha permitido a las mujeres, poco a poco, ganar autonomía sobre sus ingresos y garantizar una mejor vida para ellas y sus hijos. Todavía tienen dificultades en la comercialización de estos productos, pero Inílida piensa que esta actividad de transformación de alimentos es una manera de permanecer en sus territorios y ser constructoras de paz. 

“Las mujeres al transformar alimentos, al trabajar con la tierra, al producir alimentos están buscando la paz. Entonces se busca una permanencia en el territorio desde la paz, desde las relaciones, de vivir en paz con lo que yo hago. Pero las comunidades del territorio también deben apersonarse de lo que está ocurriendo con las mujeres y articularse más”, puntualiza.

Angelina tiene 63 años y es maestra desde 1977. Nació y ha vivido toda su vida en la vereda. Dice que se volvió docente por una necesidad: en Camarón nadie sabía leer ni escribir y ella era la única que había iniciado bachillerato. “En esa época nadie estudiaba porque la mujer rural había nacido para parir, para atender al esposo y a los hijos y para eso no se necesitaba un estudio”, cuenta. “No había escuela en ningún lado, no sentían esa necesidad de estudiar,de prepararse. No había un ejemplo que ellas tuvieran para estudiar”, agrega.

Estudió sus años de primaria en Palo Alto, Guayabal, Sucre. Su madre la envió donde una prima, y a cambio de los servicios domésticos, Angelina recibió la educación. En El Carmen de Bolívar hizo hasta tercero de bachillerato y regresó a su vereda con dos hijos. No contaba con un trabajo para mantenerse, se casó y luego comenzó a prepararse para ser docente en Camarón. A los 54 años, Angelina obtuvo su título de licenciatura en básica primaria.

Al principio recibió a dos niños en su propia casa de bahareque. Hoy la escuela de la vereda tiene 52 estudiantes y va de preescolar a quinto de primaria. Tienen dotaciones de silletería y otros elementos, pero aún la vereda no tiene fluido eléctrico.

Angelina cuenta que hoy en día en Camarón hay docentes de Cartagena y de El Carmen de Bolívar dando clases. También dice que hay 15 docentes del territorio, pero las plazas se las han asignado a los citadinos, porque concursan para los puestos de docentes rurales provisionales y se las han asignado a ellos, dejando a los docentes, incluyendo a las mujeres, sin más opción que irse o buscar trabajo en algo más.

“Ha sido un golpe bajo que le han dado a la mujer, porque las sacan del territorio, mujeres netamente campesinas, luchadoras del campo, dolientes del campo y las reemplazan por personas de la ciudad”

Aunque la labor de docente es más aceptada en las comunidades rurales, Angelina no desconoce las necesidades de las mujeres de la comunidad y los problemas que hay para que ellas sean dueñas de su tierra y encontrar trabajo. “Es fundamental que mujeres rurales tengan un pedacito de tierra con título, que haya una fuente de trabajo donde haya una motivación económica para ella disponer de su propio dinero, sin tener que depender del de su marido”, dice. 

“Yo me siento supremamente feliz viviendo en el territorio. Soy una mujer que admira el campo, valoro el campo, veo la gran belleza que hay aquí. La mejor herramienta que tiene una mujer rural es prepararse académica y profesionalmente y que se quede en el territorio. Que sepa de dónde viene para dónde va”, concluye.

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  • Ingrid Yanet Cepeda Escobar
    Oct 18, 2021
    La mujer viene tomando un papel protagónico en muchos campos de la economía colombiana y desde el campo, la mujer es eficiente pues la mujer es muy dedicada a lo que hace. Por tal motivo los gobernantes deben ofrecerles ayuda integral, asistencia técnica y apoyo económico para que el campo se reactive de la mano de la Mujer

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