Sostenibilidad en la selva: la resistencia al conflicto es Azul de Monte

Caquetá San Vicente del Caguán Aves | Avistamiento | Campesinado | campesinos | Caquetá | Conservación | San Vicente del Caguán
Foto: Gabriel Linares
Foto: Gabriel Linares
Bajo la sombrilla de una agencia de ecoturismo comunitario, los habitantes de la zona de reserva campesina de El Pato - Balsillas en San Vicente del Caguán, buscan zafarse del estigma de la guerra. La apuesta es por una imagen de conservación, turismo ambiental y memoria que ponga los ojos en el municipio y la reserva para que el conflicto no sea la principal referencia del territorio.

“Esto hace unos años era impensable”, dice Geyner Bedoya mientras señala unos binoculares sobre la mesa. “Si lo veían a uno con eso, lo tachaban de sapo o espía”, cuenta. Era la primera década de este siglo y la presencia de las antiguas Farc en el campo, en especial en la zona rural de San Vicente del Caguán, era constante. Los civiles, en medio del enfrentamiento entre esa guerrilla y el Estado, siempre han llevado la peor parte del conflicto armado.

Hoy, en la Zona de Reserva Campesina de El Pato - Balsillas, donde vive Bedoya, los binoculares dejaron de ser una herramienta de estigmatización. Los campesinos de la reserva, bajo la figura de la Asociación Municipal de Colonos de El Pato (Amcop), le han dado la vuelta, los han convertido en una forma de acercar el territorio y en la base de una apuesta de ecoturismo que están construyendo desde 2017.

Lo han hecho bajo el nombre de Azul de Monte Travel, una empresa de ecoturismo comunitario, conformada por reincorporados del proceso de paz y campesinos de la reserva, que fue la excusa para aprovechar los vientos de paz que soplaron tras el Acuerdo con las antiguas Farc.

Azul de Monte busca que el conflicto haga parte de la historia y la memoria, no del presente, y que San Vicente del Caguán resuene por su potencial turístico y de conservación ambiental. El nombre viene de una frase que dijo una de las más antiguas habitantes de la zona: “Esto es azul de monte”, comentó ella — en los años 50 —desde una montaña mientras veía cómo el azul del cielo se combinaba con el verde de la selva.

“Quisimos rescatar esa memoria de una de las primeras mujeres que colonizó El Pato y que hace unos años nos contó esa historia”, recuerda Bedoya.

Foto: Gabriel Linares

Una de las apuestas de Azul de Monte es el avistamiento de aves que impulsa Bedoya de la mano de Daniel Prieto, un joven avistador de aves de la región. En la zona de reserva campesina hay al menos tres binoculares que ruedan por las manos de un grupo de cinco jóvenes que se preparan para ser guías.

Karen y Katherin no superan los 17 años y ya hacen parte de ese grupo. Alrededor de su cuello cuelgan los binoculares y en el estuche de los mismos guardan la “Guía ilustrada de la avifauna colombiana”, un libro del biólogo Fernando Ayerbe. 

Lo usan para entrenarse en la identificación de pájaros por medio de sus ilustraciones, conocer su nombre científico, saber si son hembras o machos, aprender las características de su especie y los lugares en los que suelen encontrarse.

Con gorra y zapatillas, Karen y Katherin salen a su entrenamiento. Lo que podría ser una caminata de 15 minutos se convierte en un recorrido de dos horas. El silencio se rompe por el canto de los pájaros o la voz de alguna de las jóvenes que avisa del avistamiento de un ave.

“Tómele bien los colores para poderlo registrar. ¿Es hembra o macho?”, pregunta Bedoya. El registro, con descripción y fotografía, lo hacen en una aplicación del reconocido Laboratorio de Ornitología de la Universidad Cornell, a medida que realizan la ruta.

De esa forma también queda público para que otros visitantes puedan saber dónde encontraron ciertas aves y, si están en la misma zona, puedan realizar el recorrido exacto en busca de las mismas especies. Algunas, más bien exóticas porque se dejan ver muy poco, son cotizadas por los avistadores. Una de esas es un pájaro negro copetón que se posa sobre un árbol en el río El Oso, donde termina el recorrido. 

“Ese es un super registro, con ese ya nos vamos felices a la casa”, dice Bedoya mientras Karen intenta pronunciar el nombre científico del ave: “cephalopterus ornatus”, conocido como pájaro paraguas. Ella, al igual que Katherin, ha realizado unos cuatro recorridos, es decir,  uno por mes. La meta es uno a la semana para que cuando la ruta empiece a funcionar en forma, sean ellas las que la lideren y guíen los avistamientos. 

