Cuidadoras anónimas capítulo 4 | Cuidar a quienes no pueden cuidarse

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Ilustración: Tatiana del Toro
Ilustración: Tatiana del Toro
En Tadó, Chocó, Yomaira Rengifo dedica su vida a los demás. Trabaja ocho horas como madre comunitaria de niños menores de cinco años y todo el día como cuidadora de su mamá, una mujer de 79 años que está en silla de ruedas y tiene Alzheimer. ¿Cómo es la vida de quienes cuidan a quienes no pueden cuidarse?
Ilustración: Tatiana del Toro
Ilustración: Tatiana del Toro

Yomaira Rengifo, de 54 años, desayuna de pie. Coge una cucharada de los huevos revueltos que están en la sartén y, mientras mastica, lava la loza. Una cucharada y limpia la estufa. Una cucharada y guarda el jugo en la nevera. Una cucharada y va hasta el patio a llenar un balde con el agua almacenada que recolecta cada que la intermitencia del acueducto lo permite. A las 8:00 de la mañana, después de cuarenta minutos y una cucharada más, Yomaira le da el resto del desayuno a su mamá — que hace una hora no quería comer—, y se prepara para empezar su trabajo como madre comunitaria en el municipio de Tadó, en Chocó. 

A esa hora, Rengifo ya despachó a su hija al trabajo, bañó a su mamá de 79 años que está en silla de ruedas, preparó la bienestarina para los niños que tiene a cargo y dejó picada y sazonada la carne y el acompañamiento del almuerzo. Recibe a cinco de los 13 niños que tiene a su cargo, les da bienestarina con galletas de soda y, mientras los observa comer, se sienta por primera vez desde que se despertó.

Su día comenzó hace tres horas. Su horario laboral apenas inicia en forma y terminará alrededor de las 4:00 de la tarde. Pero su descanso sólo será hasta bien entrada la noche, cuando vaya a dormir, o hasta la mañana del domingo cuando puede dejar su casa, rumbo a la iglesia, durante un par de horas en las que deja de pensar en el trabajo o en la atención que requiere su mamá.

Yomaira tiene dos trabajos, uno remunerado y otro no. En el primero, hace parte de las 69 mil madres comunitarias que reciben un salario mínimo por parte del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para cuidar a niños menores de cinco años. 

Rengifo tiene a su cargo 13 niños, que varían los días de  asistencia, y a los que se encarga de darles dos refrigerios, almuerzo e impartir una enseñanza básica para que lleguen preparados al colegio cuando tengan edad. “Como madres comunitarias nos la jugamos toda: somos madres, enfermeras, profesoras”, dice. 

En el segundo trabajo, que es paralelo y nunca acaba, Yomaira se dedica a cuidar a su madre, María Claritza Moreno, a quien en Tadó conocen como Gladys, una mujer de la tercera edad que sufre de Alzheimer y está en silla de ruedas desde hace unos seis años cuando le amputaron su segunda pierna. En ese trabajo no hay pago, horarios, vacaciones ni espacio para descansar. Aunque podría ser una labor compartida con sus tres hermanos hombres, no es así. 

Foto: Nicole Bravo

Quien más le ayuda es su hermano menor. Cuando ella ha tenido que trasladarse a Medellín o a Quibdó, por urgencias médicas propias o de su mamá, él se pone al frente del hogar: le cocina a los niños, hace el oficio y, cuando corresponde, cuida de Claritza. Su ayuda no se limita a las urgencias. Casi todas las mañanas llega a su casa para ayudar a movilizar a su mamá en las primeras horas del día. Le ayuda a levantarla de la cama a la silla de ruedas, a trasladarla hasta el patio, donde Yomaira la baña; a veces le da el desayuno y cuida de ella unos minutos antes de seguir para su trabajo. 

“Ellos no son capaces de venir el fin de semana sin que yo les diga. Me toca llamarlos, decirles que voy a salir, que los necesito y se quedan dos o tres horas. Pero no ven que yo necesito descansar”, dice Yomaira.

Cuando le preguntan si cree que la responsabilidad de cuidar a su mamá recayó por completo en ella por ser mujer, Yomaira se queda en silencio por unos segundos como meditando la respuesta: “Yo creo que sí. Ellos (los hermanos) quizá lo ven y lo decidieron así porque soy la única mujer desde que murió mi hermana”. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), en 2020, el 82 por ciento de quienes se dedicaban al cuidado de una persona con discapacidad en su hogar eran mujeres.

