El sol caía fuerte sobre los caminos de tierra seca y el aire parecía quedarse quieto entre los arbustos. A lo lejos, el sonido pausado de las pezuñas sobre la trocha anunciaba que alguien venía bajando hacia el río. Era Johnny Orozco, un muchacho delgado y moreno, montado en su burra, con dos tinajas amarradas a cada lado. Esa era su rutina: recorrer la vereda hasta llegar al agua, llenar los recipientes y, si el calor apretaba, lanzarse al río para darse un baño.
Así se vivía en Zambrano. No había acueducto, pero el río era suficiente para abastecerse. Las mujeres bajaban en grupos a lavar la ropa, los niños jugaban entre las piedras, y los burros cargaban el agua que luego serviría para cocinar, bañarse o beber. “Así vivíamos, entre idas y venidas al río, llenando tanques como podíamos”, recuerda hoy Johnny Orozco, hijo de Teresa Orozco Bermúdez, la presidenta de la Junta de Acción Comunal.
Orozco cuenta que sus abuelos le hablaban de una época en la que Zambrano tuvo un pequeño acueducto de concreto, adaptado con una válvula. Entonces, la comunidad contrató a un fontanero que se encargaba de llenar un tanque elevado. "El servicio era perfecto", recuerda Johnny. Bastaba con abrir la llave para que el agua llegara a las casas. Pero con el paso del tiempo, todo cambió. El agua dejó de subir con fuerza. El tanque ya no se llenaba como antes.
La tubería que venía desde el corregimiento de Corral de Piedra —donde se encuentra la bocatoma del acueducto de San Juan del Cesar— comenzó a fallar. El crecimiento poblacional en el casco urbano aumentó la demanda del servicio, y el agua dejó de llegar a Zambrano. A eso se sumaron los años y el deterioro: las redes antiguas empezaron a partirse, a llenarse de raíces, a taparse. El sistema ya no era confiable ni saludable. Una parte del corregimiento quedó completamente sin agua; otra recibía apenas un hilo. Pero los zambraneros no se rindieron. Aprendieron a destapar tuberías, a empatar tubos, a improvisar lo necesario para tener aunque fuera un poco de agua en casa.
La madre de Johnny, como presidenta de la Junta de Acción Comunal, insistía una y otra vez ante la administración municipal: Zambrano necesitaba un nuevo acueducto. Pero, en vez de agua, llegó primero el anuncio de un proyecto de alcantarillado para los corregimientos. “¿Para qué queremos alcantarillado si no tenemos agua?”, se preguntaba la comunidad. Fue entonces cuando apareció la empresa Esepgua, con la promesa de planificar y construir un nuevo acueducto para la comunidad zambranera.
¿Qué está pasando?
La madrugada del 27 de septiembre de 2024 quedó marcada en la memoria colectiva de Zambrano como el día en que, al fin, parecía llegar la solución a una espera de décadas. Esa mañana, el corregimiento recibió con entusiasmo la visita del gobernador Jairo Aguilar de Luque, la gerente de la empresa de servicios públicos Esepgua, Andreína García Pinto, y el alcalde de San Juan del Cesar, Enrique Camilo Urbina Cubita. Juntos, encabezaron la esperada inauguración del nuevo acueducto, una obra largamente anhelada por la comunidad.
A las seis de la mañana se puso en marcha el sistema, y para las siete el agua comenzó a fluir por gravedad, sin necesidad de turbinas. Fue un momento de euforia. Por primera vez en mucho tiempo, el agua corría limpia y constante por las tuberías. Sin embargo, la alegría fue fugaz. “Tan pronto terminaron los protocolos de la inauguración, el agua fue quitada y no volvieron a ponerla”, lamenta Jaime Rangel, habitante del corregimiento.
Los días pasaron, luego semanas y meses, sin que el servicio se restableciera. La comunidad comenzó a inquietarse. ¿Qué había pasado? Según explicó José Cuello, enlace del Programa de Desarrollo Territorial (PDT) en San Juan del Cesar e ingeniero de apoyo a la Secretaría de Planeación y Valorización, el retraso obedecía a trámites pendientes por parte de la empresa prestadora del servicio. El acueducto estaba construido, pero aún faltaban procesos administrativos para su puesta en operación oficial.
Mientras tanto, los habitantes de Zambrano tuvieron que seguir abasteciéndose como lo han hecho siempre: yendo a la acequia, esa vieja red de canales de riego que atraviesa el corregimiento. El agua se transporta en carretillas, en burros o en motos, y sirve para lavar, cocinar o regar cultivos. Para el consumo humano, muchos dependen de la antigua tubería conectada al tubo madre del corregimiento, pero solo unas pocas viviendas —las más cercanas al inicio de la red— logran extraer algo de agua, y eso con ayuda de turbinas.