El más importante que han hecho hasta el momento es el del 11 de mayo en el que se unieron al Global Big Day, el evento mundial de conteo de aves más importante y en el que Colombia se consolidó como el destino turístico principal para esta actividad con un registro de más de 1500 especies.

David Fajardo, oficial de gobernanza del piedemonte amazónico de la World Wide Fund for Nature (WWF), explica que Colombia tiene el 10% de las aves del mundo y su biodiversidad, incluyendo la de las aves, es un factor clave para temas de conservación.

“La diversidad de especies en un determinado lugar o país permite ser más resilientes a temas ambientales, ayuda a que las especies se adapten mejor a los cambios climáticos y a permitir la vivencia de otros organismos”, dice Fajardo.

Para Bedoya, el avistamiento de aves y la vinculación de los jóvenes a estas actividades también aportan a la conservación y al arraigo al territorio. “Cuando los jóvenes conocen las especies, lo que hacen, el aporte que tienen al medio ambiente, empiezan a ser más conscientes y a querer cuidar y conservar la zona en la que estamos”, asegura.

Además, Bedoya cree que pensar la ruta de avistamiento como parte de una actividad económica que puede beneficiar a los jóvenes, también muestra que quedarse en el territorio es una opción a través de este tipo de  oportunidades laborales.

Hay un aspecto más, que es transversal en la conservación y la apuesta del ecoturismo: la resistencia y resiliencia al conflicto armado. “Aquí, hace unos meses, se estaban enfrentando dos actores armados que hay en el territorio”, dice Bedoya apoyado en el puente del río El Oso. Fue a principios de año cuando las disidencias de La Segunda Marquetalia y del autodenominado Estado Mayor Central de las Farc, se enfrentaron a tiros en medio de la disputa por el territorio. 

“Ellos (los grupos armados ilegales) van por un lado y nosotros por otro. Salir y hacer avistamiento también es una forma de resistir, de mostrar nuestra autonomía y de apropiarnos de nuestro territorio”, cuenta Bedoya.

Esa resistencia en la zona de reserva campesina ha sido histórica y transversal. Más que dejarla a un lado, en Azul de Monte Travel — la empresa de ecoturismo comunitario que quiere ser la sombrilla que recoja todas las iniciativas turísticas de la zona— quieren transformarla, incluirla como parte de la memoria histórica de la región y desmontar los prejuicios y estigmas que el territorio ha cargado durante décadas.

El Pato - Balsillas: una historia de resistencia

De la habitación de ladrillo, que parece un cuarto de reblujos, Geyner Bedoya de 41 años, saca un cilindro de metal oxidado. Es uno de los varios objetos que han llegado a él desde que tuvo la idea de crear un museo que muestre la memoria de la zona de reserva campesina y que se integre a las rutas turísticas del territorio. 

“Esto es una rampa donde metían cilindros bombas. Los enterraban hasta la mitad, ponían otro cilindro más pequeño y lo llenaban de dinamita. Lo usaba la guerrilla. Eso salía y acababa con todo. Y esto — muestra un cilindro más pequeño — eran las bombas que lanzaban desde los aviones y bombardeaban todo. Aquí siempre ha existido conflicto, siempre ha sido una guerra. Por eso queremos contar cómo nos ha afectado el conflicto, pero también cómo han salido adelante nuestros proyectos”, cuenta Bedoya desde Guayabal, una de las 27 veredas de la zona de reserva campesina.

“Se piensa que (las reservas campesinas) son subversivas, que son retaguardias de las Farc, que sus dirigentes son actores armados negando ese carácter de planificación y política pública que tenía. Las Zonas de Reserva Campesina son víctimas  colectivas del conflicto armado y tienen una gran carga de estigmatización”, decía Jennifer Mojica, exministra de Agricultura, cuando se desempeñaba como analista e investigadora de la Comisión de la Verdad. 

Esa estigmatización data más o menos desde los años 60, cuando el entonces senador conservador Álvaro Gómez Hurtado, señaló a la zona de El Pato de ser una “república independiente”.

Hasta esa parte del Caquetá llegaron parte de los desplazados de la guerra de Villarrica (Tolima), un municipio que en 1955 fue bombardeado luego de que el Partido Comunista Colombiano siguiera actuando en esta zona a pesar de que el general Gustavo Rojas Pinilla declaró ilegal las actividades de ese partido.

