Por generaciones, la arena ha sentido el temblor de los pies danzantes de hombres y mujeres Wayuu. En círculos perfectos, como las fases de la luna o el halo del sol, ellos repiten una coreografía milenaria que nació del viento. La Yonna, más que un baile, es una manifestación espiritual que conecta a los Wayuu con Mma —la tierra—, con Maleiwa —el dios supremo—, y con sus ancestros. En sus pasos y en su ritmo vive la herencia de Joutai, el viento que les enseñó a danzar.
Este ritual sagrado ha sido transmitido oralmente por sabios y sabias, ejecutado en momentos clave de la vida comunitaria: para agradecer por la lluvia y la abundancia, para despedir a los muertos en su camino a Jepira, para celebrar la salida de una joven de su encierro o para presentar públicamente a nuevos piaches, los líderes espirituales.
La Yonna no es una simple danza. Es un lenguaje de símbolos. Cada gesto, cada movimiento, cada instrumento tiene un valor espiritual.
La kasha, tambor ceremonial, resuena como un anuncio a los cuatro vientos: el ritual ha comenzado. En la pioi, la pista circular que representa el ciclo de la vida, los cuerpos se desplazan como nubes, zamuros, olas o tortolitas, imitando la naturaleza que los rodea y con la que viven en equilibrio.
“El Yonna representa la ritualidad, lo sagrado y una relación espiritual estrecha entre mma-tierra-naturaleza y sus hijos-Wayuu”, explica Frank Solano, antropólogo Wayuu del resguardo Mayabangloma. “Mediante las tecnologías, en el caso de la globalización, se ve más la Yonna como una muestra cultural y no espiritual”, lamenta.

Un regalo del viento
Para Herminia Mengual, sabia del pueblo Wayuu, la Yonna fue un don de las antiguas deidades. “El Yonna fue un regalo del viento, nos lo dio para comunicarnos con Maleiwa. El viento nos enseñó a bailar, así decía mi mamá”. Ella recuerda que cada detalle del ritual tiene una carga espiritual: el pioi, hecho en la arena, permite que el danzante se conecte con la tierra, con la vida y con la muerte. “El Yonna se hace en la tierra porque sobre ella ocurren todas las cosas”, dice Herminia.
Además de representar la Tierra, el pioi también es identificado con Kashi, la luna, símbolo femenino de fertilidad, seducción y poder espiritual. Algunos relatos míticos describen el pioi como el halo de Kashi, una corona lunar donde las parejas Wayuu se desplazan formando círculos para presentar un nuevo piache, festejar la sanación de un enfermo o celebrar la pubertad de una joven.
La conexión entre Kashi y la Yonna es tan fuerte que muchos creen que la danza debe realizarse de noche, bajo la luna llena, momento en que los sueños cobran fuerza y los espíritus, los aseyuu, se comunican con el mundo de los vivos. Según la tradición, son estos espíritus quienes exigen, a través del sueño, la celebración de una Yonna para restablecer el equilibrio espiritual de una persona o de la comunidad.
El círculo del pioi evoca el halo de Kashi, la luna, y de Kai, el sol. Allí se ofrenda, se despide, se agradece. Las parejas giran en espiral, guiadas por el redoble de la kasha. El hombre entra primero y reta a las mujeres. Una de ellas acepta el desafío y lo persigue con gracia y fuerza, hasta que el hombre cae de cansancio.
“El hombre representa al Wayuu, y la mujer, a Mma, la tierra. Es una metáfora de respeto y equilibrio entre hombre, mujer y naturaleza”, explica Frank Solano. “Y en esa relación, es la mujer quien persigue, recordando que la naturaleza siempre está por encima del hombre”.
“La Yonna, en suma, es un ritual polisémico que conecta al pueblo Wayuu con sus orígenes míticos, con su territorio y con su futuro”, afirma la antropóloga Ángela Carrasquero. A través del cuerpo, el ritmo, el sueño y la memoria colectiva, se narran historias de transformación, castigo, fertilidad y sanación. “El tamborero permanece firme, con el kásha terciado al hombro, marcando el pulso sagrado de la ceremonia. A su alrededor, invitados, familiares y ancestros invisibles observan cómo, una vez más, la danza reintegra el cuerpo y el espíritu en el centro del universo Wayuu”, finaliza.
De ritual a espectáculo
Con el paso del tiempo, la Yonna también ha cambiado. La globalización, el turismo y la presión de mostrar la cultura Wayuu en eventos públicos han transformado el ritual en una puesta en escena, muchas veces despojada de su carácter espiritual. Ya no siempre se danza en el territorio sagrado, sino en tarimas urbanas, festivales o ferias departamentales.
“El problema —señala Solano— es que en esos escenarios ya no se honra a los espíritus, sino que se entretiene al espectador”. Las innovaciones en los pasos, como el trote de caballo —un animal ajeno al territorio Wayuu—, se han incorporado para llamar la atención del público. Aunque visualmente impactantes, para algunos mayores estas variaciones diluyen el mensaje sagrado de la danza.
Sin embargo, para jóvenes como Ediht Paola Uriana, del resguardo de Mayabangloma, esta evolución también ha significado orgullo. “Pertenecí a un grupo de danza. Me gustó mucho aprender nuevos pasos, porque eso me permitió representar nuestra cultura y a nuestras mujeres. Me llena de orgullo”, dice.
El equilibrio entre tradición y modernidad es frágil. Mientras para algunos jóvenes la Yonna es una herramienta para visibilizar su identidad, para muchos mayores es un ritual que no debe despojarse de su espiritualidad.
Herminia Mengual lo expresa con preocupación: “Es malo lo que está pasando con la Yonna. No se debe presentar como algo a la ligera. Los espíritus se confunden, se molestan y se van. Si se van, ya no creerán en nosotros los Wayuu”.
El pioi ha sido testigo de generaciones de danzantes que han dejado allí su energía y carisma como tributo a la tierra. En cada redoble de kasha retumba el eco de los ancestros. Cada paso, cada caída, cada espiral cuenta una historia de resistencia.
En la actualidad, la Yonna vive en la tensión entre la tradición y el espectáculo, entre el ritual y la vitrina. Pero sigue siendo, para los Wayuu, una forma de volver al origen. De hablar con el viento. De rendir homenaje a la naturaleza que los sostiene. Y de recordar, danzando, que siguen siendo hijos de Joutai.
¿Podrá la Yonna seguir hablándole al viento si se olvida su lenguaje espiritual? Mientras el tambor siga sonando en la arena, los Wayuu seguirán buscando, en cada giro, el camino de regreso a Joutai.