Ser joven en Tumaco: un acto de resistencia

Nariño Tumaco Conflicto armado | Jóvenes | Nariño | Tumaco
Los y las adolescentes y jóvenes de la capital del pacífico nariñense intentan construir sus vidas en medio del conflicto armado, el narcotráfico y las dificultades para estudiar y trabajar. En este especial, creado desde el barrio La Ciudadela, de Tumaco, presentamos los testimonios de tres de ellos.
Los y las adolescentes y jóvenes de la capital del pacífico nariñense intentan construir sus vidas en medio del conflicto armado, el narcotráfico y las dificultades para estudiar y trabajar. En este especial, creado desde el barrio La Ciudadela, de Tumaco, presentamos los testimonios de tres de ellos.

Cuando Analú terminó el colegio, tenía claro que quería estudiar inglés, y como en su natal Tumaco, la capital del pacífico nariñense, no podía, migró a Bogotá. Empezó Filología Inglesa en la Universidad Nacional de Colombia, y pronto se dio cuenta de que estaba en desventaja. Mientras que sus compañeros y compañeras eran bilingües, ella llegó a aprender casi de cero porque no tuvo “la oportunidad de hacerlo en una academia, porque era que no había la academia o era que había, pero no había plata, entonces tocaba bandearse con lo que nos ofrecía la institución”, que no era mucho.

Wilmer, por el contrario, todavía no había pensado bien qué quería hacer en la vida cuando algunos de sus amigos lo invitaron a hacer parte de un grupo armado ilegal. No se unió, pero una vez portó un arma y estuvo a punto de ser judicializado. Era menor de edad y lo soltaron.

Edith estuvo del otro lado. Es desplazada, víctima del conflicto y madre de tres hijos. Terminó el colegio pensando en estudiar enfermería. Pero, ¿para qué?, se pregunta. Para qué le serviría estudiar algunos años si no va a encontrar trabajo.

El acceso a la educación superior es una de las mayores preocupaciones de los y las jóvenes de Tumaco, y, de hecho, fue una de las consignas más escuchadas durante el último  paro nacional que comenzó el pasado 28 de abril. No es para menos. Según el exsecretario de gobierno del municipio, Jhon Preciado, solo el 5% de los y las jóvenes que terminaron el bachillerato en 2018 lograron entrar a la universidad. Se calcula que cada año se gradúan entre 4.500 y 5.000 bachilleres.

Según el padre Arnulfo Mina, asesor de la Gobernación de Nariño, esto se debe a varios factores. Entre ellos está la “pésima calidad de la educación”. Y para mejorarla hay que hacer un esfuerzo grande. “Para nosotros tener una educación de calidad, tendríamos que ajustar todos los programas educativos, desde transición hasta grado once. Esto luego de un diálogo abierto con la Secretaría de Educación e incluso con sindicatos, gremios y la Cámara de Comercio, para ver por dónde va la vocación de la región en cuanto a comercio, a desarrollo, y desde allí pensar la educación que responda a eso”, dice.

Eso no está pasando. En Tumaco hay tres universidades públicas con cupos y una oferta académica limitada. Además, en la Universidad Nacional no se puede terminar ninguna carrera en Tumaco, y en la Universidad de Nariño hay serios problemas de infraestructura y disponibilidad de docentes.

Mientras tanto, lo que sí pasa es el conflicto armado y el narcotráfico, ese en el que por poco cae Wilmer y que diariamente gana jóvenes del municipio. 

La violencia

Jorge Enrique García Rincón, coordinador de la Comisión de la Verdad para la territorial de Tumaco, que cobija a los 10 municipios del pacífico nariñense, es claro al decir que “en estos pueblos nuestros en el Pacífico la violencia no es por generación espontánea”. Por el contrario, dice, es el resultado de “un proyecto de Estado racista que le ha negado los mínimos de justicia no solo a los jóvenes, sino en general a toda la población”.

Pero en Tumaco las cosas no siempre fueron así. Hubo un tiempo en el que en el puerto había empresas y la gente era dueña de su tierra. “Tumaco fue una región de abundantes recursos naturales, pero en los años 60 llegó una avalancha de proyectos externos de industrialización de la madera, de la industria de la palma... y eso produjo un desajuste, las comunidades fueron desplazadas del territorio maderable, que fueron arrasados para sembrar palma”, explica García.