Según la Comisión de la Verdad, cientos de familias se desplazaron en “columnas de marcha” hacia El Pato y Guayabero y ahí inició lo que llamaron la colonización armada. Diez años después, en 1965, después de los bombardeos a Marquetalia, siguieron los de El Pato y Guayabero que llevaron a un desplazamiento masivo que en la región es conocido como “La marcha de la muerte”. Algunos habitantes se refugiaron en la selva; murieron heridos, por enfermedades o de hambre, o caminaron por días.

“Lo acontecido en 1965 se ha convertido en un referente para explicar lo que sucedió en 1980, ante el bombardeo al aeropuerto de la vereda Las Perlas, ubicado en la zona del bajo Pato, y una nueva incursión de la Fuerza Pública: la respuesta de los campesinos no fue huir hacia la selva y esconderse, sino salir a protestar a la ciudad de Neiva, capital del departamento del Huila, en lo que llamaron la Marcha por la vida para contrarrestar a aquella Marcha de la muerte”, relata el informe de la Comisión. Desde 1984, todos los años se celebra el Festival del Retorno para recordar la “Marcha por la vida” que lideró la comunidad. 

A esa historia de El Pato se suma que San Vicente del Caguán ha sido clave en la guerra, porque por ahí se movió alias ‘Tirofijo’, uno de los máximos líderes guerrilleros del país, y gran parte del secretariado de las antiguas Farc. También lo ha sido de la paz por ser epicentro de la zona de distensión y del fallido diálogo entre el presidente Andrés Pastrana y las Farc. Pero el conflicto no se quedó en el siglo pasado. “Después del 2001 el conflicto en El Pato fue peor y se fueron en contra de los campesinos sin distinguir si éramos civiles o insurgencia”, dice Bedoya.

La habitación de ladrillo desde la que habla Bedoya está sobre una colina que termina en la carretera principal que une el Huila y Caquetá. A un lado hay un par de cabañas rústicas, del mismo material, que fueron construidas para hospedar a los turistas y ofrecerlas como parte del paquete. Están construidas sobre lo que fue un campo minado en los años más duros de la guerra y que quedó limpio de todo riesgo en 2018 tras una visita de un grupo de desminado humanitario. 

A unos 10 minutos caminando, la antigua base militar que funcionaba en la zona y que se enfrentaba, de una montaña a otra, con las Farc, se transformó en un vivero que está pensado para la comunidad — y en el que esperan que los turistas también aprendan sobre plantas nativas y su aporte a la conservación— .

Por las quebradas, cañones y ríos por donde se movió la antigua guerrilla y que en ocasiones fue estigmatizada como “zona roja” por la presencia fariana, los turistas podrían practicar deportes extremos como cayoning, una actividad que consiste en escalar por una de las quebradas o cañones que tiene la zona de reserva campesina.

Más hacia el norte, en límites con el Huila, en la vereda de Balsillas, un monumento construido con las manos de Manuel Bojacá, un ingeniero agroforestal conocido como “el artista del pueblo” en la zona, da la bienvenida a la vereda. La obra es una muestra más de la guerra vivida y la resistencia de la reserva.

Fue construida luego de que dos militares asesinaran seis personas en el único colegio de la vereda. El mismo que, años después, fue víctima de un explosivo de las Farc porque el Ejército había construido el albergue escolar de la institución

Foto: Gabriel Linares

“Quise enfocar qué se podía perder si la comunidad no estaba unida. Ahí está representado la educación, la familia y la amistad, un pilar de la comunidad. Por eso también llame a la obra así: comunidad”, dice Bojacá quien también se ha sumado a la propuesta de ecoturismo comunitario.

Él, su talento y su finca integrarían parte de la llamada “Ruta de la miel” que empieza en Guayabal con la experiencia de la apicultura y termina con ellos en Balsillas realizando esculturas con cera de miel de animales típicos de la zona.

Esa es sólo una parte de las rutas y actividades que busca ofrecer Azul de Monte Travel junto con los 17 atractivos turísticos que Geyner Bedoya, asesor de la Asociación Municipal de Colonos de El Pato (Amcop) que representa a la reserva campesina, un grupo de la organización y Parques Nacionales Naturales (PNN) identificaron como aparte de un diagnóstico inicial para la propuesta de ecoturismo comunitario.

Lo hicieron en 2017 y tardaron casi un año recorriendo toda la reserva e identificando los puntos claves, justo en un momento en el que resonaba la idea de la paz tras el Acuerdo con las Farc y con disidencias débiles que poco figuraban en el escenario nacional.

“Encontramos saltos y charcos para tirar baño. Cuevas, trincheras y tumbas en las que se escondían los colonos que llegaron a la zona en tiempo de guerra. Ahí también hay petroglifos, que son dibujos rojos que los indígenas hicieron sobre roca. La idea es ofrecer un paquete de pasadía y otro de varios días que organizaremos con todos los atractivos de la zona”, dice Bedoya. 

