Han pasado dos meses desde que iniciaron las clases en todo el país y algunos colegios del sur de La Guajira siguen sin transporte escolar lo que dificulta el desplazamiento de los alumnos desde la zona rural, hay casos en los que, incluso, los estudiantes han dejado de asistir a sus clases; como Cristian Bravo, de 13 años; Rafael Tapias y Jaider Puerta, ambos de 16 años.
Los tres viven en la vereda Los Toquitos, en zona de Almapotoque, a 20 minutos en mototaxi desde el casco urbano de Fonseca y este año no han podido ir a estudiar porque no tienen cómo desplazarse a sus colegios.
Aunque en esta vereda hay 41 estudiantes activos, solo se está enviando un carro en el que de forma irregular suben hasta 25 menores. Es decir, que el resto de alumnos deben ir en mototaxis y pagar hasta 24 mil pesos por los dos trayectos, o ir a pie por cerca de 3 horas y pasar por barrios en los que se han reportado atracos.
Los Toquitos es un caserío de 40 casas, la mayoría de barro. Es una vereda en construcción que aún no tiene servicios públicos ni calles pavimentadas, y en la que habitan unas 200 personas. Las familias de esta zona no cuentan con trabajos estables por lo que sus ingresos son del día a día.
Por ello, aunque Cristian, Rafael y Jaider quieren estudiar, sus padres no cuentan con los recursos para pagar el transporte, razón por la que no asisten al colegio, una clara vulneración de su derecho a la educación. Estas son sus historias:
Rafael Tapias
Rafael Tapias tiene 16 años. Desde agosto del 2023, mientras cursaba sexto grado en el colegio Ernesto Parodi, dejó de ir a estudiar porque sus padres no tienen los recursos económicos ni el dinero para pagar un transporte escolar de Los Toquitos a Fonseca. A esto se sumó que no pudieron comprar el uniforme ni los útiles escolares. Este año, al ver que el problema del traslado a las instituciones educativas no estaba resuelto, tampoco lo enviaron. “El transporte nada que llega, siempre lo ponen después de Semana Santa y luego salen de vacaciones y nos dejan de nuevo sin vehículos”, comenta Elsie Castro, madre de Rafael.
La familia de Rafael vive en Los Toquitos en una casa de barro. Elsi, su madre, es ama de casa y Luis, su padrastro, se dedica a “oficios varios y a lo que salga”. Actualmente, Luis está trabajando como ayudante de albañilería en la construcción de las viviendas en sitio propio de Los Toquitos donde le pagan 40 mil pesos diarios, con los que cubre los gastos de la comida. Cuando no tiene trabajo se dedica a la agricultura.
“Siento preocupación, dolor e impotencia por no ayudarlo a que él esté estudiando, pero no tenemos dinero. Eso me causa mucha tristeza”, puntualiza Elsie. Rafael, además, tiene un stent en el corazón desde los 14 años y cada 6 meses tiene controles médicos rigurosos.
Elsie cuenta que ha ido en varias ocasiones al colegio para solicitar un cupo y asignación de transporte escolar, pero no le han resuelto nada. Y como Rafael ya tiene 16 años no lo pudo matricular porque le dicen que no puede estar en clases ordinarias sino que debe estudiar de 6:00 p.m. a 9:30 p.m. y ver cuatro materias diarias .
“Hemos pedido ayuda por medio de líderes para el colegio de mi hijo, para el transporte, los uniformes y los útiles escolares. Me dijeron que en Corpovida (escuela de validación) puede ir unos 24 sábados, pero deben pagarse 360 mil pesos y 300 mil pesos más del derecho de grado”, agrega Elsie.
El año pasado, cuando no había transporte en la vereda, Elsie mandaba a Rafael en un mototaxi, pero para eso gastaba hasta 24.000 diarios o se iban en vehículos particulares. La última opción era caminar los 12,4 kilómetros en un trayecto que podría tardar 3 horas . “Ese trayecto es inseguro porque el año pasado al sobrino de mi comadre lo atracaron ahí en la salida del barrio 8 de enero. Estaban esperando ‘chance’ (alguien que los subiera en otro vehículo) para venirse y le quitaron el teléfono”, cuenta.
Rafael ingresaba al colegio a las 6 de la mañana y salía a las 12 del mediodía y además de las clases, practicaba fútbol. Ahora que no está estudiando ayuda a sus padres en los quehaceres de la casa y dejó el deporte.
