Orlando Paniagua en su casa, ubicada en la finca La Gaviota. Foto: Vivianey Balvin
El Carmen de Atrato Reportajes

Campesinos de El Carmen de Atrato temen que la montaña se lleve sus fincas

Cuatro familias del sector El 6, zona rural de El Carmen de Atrato, en la vía Quibdó- Medellín tuvieron que dejar sus viviendas y cultivos por riesgos de deslizamiento de tierra. La Alcaldía les dio a las comunidades solo tres meses de arriendo y no saben qué pasará después.
¿Cómo se hizo este trabajo?
Realicé esta reportería después de ver una publicación en redes sociales sobre el desplazamiento de varias familias por el deslizamiento de tierra en la carretera. Me propuse encontrarlos y conseguir sus contactos y luego los cité para entrevistarlos en el parque de El Carmen de Atrato. Fui a la finca La Gaviota, y también a la propiedad de Orlando, para conocer en detalle su situación y comprender a fondo su caso. También visité a las otras familias afectadas. Por su parte, se enviaron preguntas a Invías para conocer su respuesta ante la emergencia.

Las lluvias constantes siguen ocasionando deslizamientos de tierra en El Carmen de Atrato. La última emergencia se registró el 20 de mayo en el sector El 6, en La Gaviota, un corregimiento ubicado en  la vía que conduce de Quibdó a Medellín. En ella resultaron afectadas cuatro familias de esa vereda quienes se vieron obligadas a desocupar sus viviendas bajo la incertidumbre de que sus casas quedaran bajo tierra como ha pasado en otras zonas. El hecho más grave en esta vía ocurrió el 12 de enero de este año, cuando un derrumbe sepultó a 40 personas en el sector de El Diecisiete.

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Las cuatro familias desplazadas se dedican a las labores del campo y dependen de la tierra para su sustento. Dos de estas fueron reubicadas temporalmente en la vereda Habita, mientras que las otras dos fueron trasladadas al casco urbano de El Carmen. La situación es compleja y difícil para ellos. “La vida en el campo es muy diferente a la del pueblo. La tranquilidad, el espacio y las actividades de nuestro día a día ahora están interrumpidas”, dice Orlando Paniagua López, un campesino de 68 años de edad, quien fue reubicado en una habitación en el casco urbano.

"La vida en el campo es muy diferente a la del pueblo. La tranquilidad, el espacio y las actividades de nuestro día a día ahora están interrumpidas"

Orlando Paniagua López, campesino en El Carmen de Atrato

Paniagua López ha vivido en El Carmen de Atrato por 17 años. Él logró construir su casa trabajando cultivando café, plátano, yuca, frijoles, piña, mora castilla, árboles de limón, naranjos y cebolla. Su casa está a cinco minutos a pie del derrumbe. Tras la emergencia, las paredes quedaron con grietas, el piso se bajó de nivel y el terreno sigue inestable.

Las paredes ya presentan grietas debido al movimiento de tierra. Foto: Vivianey Balvin.
Las paredes ya presentan grietas debido al movimiento de tierra. Foto: Vivianey Balvin.

La casa de Orlando tiene tres habitaciones, baño, sala y cocina. Estaba feliz porque había terminado de construir un lugar para secar el café y un espacio con un fogón de leña. 

Además su casa presenta grietas en el baño, en el corredor, y en la sala. “Me dijeron que tenía que irme de mi casa cuando empezara a llover y que no podía ir a trabajar”, recuerda Orlando. Él lleva 30 días desde que le tocó salir de su casa y ahora duerme en una habitación en el casco urbano de El Carmen. 

La Alcaldía le dijo que, para responder a la emergencia, le pagaría el arriendo solo por tres meses. Sin embargo, según cuenta, no le han cancelado a la dueña de la casa los 200 mil pesos del alquiler. “No han pagado el arriendo. Ella me dijo que si no le pagan de aquí al viernes, me sacarán de su casa. Solo me dieron un mercadito, pero necesitamos una solución porque desde Invías nos dijeron que comprarían otro terreno, pero hasta la fecha, no han hecho nada”, agrega.

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Orlando no tiene familia y aún sigue trabajando en su finca, de 13 hectáreas, porque es su único ingreso económico. Todos los días gasta 8.000 pesos, yendo y viniendo del pueblo que queda a ocho kilómetros.

La jornada de Orlando ha cambiado y no puede producir lo mismo debido a las dificultades de transporte en su comunidad. “Tengo que levantarme a las 3 de la mañana para refrescarme y prepararme para tomar el turno que empieza a las 5 de la mañana. Antes trabajaba hasta las 6 de la tarde o incluso más, pero ahora trabajo hasta las 3 de la tarde”, comenta visiblemente cansado. La ruta Surandina, que debería ser una solución, a menudo no pasa a tiempo, obligándolo a depender de otros medios de transporte.

Sin una moto, Orlando debe tomar un carro. “Si empiezo a pedir el carro todos los días, me cobran 25.000 pesos solo por un trayecto”, explica. 

Así quedó una de las zonas afectadas por el derrumbe. Foto: Vivianey Balvin.
Así quedó una de las zonas afectadas por el derrumbe. Foto: Vivianey Balvin.

Yulieth Suárez es otra de las damnificadas. Ella tiene 41 años y vive desde hace más de ocho años en El Carmen de Atrato. Yulieth recuerda con nostalgia el día en que esta falla geológica obligó a su familia a abandonar su hogar. “La vía debajo de mi casa siempre ha tenido pequeños deslizamientos, pero esta vez fue diferente. Vimos que estaba bajando más de lo habitual. Cuando el derrumbe de doña Ofir ocurrió, ya era evidente que se había desprendido una gran parte de la montaña”, comenta.