La acequia, explica Iván Siosi, presidente de la Asociación de Juntas de Acción Comunal Rural, es un canal diseñado para distribuir agua entre las parcelas agrícolas. Nace en el río del corregimiento Corral de Piedra, atraviesa Zambrano y, en lugar de retornar al cauce, se desvía hacia una finca de propiedad privada en la zona. Esa agua, sin embargo, no es apta para el consumo humano. “Viene desde la Sierra Nevada de Santa Marta con buena afluencia y su propósito es regar la tierra, sostener la vegetación y dar de beber a los animales. Zambrano es una tierra agrícola y ganadera”, explica Rangel.
Movimiento Ciudadano
Frente a la frustración generalizada por la falta de agua, un grupo de habitantes decidió tomar acción. Jaime Rangel, uno de los más afectados, se puso en contacto con el abogado Luis Horgelys Brito, veedor ciudadano de San Juan del Cesar, con el objetivo de organizar una recolección de firmas para exigir a la administración municipal que pusiera en marcha el acueducto ya construido. Pero no se quedaron solo en el papel. Para visibilizar la urgencia, grabaron un video mostrando la dura realidad que vive Rangel, quien tiene discapacidad visual, cada vez que necesita abastecerse.
El video muestra a Jaime recorriendo, a paso lento y cuidadoso, los 300 metros que separan su casa de la acequia. Lo hace empujando una carretilla que él mismo construyó: tres llantas de bicicleta —una delantera y dos traseras—, sostenidas por ángulos de hierro donde reposan unas tablas. Sobre ellas, acomoda seis canecas de 20 litros cada una, con las que carga 120 litros de agua para llenar los tubos en su vivienda. Esa rutina, agotadora y constante, fue compartida en redes sociales, y pronto comenzó a circular en Instagram, despertando solidaridad y presión pública.
El impacto fue inmediato. Las autoridades se pusieron en contacto con Brito y convocaron una reunión extraordinaria que se llevó a cabo el martes 1 de julio de 2025. Asistieron el alcalde Enrique Camilo Urbina, el secretario de Planeación, y representantes de las empresas Esepgua y Veolia. El objetivo era buscar una alternativa para poner en funcionamiento el acueducto y definir quién sería el nuevo operador del sistema.
Según Jhony Orozco, hijo de la presidenta de la Junta de Acción Comunal, la Alcaldía ya había adelantado una consultoría en 2021 que recomendaba a la empresa Sur Azul como operadora del sistema de acueductos rurales. Sin embargo, esa empresa no podía asumir el compromiso debido a problemas jurídicos pendientes. Aunque Veolia —una de las prestadoras de servicios públicos más conocidas en la región— inicialmente señaló que el servicio en zonas rurales no hacía parte de su catálogo, el alcalde logró un acercamiento para que, al menos de manera temporal, asumieran la operación. La propuesta fue que Veolia prestara el servicio con acompañamiento técnico hasta el 31 de diciembre, mientras Sur Azul resolvía su situación legal.
Durante la reunión también se abordaron otros aspectos clave. Se advirtió que el agua aún no era apta para el consumo humano, por lo que era necesario realizar adecuaciones y procesos de limpieza. Se discutió el tema de la presión del agua —más fuerte en algunas tuberías, más débil en otras— y se acordó el costo del servicio: $25.000 mensuales por 10.000 litros de agua. Si el consumo era menor, el pago se ajustaría. Otro de los compromisos fue hacer una socialización con la comunidad para planificar las acometidas domiciliarias, especialmente en las casas que tienen las instalaciones internas o en sus patios.
El inspector de servicios públicos, Fidel Pitre, junto con personal de Veolia, comenzó a visitar el corregimiento para hacer pruebas técnicas y garantizar que todo estuviera listo para el arranque del sistema. La comunidad, mientras tanto, esperaba con expectativa el momento en que por fin el agua llegara a sus casas.
Ese día llegó el martes 15 de julio, cuando se puso en operación el servicio. Sin embargo, una falla técnica obligó a suspenderlo temporalmente. Tras dos días de reparaciones, el jueves 17 de julio se restableció el suministro, logrando finalmente que el sistema de agua comenzara a funcionar de forma efectiva en Zambrano, según confirmó el ingeniero José Cuello.
¿Qué dicen las autoridades?
Aunque el acueducto de Zambrano por fin entró en funcionamiento, el panorama en otras zonas del municipio sigue siendo incierto. A pesar de los esfuerzos e inversiones de la administración para mejorar el servicio de agua en San Juan del Cesar, en la zona sur urbana persisten graves inconsistencias. Barrios como El Echeverry, Las Tunas 1 y 2, Primero de Mayo, Chiquinquirá y Las Piñitas pueden pasar días, semanas y, en algunos casos, hasta meses sin una gota de agua.
Mientras en algunas casas el líquido llega con buena presión, en otras apenas gotea. ¿Por qué esta desigualdad? El ingeniero José Cuello explica que gran parte del problema radica en la antigüedad y diversidad de las redes que recorren el municipio. Muchas fueron instaladas hace décadas, con materiales que ya cumplieron su vida útil: tubos de asbesto cemento, otros de gres, y redes de diferentes diámetros que complican la presión y el equilibrio del sistema. “En el centro del municipio, por ejemplo, las redes neurálgicas están bajo el pavimento que pertenece a Invías, y no se permite su rotura para hacer reemplazos”, señala Cuello.
