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Meyer, el barbero solidario de Tadó

No tiene un gran local ni cobra tarifas altas. Tiene una moto, una máquina y una convicción: nadie debería quedarse sin un corte de cabello por falta de dinero. Meyer Bermúdez recorre las veredas de Tadó ofreciendo lo que mejor sabe hacer: servir.
¿Cómo se hizo este trabajo?
Entrevisté a todas las personas que conocen a Meyer, incluido el propio Meyer. Lo acompañé en un par de recorridos y la gente me contó de su buen corazón.

En Tadó, un pueblo verde del Chocó que parece a veces suspendido entre el río y la lluvia, hay un hombre que carga en la espalda más que una máquina de cortar cabello: lleva un oficio, una promesa, y un corazón generoso. Se llama Ángel Meyer Bermúdez Mosquera. Y sobre su motocicleta negra, avanza por caminos que se deshacen con la lluvia desde la vereda La Unión hasta Guarato, en los límites con Risaralda. No viaja por dinero. Viaja por la gente.

Lo conocen como Meyer. No necesita apellido. Llega con una maleta, una bata blanca, unas tijeras, y una sonrisa que se abre como si conociera de antemano a quien lo espera. Corta el cabello, sí. Pero en cada corte, en cada gesto paciente, hay algo más: un acto pequeño y contundente de solidaridad.

De lunes a viernes atiende en su local del Pasaje Hermanos Mosquera, en el barrio San Pedro, donde el corte cuesta doce mil pesos. Los fines de semana, en cambio, no cobra. Llega a casas donde viven personas con discapacidad, las peina con cuidado y les habla con una ternura que no hace ruido. 

Su pasión por la barbería no nació del dinero, sino de algo más hondo. Desde hace más de cinco años, Meyer llega a los rincones menos visibles de Tadó con su maletín y sus tijeras, como quien carga una promesa. Empieza por quienes más lo necesitan: personas con discapacidad que no siempre pueden llegar a una barbería, que a veces ni siquiera pueden pagarla. Luego extiende su ruta hacia comunidades rurales, donde lo esperan en corredores de madera, bajo techos de zinc caliente. Para seguir haciéndolo ha tocado puertas: la Alcaldía, el Hospital San José de Tadó, la Gobernación del Chocó. A veces le dan herramientas, a veces no. Pero igual va.

Antes de regresar a su pueblo, Meyer conoció otras ciudades: Cali, Medellín, Pereira, Manizales, Barranquilla. En cada una afinó su método, se formó como técnico en peluquería y entendió que cortar cabello podía ser algo más que un oficio: podía ser un gesto de dignidad. “A veces la gente me decía que si pagaba la peluqueada se quedaba sin comer… y eso me tocaba el corazón”, recuerda. Por eso muchas veces no cobró. Porque nadie debería elegir entre un plato de comida y un poco de cuidado propio.

Su historia con la barbería comenzó mucho antes de tener títulos. Era un niño y miraba a su abuelo, Sáenz Mosquera, en la década de 1980. Lo observaba mover con precisión un peluchín y unas tijeras gastadas, como si fueran una extensión de sus manos. “Aprendí este arte viéndolo trabajar. Lo llevo en la sangre; es algo que me llena y me hace feliz”, dice Meyer. Y cuando lo dice, sonríe como quien habla de un amor que nunca se apaga.

Aprendí este arte viéndolo trabajar. Lo llevo en la sangre; es algo que me llena y me hace feliz”, dice Meyer. Y cuando lo dice, sonríe como quien habla de un amor que nunca se apaga.

Aunque su trabajo nace de la voluntad, no está exento de tropiezos. Cada jornada implica gastos que, muchas veces, salen de su propio bolsillo: gasolina para la moto, cuchillas nuevas, aceite para las máquinas, toallas limpias. A veces, cuando los números no cuadran, Meyer invita a otros a sumarse, a aportar algo —un galón de gasolina, una máquina prestada, unas monedas— para que la ruta no se detenga.

Pero ni siquiera eso lo libra de los imprevistos. Una vez, en la vereda La Unión, apenas comenzaba la jornada cuando un niño, curioso, tomó una de las máquinas. Se le cayó. El golpe fue seco. La máquina murió ahí mismo. Meyer no tuvo tiempo de enojarse: salió como pudo a buscar otra y terminó fiándola. “Esos son los impases que se te presentan cuando quieres servir a tu comunidad”, dice sin dramatismo, como si hablara de un aguacero más.

En sus recorridos por las veredas y corregimientos de Tadó —El Tapón, Yerrecuy, Corcovado, Angostura, Playa de Oro, Tabor, Guarato— ha reunido un puñado de historias que parecen pequeñas pero que para él lo son todo. Como aquella tarde en la que se quedó sin gasolina en medio de un camino desierto. Un campesino se le acercó, lo reconoció y le dijo que le conseguiría combustible. “Porque usted le cortó el pelo a mi abuelo sin cobrarle”, le explicó. Meyer lo cuenta con los ojos brillantes. Esos gestos, dice, son los que le dan fuerza cuando las cosas se descomponen y el camino se hace largo.