El extractivismo y el monocultivo se vendió como una posibilidad de empleo y desarrollo, y  quienes eran dueños de la tierra pasaron a ser empleados. Luego, cuando llegó la plaga de la pudrición del cogollo de la palma de aceite, a mediados de los 60, y miles de hectáreas de palma se perdieron, la gente quedó desempleada, sin tierra y con hijos. Eran los años 80.

Paralelamente llegó la coca. “Llegaron las Farc, respaldando una colonización cocalera, que eran unos campesinos que venían del Caquetá, del Putumayo, huyendo de unas acciones del Plan Colombia, y se instalaron en el territorio de Tumaco, concretamente en el Alto Mira y eso lo respaldó las Farc”, cuenta el funcionario de la Comisión de la Verdad.

José Washington Landázuri Buila, “El guardián de la cultura”, es decimero y escribió esta canción en el paro nacional de 2021, mientras se desarrollaba una manifestación. / Video: Leidy Brigitte Benitez Martinez.

Años después, en los 90, los hijos de los desplazados por el extractivismo retornaron a Tumaco. “Aquí fue muy famosa la banda de Los Aletosos, que eran hijos de gente que fue desplazada y que se fueron para Cali, aprendieron a andar en delincuencia, volvieron a Tumaco y fueron exterminados por unas bandas que contrataron los comerciantes, que se llamaban Los Bambán, porque estos pelaos estaban intentando extorsionar a los del comercio. Y esta banda de Los Bambán es exterminada por los paramilitares, también invitados por los comerciantes de Tumaco”, dice Jorge Enrique García.

En 1999, Tumaco registró 325 víctimas del conflicto armado; un año después, 839. En 2001  la cifra subió a 3.377 personas afectadas por la guerra que empezó a desarrollarse, sobre todo, en la zona rural del municipio, entre guerrillas y paramilitares, y con la coca de por medio. Poco más de diez años después, en 2014 se registraron 18.252 víctimas del conflicto en el puerto. 

Según el Observatorio de Derechos Humanos de la Diócesis de Tumaco, de forma rápida y sostenida los jóvenes fueron reclutados por los grupos armados y empezaron a aumentar las cifras de víctimas de homicidios. 

Wilmer, un estudiante de la Institución Educativa Ciudadela Tumac, cuenta que muchas veces le llegaron ofrecimientos para vincularse con grupos ilegales. Algunos de sus amigos ya hacían parte y, según su maestra, Nelly Aguirre, él estaba cargado de agresividad. En el colegio no permitía que nadie lo tocara. Después de una pelea en el colegio, Wilmer “se montó en un .38”, un revólver, pensando en matar a su compañero. Wilmen cuenta esta historia en el siguiente video:

La resistencia

El binarismo de ser víctimas o victimarios es lo que hoy rechazan los jóvenes de barrios como La Ciudadela que se dedican a otras actividades. No quieren ser parte del conflicto, sino estudiantes universitarios, cantantes, bailarines, emprendedoras, músicas.

Para Naya Parra, integrante del Colectivo Orlando Fals Borda que trabaja con víctimas de desaparición forzada en Tumaco, es importante resaltar que “la gente no solo es víctima o pobre o está jodida. La gente es valiente, está haciendo resistencia y está luchando todos los días”. Además, aunque “el punto de partida es de absoluta desventaja en comparación con los jóvenes de otras partes del país, hay mucha gente que a pesar de la falta de oportunidades sale adelante, supera todos los obstáculos, estudia, se hace profesional”.

Analú lo resume así: “es un territorio azotado por la violencia, pero no es que seamos violentos. Nosotros queremos hacer parte del cambio”. Y para lograrlo reclaman oportunidades. Educación, trabajo, apoyo a sus emprendimientos, alternativas para quienes quieren salir de la guerra: algo más que la cárcel o la muerte. 

