En el Chocó, donde el río San Juan murmura historias de la selva y el canto de los pájaros parece conversar con el viento, nació Monseñor Wiston Mosquera Moreno. Andagoya, su tierra natal, vio sus primeros pasos en 1967, en un pueblo donde la mezcla de culturas afrodescendientes, indígenas y mestizas conforma una identidad única y vibrante.
Desde pequeño Wiston fue testigo de los relatos que su abuela Floriana, una mujer sabedora de historias, le contaba a él y a otros niños de la comunidad, así lo relata Pastor Murillo, miembro del Foro Permanente sobre los Afrodescendientes de la Naciones Unidas. Sentados alrededor de ella, al caer la noche, escuchaban los cuentos de Anansi, tío tigre y tío conejo, figuras que representaban no solo la sabiduría ancestral, sino también el alma de un pueblo que ha logrado resistir el paso del tiempo y la opresión. Esos relatos, cargados de lecciones profundas, fueron los que le dieron las primeras herramientas para comprender el mundo que lo rodeaba y, tal vez, para empezar a pensar en un mundo mejor.
Monseñor Wiston Mosquera no es solo un líder religioso, es un hombre que ha vivido la realidad de su tierra y de su gente. Su vida no se ha limitado a las fronteras de un altar o una parroquia; ha sido un incansable misionero, un pastor que ha dedicado su vida a llevar esperanza y consuelo en medio de las adversidades de departamentos como el Valle del Cauca y el Chocó, marcados por la violencia, el olvido estatal y la pobreza.
Después de años de trabajo en la comunidad chocoana, el camino de Wiston lo llevó a Cali para formarse como catequista y teólogo, donde, en el corazón del distrito de Aguablanca, asumió diversas responsabilidades pastorales. No fue fácil, pero en cada parroquia, en cada barrio golpeado por la marginalidad, dejó una huella profunda de fe, esperanza y resistencia. Su carácter cálido y cercano hizo que los feligreses lo vieran no solo como un líder espiritual sino como un hermano, un amigo, alguien que entendía sus dolores y sus luchas diarias.
Fue en Cali donde Wiston Mosquera comenzó a brillar aún más, allí fue vicario de la Arquidiócesis de Cali y párroco de La Ermita. Además, la comunidad lo reconoció como un hombre con una visión clara: la de un mundo más justo, sin distinciones, sin racismo. Sin embargo, no fue sino hasta que el Papa lo nombró obispo de la Diócesis de Quibdó, en octubre de 2024, que su labor alcanzó nuevas dimensiones. Regresar al Chocó no fue solo un regreso físico, sino un regreso al llamado profundo que él sentía por su gente, por su tierra, por su historia.
Al asumir como obispo, monseñor Mosquera se enfrentó a un panorama desolador. Quibdó, como muchos otros rincones del Chocó, está marcado por un desorden público alarmante. La violencia, la pobreza y la corrupción han dejado cicatrices profundas en su población, y Wiston, con su voz de pastor y líder social, no ha dudado en hablar con firmeza sobre lo que realmente le duele. "No se puede desconocer que aún estamos en una Colombia que tiene demasiado racismo y segregación", ha dicho en varias ocasiones, refiriéndose a la lucha constante de los afrodescendientes por su dignidad.
Pero Monseñor no se queda solo en las palabras. Como buen hijo del Chocó sabe que la acción es vital. En sus primeras intervenciones ha hecho un llamado a todos los actores sociales y gubernamentales a trabajar con "transparencia y manos limpias", refiriéndose a la corrupción que ha carcomido las instituciones públicas en la región. "Si algo nos hemos ganado como chocoanos es la mala fama por la corrupción", señala, apuntando a la necesidad urgente de un cambio en las estructuras de poder.
Para él, la misión pastoral en Quibdó va más allá de lo espiritual. Se convierte en un puente, en un articulador entre lo religioso y lo público. "Nuestro trabajo no es político sino pastoral, pero al final todo se conecta. Lo social, lo espiritual y lo público deben ir de la mano para transformar esta tierra", afirma con la convicción de quien ha vivido las luchas de su pueblo y de quien sabe que el cambio comienza en lo más profundo del corazón de las comunidades.
La llegada de Monseñor Wiston Mosquera a la Diócesis de Quibdó no solo ha sido un acontecimiento eclesiástico. Ha sido una esperanza renovada para muchos chocoanos que ven en él una figura de autoridad moral capaz de inspirar un cambio real, un cambio que empodere a su pueblo y lo saque del estancamiento. "No es solo una misión espiritual, es una misión social", dice con fuerza, consciente de que su tarea es mucho más grande que cualquier estructura religiosa o administrativa.
Hoy, el Chocó mira a Monseñor Mosquera con una mezcla de esperanza y respeto. Su tarea no será fácil, pero para él, cada paso dado en su tierra natal es una victoria. Como él mismo lo ha dicho: "Nuestro trabajo no es solo ser párrocos, sino ser pastores del pueblo, ser articuladores de la vida de las personas".
Así es Monseñor Wiston Mosquera: un hombre de fe, de acción y de profunda raíz chocoana. Un líder que no olvida sus orígenes y que, con cada palabra y cada acción, sigue buscando el bienestar de su gente.
Las voces de su pueblo
Para muchos chocoanos, Monseñor Wiston representa más que un líder espiritual: es un ejemplo de lo que el pueblo negro puede lograr. Edison Vergara, sacerdote de la Iglesia Episcopal, lo celebra con júbilo, destacando que su nombramiento abre puertas para futuras generaciones de hombres y mujeres afrodescendientes dentro de la Iglesia. “Nos da la posibilidad de que podemos ser buenos administradores de las cosas de Dios y del mundo”, afirma.
Por su parte, Henry Diego Mosquera González, abogado y líder social, reflexiona sobre el impacto histórico de este nombramiento. “Es un cambio de paradigma que muestra que nosotros mismos podemos orientar a nuestra población desde el contexto del evangelio. En un momento donde los negros hemos optado por estar en todas las estructuras sociales, esto es un símbolo de inclusión y transformación”.
El desafío del racismo y la esperanza
“Colombia sigue siendo un país con demasiado racismo y segregación”, dice monseñor Wiston, al tiempo que enfatiza en la necesidad de un cambio real, tanto en la percepción como en las acciones de las instituciones y la sociedad.
Para el pueblo chocoano, su llegada trae esperanza. No solo por su labor pastoral, sino por su llamado a la transparencia y la ética en el manejo de los recursos. “La corrupción aquí ha sido casi del cien por ciento, y los dineros públicos no van donde tendrían que ir. Pero nuestra misión es trabajar desde lo espiritual para impulsar lo social”, enfatiza.
Monseñor Wiston Mosquera Moreno es, para muchos chocoanos, la personificación de un nuevo capítulo en la historia del departamento. Un capítulo donde las voces negras no sólo son escuchadas, sino que lideran con fuerza y dignidad. En él, los relatos de Floriana cobran vida, y el pueblo de la Calle de la Virgen ve en su obispo a un hombre que, como los cuentos de Anansi, teje puentes de esperanza en un territorio donde durante demasiado tiempo solo ha reinado el olvido.