A este deterioro estructural se suma otro problema: las conexiones fraudulentas. Se ha detectado que en la línea que abastece desde la represa existen múltiples empates ilegales. Estas tomas clandestinas reducen la presión y el volumen de agua que llega a muchas viviendas. Aunque la administración ha realizado recorridos con las empresas prestadoras del servicio para ubicar y desconectar estas conexiones, la situación se repite una y otra vez. “La falta de cultura ciudadana, o simplemente el desespero por tener agua, lleva a que algunos habitantes vuelvan a conectarse de forma irregular, rompiendo nuevamente las tuberías”, lamenta Cuello. Así, el ciclo se repite: se repara, se daña, se repara de nuevo.
En contraste, en el corregimiento de Zambrano no se han reportado conexiones fraudulentas. “No se cree que existan, porque es un trayecto corto de aproximadamente cinco kilómetros desde la planta de tratamiento, y la mayoría de la red es visible desde la carretera”, explica Cuello. Esa visibilidad facilita el monitoreo constante y permite detectar cualquier intervención irregular con mayor rapidez. Aunque aún hay retos por resolver, este aspecto representa una ventaja significativa para garantizar un servicio más estable en la zona rural.
Lo que sigue
El próximo 2 de enero de 2026 está previsto que la empresa Veolia entregue oficialmente la operación del acueducto de Zambrano a Sur Azul, quien asumirá de forma permanente la prestación del servicio. Ese es el objetivo final del proyecto: garantizar que el corregimiento cuente, de manera continua y sostenible, con agua potable.
El nuevo sistema de acueducto se construyó bajo los lineamientos de la resolución 0330 de 2017, la más reciente en cuanto a normativas técnicas para este tipo de redes. Esta resolución exige condiciones óptimas de calidad y operación. “Eso nos da tranquilidad —asegura el ingeniero José Cuello— porque sabemos que no es una tubería de asbesto, al contrario, tiene un sistema en PVC - RDP 21 que garantiza la calidad del agua.”
Por ahora, el servicio sigue en fase de pruebas. La empresa prestadora continúa haciendo ajustes y mantenimientos en puntos críticos de la red de distribución, donde se han identificado algunas roturas que podrían provocar desperdicio del líquido. Por esa razón, el suministro no es constante: el agua se está distribuyendo de siete de la mañana a siete de la noche, pero hay días en los que no se presta el servicio mientras se realizan las reparaciones necesarias. La prioridad, explica Cuello, es asegurar que el sistema funcione de manera eficiente y que no se desperdicie el agua.
Durante este periodo de transición, Veolia se ha comprometido a operar el sistema durante seis meses sin trasladar el costo al usuario. Los gastos operativos serán asumidos por la empresa, mientras que el municipio cubrirá el valor del servicio. Además, Veolia está acompañando a la comunidad en un proceso pedagógico: los usuarios están comenzando a recibir facturas, no para pagar, sino para aprender a leer y administrar su consumo.
“Se trata de un ejercicio educativo —explica Cuello—. La factura mostrará cuántos metros cúbicos se consumieron y cuál sería el valor correspondiente, pero durante estos seis meses el saldo será de cero pesos.” La intención es que, cuando Sur Azul asuma como operador definitivo y comience a emitir facturas reales, la comunidad ya esté preparada, sepa interpretar sus consumos y asuma con responsabilidad el uso del agua.
Orozco no oculta su preocupación por las fallas que ha empezado a presentar el nuevo acueducto de Zambrano. Teme que, una vez más, la comunidad tenga que recurrir al viejo sistema para abastecerse de agua, con todos los esfuerzos y limitaciones que eso implica. Su mente se detiene especialmente en su amigo Rangel, quien, además de tener una discapacidad visual, sufre de una afección coronaria. Para él, volver a cargar agua como lo hacía antes sería un riesgo innecesario y una carga demasiado pesada.
Rangel, por su parte, solo espera que quienes están al frente del servicio comprendan lo urgente que es garantizar el funcionamiento del nuevo acueducto. “La verdad, estoy cansado y agotado de estar llevando agua en estas canecas, en una carretilla que yo mismo fabriqué para poder llevar agua a mi hogar. No quiero volver a estar en la misma situación”, dice, con la voz entre el cansancio y la esperanza. Lo que sigue, para él y para muchos en Zambrano, no es solo una obra de infraestructura: es la posibilidad de vivir con dignidad.
“La verdad, estoy cansado y agotado de estar llevando agua en estas canecas, en una carretilla que yo mismo fabriqué para poder llevar agua a mi hogar. No quiero volver a estar en la misma situación”
Jaime Rangel, habitante de Zambrano