Jorge Alberto Velásquez, rector del colegio Ernesto Parodi, afirma que quienes tienen 16 años y cursan el bachillerato deben estudiar en la jornada nocturna. “Ya tienen extraedad y, por lo tanto, tienen que trasladarse a la jornada nocturna que es para los adultos que trabajan en el día y se pueden educar en la noche. Inclusive la edad para entrar en la noche son a los 16 años”, comenta.
Jaider Puerta Rodríguez
Jaider tiene 16 años. Dejó de estudiar desde julio de 2023 cuando cursaba séptimo grado en el Colegio Ernesto Parodi. Para esa fecha no había transporte escolar en su vereda.
Jaider tiene seis hermanos y dos de ellos hacen la primaria en Los Toquitos, quienes ingresan a sexto grado deben trasladarse a Fonseca. Su mamá, Johana Rodríguez, es ama de casa y su esposo, Félix Puerta, trabaja como agricultor en una finca. Desde hace 4 años viven en Los Toquitos en una casa que tiene un cuarto en obra gris y el resto en barro.
“A la Alcaldía le pedimos una ruta permanente para que todos los niños que viven acá en la zona rural tengan como transportarse e ir a estudiar a Fonseca”, dice Johana.
“Siento tristeza porque uno quiere que los hijos salgan adelante y se preparen mejor para que no pasen por tanta necesidad. Estoy buscando un trabajo para que mi hijo estudie. Él iba ingresar a validar, pero tiene que pagar todos los sábados 15.000 pesos y no tenemos dinero. El sueño de mi hijo es terminar de estudiar y hacer un curso en el Sena”, agrega.
En este tiempo, Jaider ayuda a su padre a trabajar en una finca, pero su familia pide evaluar la posibilidad de tener un cupo en el colegio y garantizar el transporte: “Acá se necesitan más carros, el colegio queda muy lejos”, puntualiza.
Cristian Bravo
Cristian Bravo tiene 13 años de edad y terminó quinto grado en 2023 en el colegio de Los Toquitos, pero este año su papá no lo pudo matricular en una institución de Fonseca porque no cuenta recursos para los uniformes y el transporte escolar.
Cristian tiene tres hermanos. Dos estudian la primaria en el colegio de Los Toquitos y su otro hermano vive en Barrancas. Gustavo Bravo es padre soltero de 4 hijos, tiene 39 años y se dedica, según dice, a lo que salga en el día. “Vivo del rebusque y de oficios varios, los principales son ser potrero y la albañilería”, cuenta.
“Algunos maestros me han preguntado por la ausencia de Cristian y les digo que sin un trabajo estable se me dificulta. En el colegio se comprometieron con poner un transporte, pero hasta el momento no ha ocurrido”, agrega. Gustavo y su familia viven en un rancho que adaptaron con toldillos y láminas.
“Siento tristeza porque yo quiero que él estudie y no tengo recursos”, asegura. Gustavo ha pedido ayuda a los líderes y rectores para que se gestione el transporte escolar y que todos en la vereda puedan salir adelante.
Por ahora, Cristian está ayudando en la casa a cuidar de sus hermanos mientras su papá hace oficios como de cortar árboles y lo que le salga para solventar los gastos.
Un problema que trasciende las cifras
Aunque mucho se habla de la deserción escolar en el país, no hay un diagnóstico real que documente las afectaciones en los municipios de La Guajira. Para el 2022, en el último informe del Ministerio de Educación, en este departamento la deserción escolar fue de 5,05 por ciento (en primaria hay 5, 09 por ciento y, en secundaria, 5,48 por ciento). Sin embargo, no hay datos ni en Mineducación ni en el Dane sobre los municipios del sur del departamento, como Fonseca y La Guajira. Todas las cifras incluyen sólo al departamento.
Ante la falta de cifras, los rectores consultados por Consonante calculan que al año entre el 3 al 4 por ciento de los alumnos (unos 10 niños) no terminan sus clases.
Para José Alberto Velázquez, rector de la Institución Educativa Ernesto Parodi Medina desde hace 40 años, la causa principal de la deserción escolar es la mala situación económica que viven los padres de familia y la inestabilidad del lugar de vivienda. “Como las familias son de escasos recursos económicos viven trasladándose de un lugar a otro. Son nómadas y personas que no son estables sino que viven cambiando de ciudad y de pueblo a cada rato”.