Son muchas las cabezas que han pasado por las manos de Meyer sin que de por medio haya habido un solo peso. Lo sabe bien Elith Sánchez, concejal y habitante del corregimiento de Tabor, uno de los lugares a los que el barbero llega con más frecuencia. “Meyer es un tipazo”, dice, y sonríe como quien habla de un viejo amigo. “Es una persona muy querida en esta comunidad. Lo que más lo hace grande es su humildad y su sencillez. Cada vez que sube, la gente lo espera como si trajera buenas noticias”.

No exagera. En Tabor, donde cortarse el cabello no es algo sencillo ni barato, las jornadas gratuitas de Meyer se sienten como un pequeño acontecimiento. “Como concejal, la gente me pregunta: ‘¿Para cuándo vuelve Meyer?’, porque ya saben que cuando él llega hay cortes para todos —niños, adultos, ancianos— y que nadie se queda por fuera”, cuenta Sánchez. A veces Meyer va cada quince días, a veces una vez al mes. Llega, saluda, instala su máquina, y la fila se arma sola.

Cuando va por gusto, a disfrutar de los ríos o de los atractivos turísticos del corregimiento, tampoco se desprende de sus herramientas. Siempre hay alguien que aprovecha la oportunidad. “Cada vez que Meyer llega al pueblo —agrega Elith—, los niños corren a avisar: ‘¡Ya llegó el barbero!’. Y la comunidad entera lo siente como una fiesta”.

Hoy, en Tadó, Meyer Bermúdez no es solo un barbero. Es un hombre con un corazón amplio, que ha hecho de un oficio sencillo una forma de servir, de dignificar a otros, de estrechar lazos. Su arte no está únicamente en el corte perfecto, sino en la forma en que lo entrega: con amor, con paciencia, con la certeza de que los gestos más pequeños pueden cambiarlo todo.

La labor de Meyer ha hecho que su nombre se escuche en buena parte de las comunidades del alto San Juan. En Yerrecuy, por ejemplo, todos saben quién es. Allí vive Yarlin Perea Quinto, cuya hermana menor, Gisela Sánchez Pino, de 17 años, padece un tipo de discapacidad —nerviosismo— y también tiene dificultades para hablar. Para Gisela, cada visita de Meyer es una pequeña celebración.

“Él trata muy bien a mi hermana”, cuenta Yarlin. “Cada que lo llamamos para que suba a la comunidad lo hace con gusto. Y cuando llega, Gisela se alegra de inmediato. Lo que más me sorprende es que no nos cobra un peso por el servicio que nos presta”.

Si la familia no lo llama, lo hace la profesora de Gisela, que también sabe que un corte de cabello para ella es más que una cuestión estética: es un gesto de cuidado. “Yo quiero darle las gracias a Meyer —dice Yarlin— porque es un muchacho muy colaborador con las personas. Como él no hay. Mi hermana no puede salir al casco urbano, es muy difícil moverla, y él tiene una paciencia que pocos tienen. Eso no se paga con dinero”.

En Tadó, cuando se pronuncia el nombre de Meyer, no hace falta explicar quién es. Su familia también lo sabe: lo ven salir con su maletín, con la misma determinación con la que otros salen a trabajar en una oficina, pero con un propósito distinto. “Es una excelente labor la que realiza mi sobrino —dice Nimia Mosquera, su tía—. Gracias a Dios y a la agilidad que tiene como barbero, ha ayudado a mucha gente del alto San Juan. Incluso ha llegado hasta Unión Panamericana a hacer domicilios gratis”.

Nimia habla con un orgullo sereno, como quien ha visto crecer algo hermoso desde adentro. Cuenta que Meyer va a guarderías, escuelas, hogares de adultos mayores. También hace jornadas casa a casa, sobre todo con personas con discapacidad. A veces, por eso, llega tarde a casa. “Nos preocupamos —confiesa—, pero luego pensamos: ‘Meyer está haciendo lo que ama’. Y eso nos da paz”.

Meyer Bermúdez es, para muchos, un barbero. Para otros, un vecino, un amigo, una presencia buena que aparece cuando se necesita. Para su familia, es un hombre noble que eligió servir a su comunidad desde la sencillez de un corte de cabello. “Me siento orgulloso de lo que hago y de la familia a la que pertenezco”, dice. Y cuando lo dice, no suena a consigna ni a frase hecha: suena a verdad. Meyer no hace discursos. No busca medallas. Cuando le preguntan por qué lo hace, responde con una frase sencilla:
“Porque me nace del corazón”.

Y quizás ahí esté todo.

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