“Cualquier posibilidad, por pequeña que sea, es bien aprovechada por la gente y por los jóvenes en particular para salir de la guerra. Pero esas posibilidades tienen que aumentar”, dice Jorge Enrique García. Los y las jóvenes de Tumaco alzan sus voces para decir que no están condenados a la guerra.

Lo intentan, aunque el conflicto se siga colando por las grietas. En su canción Por la plata, Analú narra un evento que la marcó. “En estos días en que todo parece mentira, fui saliendo a la tienda y en eso una bomba tiran”, dice su canción. Le pasó en una Semana Santa. Estaba en su barrio, en un momento de oración, cuando sonó el estruendo. Su respuesta fue convertir su historia en música. Y desde ahí resiste. 


¿Cómo hicimos esta historia?

Este trabajo fue producido en equipo por un equipo de periodistas. Nelly Aguirre y José Edwin Riascos, participantes del laboratorio de periodismo Consonante de Tumaco, propusieron la historia;  Daniela Chinchilla los orientó en la producción del video y la reportería en Tumaco junto a Andrés Páramo; César García fue el videógrafo y editor del video y Beatriz Valdés Correa escribió el texto.

Desde el inicio del trabajo, Nelly y José Edwin dejaron claro que querían contar la realidad a la que se enfrentan los jóvenes en Tumaco. Especialmente en su barrio, La Ciudadela Querían enfrentarse al desafío de ver desde otro punto de vista su cotidianidad para narrarla. 

Este fue el proceso:

  • 12 de diciembre de 2020: Luego de terminar el diplomado en periodismo local, José Edwin Riasacos y Nelly Aguirre se presentan a una convocatoria de Consonante para producir un proyecto especial. Nelly Aguirre quería empezar un proyecto de periodismo con estudiantes de la I.E Tumac, y le propuso a José Edwin, uno de sus estudiantes, contar la realidad de las y los jóvenes del barrio a través de un proyecto llamado Parceros.
  • 18 de enero. Se realiza la primera reunión virtual entre Daniela Chinchilla, Nelly y José Edwin para empezar a diseñar el proyecto: hablan de qué quieren contar y qué herramientas tienen. 
  • 12 de febrero. El equipo se reúne a través de Google Meet nuevamente. Empiezan a trabajar en la estructura de la historia y comienzan a construir el guión de manera colaborativa: Nelly escribía a mano ideas de estructura y le enviaba fotos a Daniela Chinchilla, quien transcribe sus anotaciones y escribe el guión final.
  • 20 de febrero. Continúa la búsqueda de fuentes documentales, datos e información de contexto. Las narraciones del comienzo del video quedan listas y se arman los cuestionarios para los y las entrevistadas.
  • 15 de marzo. El grupo se prepara para la reportería. Piensan en los sitios de las entrevistas, las imágenes de apoyo y los testimonios. Andrés Páramo y César García se unen al grupo. 
  • 25 de marzo. El equipo se reúne en Tumaco durante tres días de reportería y grabación. Al momento de la grabación, se dan cuenta de que necesitan más testimonios de jóvenes. Caminan por las calles de la Ciudadela en busca de posibles entrevistados.“Fue sentir esa necesidad de ir y que me contaran, más ya uno como siendo periodista de verdad”, recuerda Nelly.

    Durante la reportería fue muy valiosa la cercanía de la profesora Nelly con la gente para conseguir testimonios y para sugerir la forma en que se contó un tema tan sensible para la gente del barrio.
  • 27 de marzo. Continúa el trabajo de revisión del material, pietaje y edición en Tumaco. 
  • 16 de abril: El equipo en Tumaco revisa los avances del material y envía comentarios a César García, editor del video. 
  • 30 de abril. Todo el equipo revisa el trabajo final. Intercambian reflexiones.  Daniela Chinchilla, tutora de este grupo en el proceso de Residencias, dijo: “Por más cercanía que hay con la gente y por más que uno intente conocer la historia, siempre será una mirada privilegiada y lejana. Es justo ahí que se hace tan importante este ejercicio, porque el trabajo se hace desde miradas diversas, propias”. 
Sin comentarios

Deja tu comentario

Utiliza un correo electrónico válido

Recibe nuestros contenidos. Es gratis.

Puedes cancelar en cualquier momento.
Quiero recibirlos
cross