El proyecto está en algunos papeles desde 2017, pero para el asesor de Amcop, apenas están empezando. Primero porque los golpeó la reactivación del conflicto, luego la pandemia y, ahora, de nuevo el conflicto.

Lo que sí lograron fue un piloto de turismo con unas 15 personas de diferentes regiones en uno de esos baches en los que la pandemia aflojó las medidas restrictivas y la guerra no había tomado tanto impulso. Fue en Semana Santa de 2021 y Bedoya recuerda que vio rostros felices y turistas con ganas de regresar. 

Pero en los últimos meses, el conflicto ha opacado los intentos de cambiar la narrativa del conflicto en la zona de reserva campesina. 

La paz que se escapa

A finales de mayo, el autodenominado Estado Mayor Central (EMC) de las Farc, en ese momento en cabeza de alias ‘Calarcá’ en la zona, y La Segunda Marquetalia se enfrentaron en la vereda Guayabal, en todo el centro de la zona de reserva campesina de El Pato - Balsillas.

Un mes después, los firmantes de paz que viven en la vereda Miravalle, vecina de la reserva, fueron amenazados por integrantes del EMC señalando que “varios excombatientes se han comprometido con los enemigos del pueblo” en referencia a la disidencia enemiga. 

El EMC le dio algo más de un mes a los reincorporados para que salieran del territorio. Las amenazas fueron noticia nacional porque ese ETCR había sido conocido por contar con el club deportivo de rafting “Remando por la paz” que había representado a Colombia en esta disciplina en competencias internacionales. Los firmantes de paz también se habían organizado con campesinos de San Vicente del Caguán para conformar la empresa Caguán Expeditions que le apostaba al ecoturismo. 

Tras la amenaza y la confirmación del desplazamiento por parte de los reincorporados, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Procuraduría y la Justicia Especial para la Paz (JEP) — que nació del acuerdo con las Farc —, pidieron proteger a los firmantes.

Desde la reserva campesina de El Pato - Balsillas, bajo la figura de la Asociación Municipal de Colonos de El Pato (Amcop), lanzaron un comunicado apoyando a los firmantes y pidiéndole al gobierno y a los grupos armados post Farc proteger y garantizar los derechos de los excombatientes. 

Desde entonces la mirada del país ha estado sobre Miravalle y San Vicente del Caguán. Lo sucedido en la zona es una alerta para los vecinos, en especial para los proyectos de la reserva campesina que tienen un enfoque similar y viven casi el mismo conflicto.

“Sí nos desanima un poco lo que ha venido pasando — dice Manuel Bojacá, miembro de Amcop y de Azul de Monte Travel —. Pero eso no nos impide avanzar en nuestros procesos. Por ejemplo, acá seguimos certificándonos en guianza turística”. 

Los firmantes de paz de Miravalle planean despedirse del territorio con lo que han llamado la “gran remada por la paz” que realizarán el 21 de julio. Con el sabor amargo de despedir a una población que han apoyado y con la que han trabajado de la mano, los campesinos de la reserva siguen con la mirada fija en su único objetivo: “Trabajar para que por fuera del territorio vean que acá no sólo hay guerra”.


Reportería

Nicole Tatiana Bravo García

Olga Arenas Trujillo

Gabriel Linares

Edición

Ángela Martin Laiton

Fotografía y videografía

Gabriel Linares

Esta historia fue producida con el apoyo de Earth Journalism Network

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  • Marleny
    Jul 24, 2024
    Es genial ver cómo están buscando cambiar la percepción de la región, destacando la conservación, el turismo ambiental y la memoria histórica en lugar de centrarse únicamente en el pasado de conflictos.
  • Jairo orlando polanco bolaños
    Jul 20, 2024
    Buenos días, es mi apreciación que es un artículo de largo aliento, en un resumen del sentimiento de pobladores organizados, apostando con valentía a un verdadero proyecto, eco turístico y por la paz del territorio. Gracias a estos ejercicios sociales se puede sembrar vida y esperanza en cualquier lugar del país. Ibagué 20 de julio de 2024, jairo orlando polanco bolaños.
  • ANA LUCÍA RIVERA
    Jul 18, 2024
    Interesante esta información de interés x la conservación de la naturaleza y en medio de ella conocer ka historia de esta veredas y sus alrededores felicitar a este equipo de niñas que han tomado estas iniciativas de darnos a conocer que hay mucho x hacer en nuestra region

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