"La vía debajo de mi casa siempre ha tenido pequeños deslizamientos, pero esta vez fue diferente. Vimos que estaba bajando más de lo habitual"

Yulieth Suárez, campesina en El Carmen de Atrato

La casa donde vivían era prestada, y al lado construyeron otra vivienda a la que pensaban mudarse. “Estábamos terminando las obras de nuestra casa. Ya solo faltaba poner el techo”, dice Yulieth. La montaña, drenada por las autoridades, comenzaba a estabilizarse, pero el peligro inmediato les obligó a marcharse.

“Llegaron los de la Unidad para la Gestión del Riesgo de la Alcaldía y la Defensa Civil un sábado en la tarde. Yo no lo asimilé de inmediato. Hice la comida como de costumbre y nos acostamos a dormir”, recuerda Yulieth. Al día siguiente, la Defensa Civil llegó para ayudarles a empacar: “Amarramos los colchones, cogimos la ropa, y cargamos todo. Fue muy impactante ver a tanta gente colaborándonos a salir”, recalca sobre ese día.

“Empacar después de vivir siete años en esa casa fue realmente difícil”, puntualiza Yulieth. “Ese día no pude hacer mucho más que preparar algo de comida para los miembros de la Defensa Civil, quienes trabajaron tan duro. Ellos estaban agotados de cargar equipaje y trabajar en la montaña. Mi única preocupación era asegurarme de que tuvieran algo que comer”, cuenta.

Yulieth describe cómo mientras los equipos de rescate cargaban los colchones y los demás enseres, ella se veía limitada a estar sentada, observando: “Fue difícil, pero al menos lo indispensable ya está aquí con nosotros”.

La adaptación a su nueva vivienda no ha sido fácil. “Aunque estamos en el pueblo y es más cómodo, no es lo mismo. En la finca había rutina, los animales, la tienda de mi hermanito. Aquí no sé qué hacer, me siento perdida”, confiesa Yulieth. A su padre, de 66 años, también le pasa lo mismo: “Él no deja de pensar en la vaca, el burrito Chimuelito y las gallinas. Todo eso necesita cuidado y ahora no sabemos cómo vamos a manejarlo”.

Lo mismo le pasa a Orlando, quien emocionalmente no ha estado bien. “La situación ha descontrolado completamente mi rutina. Ahora debo irme desde el pueblo hasta mi casa, lo que implica llegar y salir en horarios diferentes de lo habitual”, explicó. Esta adaptación constante ha sido un desafío enorme para él.

“No vaya a creer que es fácil”, dice con voz entrecortada de no saber qué pasará con su casa. La Alcaldía e Invías le informaron que se evaluará la situación de su terreno y cultivos, pero a la fecha no hay soluciones claras. En respuesta a un derecho de petición enviado por Consonante, el Instituto Nacional de Vías (Invías) solo informa que está llevando a cabo un proyecto de instalación de equipos de monitoreo en 10 puntos críticos de esta vía con el objetivo de prever posibles deslizamientos que pudieran afectar a los usuarios de la vía, pero no reportan cuáles serán las ayudas que entregarán a las comunidades desplazadas.

Una de las decisiones más difíciles que Orlando enfrenta es qué hacer con su cultivo de café. “No sé si dejar perder el cultivo de café que son más de 5.000 palos o seguir trabajándolo, arriesgándome a perder mi inversión si tengo que abandonar la tierra definitivamente”, expresa con preocupación.

El Carmen de Atrato es una de las zonas con más pluviosidad del país. Llueve casi todos los días porque está atravesada en el bosque tropical del Pacífico. Según un estudio del ambientólogo Germán Portillo, una de las causas principales de los deslizamientos de tierra, que son movimientos del suelo a gran escala provocados por la inestabilidad de las laderas, son las lluvias intensas.  En regiones como el Chocó, caracterizadas por altos niveles de precipitación, las lluvias intensas juegan un papel crucial en la desencadenación de estos eventos geológicos.

Esto lo reconoce Orlando. “Aquí las tierras son buenas, pero las lluvias son constantes. He andado muchas tierras, y estas son muy productivas, pero llueve mucho. Si no estabilizamos el suelo, seguiremos teniendo problemas”, comenta. 

Entrada a la finca La Gaviota. Foto: Vivianey Balvin.
Entrada a la finca La Gaviota. Foto: Vivianey Balvin.

Familias piden vivir de la tierra

“La tierra es mi vida”, recalca Orlando. Él deja claro que el dinero es lo de menos y que lo que realmente necesita es su tierra para poder trabajar y seguir adelante: “Ojalá me dieran una tierra como la que tengo y una casa, estaría dispuesto a venirme a vivir aquí o en otra parte. No tengo problemas con eso. Lo importante es seguir trabajando la tierra”.

“Lo que menos quiero es plata, si me toca irme de mi finca que me reubiquen en otra casa, pero que tenga la tierrita para sembrar, porque de nada sirve que me den una casa sin con qué sembrar”, agrega.

"Lo que menos quiero es plata, si me toca irme de mi finca que me reubiquen en otra casa, pero que tenga la tierrita para sembrar, porque de nada sirve que me den una casa sin con qué sembrar”

Orlando Paniagua López, campesino en El Carmen de Atrato

Por su parte, Yulieth mantiene la esperanza de regresar algún día a su hogar. “Nos han dicho que en tres meses, cuando menos, podríamos volver. Pero mientras tanto, la incertidumbre es muy difícil”, dice. “Una cosa es verlo en televisión y, otra es vivirlo en carne propia”, asevera.

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