Según Velázquez, hacen falta fuentes de trabajo para los padres de familia y que estos puedan brindar condiciones adecuadas que cubran las necesidades de los estudiantes. “Hay estudiantes que viven en barrios muy alejados y que no tienen transporte. Están en el 8 de Enero, que es el barrio más lejos de acá, y faltan a clases o llegan tarde todos los días. La Gobernación está pagando un transporte escolar pero no abastece a la cantidad de estudiantes en la zona rural, la cobertura ha aumentado en todo el municipio y no hay transporte para traerlos”, cuenta. Los estudiantes de la Institución Ernesto Parodi viven en Los Toquitos, Quebrachal y El Hatico.
Desde los colegios de Fonseca, advierte Velázquez, se ha solicitado a la Secretaría de Educación Departamental garantizar el transporte escolar desde el primer día de clases. Para Fonseca y sus veredas el año pasado se aprobaron 16 vehículos y 16 rutas. Este año, según la respuesta a un derecho de petición enviado por Consonante, solamente se aumentó una ruta y un vehículo que no responde a la cantidad de estudiantes que hay en cada zona. En el caso del colegio Ernesto Parodi cubre la ruta “Quebranchal, Los Toquitos y fincas aledañas” pero solo hay cupo para 23 estudiantes que resulta ser insuficiente para los 41 alumnos que hay en la vereda.
Para Francisco Javier Núñez, rector del colegio Técnico Agropecuario desde el 16 de enero de este año, hay varias causas que llevan a la deserción escolar. “En nuestro colegio son pocos los casos pero los factores son el cambio de domicilio, los problemas económicos y algunos estudiantes prefieren trabajar y empiezan a buscar ingresos para llevar dinero a sus casas, otros tienen familias disfuncionales”, cuenta.
Por ello, Núñez pide que se articulen estrategias con el Estado. “El problema de la deserción es un hecho social grave. En el caso de trabajo infantil tenemos labores de socialización y concientización para que su única actividad sea estar en el colegio y no deben ocuparse en otros trabajos. Hay que apoyarlos en sus actividades académicas e incentivarlos, decirles que el estudio es la mejor opción para salir de los círculos de pobreza”, indica.
En el colegio Técnico Agropecuario el año pasado se retiraron 5 niños porque sus padres cambiaron de pueblo. “Lo preocupante es que los que desertan en el Técnico Agropecuario son los niños de sexto y séptimo cuando están iniciando su bachillerato, son niños entre los 12 y 15 años. En estos casos es difícil que regresen y al año son unos 10”, agrega.
A este colegio llegan niños principalmente de Cardonal, Mayabangloma y El Hatico. “Entendiendo las condiciones especiales del departamento, aceptamos a un estudiante que no haya podido ingresar por falta de transporte escolar. La escuela es incluyente y no se le puede cerrar la puerta y menos a un muchacho en esas condiciones. Y para que esté al día le tocaría hacer una estrategias de nivelación con los maestros”, propone Núñez.
Profesores hablan de la ausencia de estudiantes
Edwin Pana, profesor de educación física del Ernesto Parodi desde hace 25 años, cuenta que la deserción escolar incluye otros factores como la falta de orientación. “Durante los años que tengo acá he visto casos de deserción escolar por falta de orientación a los jóvenes y a sus padres de familia. Hay muchos niños con problemas de convivencia en sus casas y en los salones de clase”, agrega.
“Uno nota sus faltas porque una de las clases preferidas de los estudiantes es la asignatura de educación física. Estamos en un sitio que es vulnerable y los jóvenes tienen dificultad para llegar a las instituciones y se ven obligados a moverse de pueblos”, puntualiza.
El profesor advierte que la contratación de transporte escolar es fundamental para evitar la deserción escolar. “Eso afecta la asistencia porque los que viven en la zona rural se les dificulta llegar a tiempo y a veces los padres de familia tienen que sacrificarse mucho y la situación no es fácil. Algunos no tienen cómo mandar a los niños al colegio, que lleguen vehículos es fundamental”, concluye Edwin.
Algo similar opina Onaider Gutiérrez, profesor desde hace 44 años de materias como sociales, filosofía, religión, naturales y ética. “Todos los años y en cada curso hay deserciones a causa de la movilidad especialmente de quienes viven en la frontera. Las familias se mueven a otras zonas, hay conflictos internos en los hogares y otros factores que llevan a un desempeño escolar muy bajo”, indica.
“Es reiterativo la deserción escolar porque manejamos personal de barrios vulnerables donde la situación social es más precaria”, concluye.