Sin descanso

Foto: Nicole Bravo

A las 5:20 de la mañana, Yomaira ya está en la cocina. Una cofia azul le cubre el recogido de su pelo afro, el tapabocas le oculta la boca. Usa un delantal blanco que al final del día no ha cambiado mucho de color. Se mueve con rapidez, como afanada, pero con la certeza de saber lo que hace y para qué lo hace. 

El telón de fondo de sus mañanas es La Soberana, una emisora comunitaria de Tadó. Su tiempo lo mide a la par del noticiero radial, sabe que cuando empiece debe haber terminado en la cocina y estar atenta a la llegada de los niños. A las 8:30 les da un refrigerio, a las 9 es la pedagogía, a las 10 una fruta y de regreso a la cocina para finalizar el almuerzo que sirve a las 11:30. Sigue la cepillada de dientes, la organización de las colchonetas, la siesta y el refrigerio a eso de las 3 de la tarde, antes de la despedida.

En medio de esa rutina hay abrazos, cambios de pañales y llamados de atención, a veces dirigidos a los niños, a veces dirigidos a su mamá. Su nombre retumba en la casa como un disco en bucle, cuando no viene de una voz infantil, viene de una adulta de la tercera edad: “Yoma”, “Yomaira”, “seño Yoma”. Todos la necesitan, todos la llaman.

Se la pasa entre tres espacios pegados el uno al otro: la sala, donde están los niños, la cocina donde prepara las comidas y el cuarto de su madre llevándole refrigerios, verificando que esté bien y atendiendo sus llamados. A Yomaira Rengifo nada la exalta, parece cubierta de una paciencia infinita. 

Ríe, juega con los niños, responde a todos los llamados que hace su mamá, pone música infantil, busca la caja de dientes que su madre perdió en el cuarto, enseña los colores del arcoíris, está pendiente que nadie deje comida en el plato y reparte besos y abrazos por toda la casa. 

Cuando acaba su jornada de trabajo como madre comunitaria, continúa — porque nunca ha parado — con la de cuidadora. María Claritza Moreno se la pasa yendo y viniendo en silla de ruedas de un extremo de la casa a otro. Sus dos piernas fueron amputadas, la primera hace unos 15 años y la segunda hace seis. Los problemas de diabetes se combinaron con accidentes o heridas que comprometieron los miembros. 

Foto: Nicole Bravo

En Tadó no hay cifras sobre el número de personas que están en condición de discapacidad. “Cuando llegamos a la administración, no conseguimos ningún registro, informe o base de datos frente a la comunidad con discapacidad. Solo nos entregaron una relación de unos 105 certificados (de personas en condición de discapacidad). Ahora estamos trabajando para iniciar el proceso de caracterización”, aseguró Brenda Julieth Mosquera, Secretaria General y coordinadora de Salud y Educación del Municipio.

Luz Samira Mosquera, una lideresa social que lleva las banderas por los derechos de la población con discapacidad en Tadó, asegura que, sólo unas cien personas cuentan con certificados en el municipio, a pesar de que hay entre 300 y 400 personas que tienen algún tipo de discapacidad. Una de ellas es Claritza Moreno, quien, además de contar con su certificado de discapacidad física, también tiene un diagnóstico de Alzheimer que le anunciaron a inicios de este año. 

Los días de Moreno pasan, en su mayoría, entre la habitación y la ventana de la sala desde la que observa el pueblo. Cuando acaba la jornada laboral, Yomaira se sienta frente a la puerta de su casa a ver pasar la vida en Tadó y a observar a su mamá. Es su forma de acompañarla en esos pequeños momentos de concentración o de olvido.

Yomaira admite que la salud de Moreno se ha deteriorado: olvida lo que pasa en el día, come poco y ha bajado de peso. Pero con la paciencia que la caracteriza insiste en que coma, sonríe cuando se quita el pañal porque sabe que le incomoda y responde a todas las preguntas e intentos de conversación que hace su madre. 

El día de Yomaira continúa con varias tareas: organiza la casa, peina a su mamá, cocina la cena, se la sirve, arregla el cuarto de Moreno, está pendiente de si quiere ir al baño, le pone la pijama, reza el Rosario ante el altar que levantó en una de las esquinas de la habitación y la acuesta a dormir.

Antes de ir a la cama, Yomaira frota una crema mentolada sobre su cuerpo para relajarse y que el cansancio del día pese un poco menos en la noche. La rutina no cambia mucho el fin de semana. Sin los niños, las horas se van en el aseo de la casa: lavar sábanas, tendidos, cortinas y ropa, barrer, trapear, sacudir y aprovechar las horas para hacer lo que entre semana no logra. 

Según la Cuenta Satélite de Economía del Cuidado del DANE, que busca visibilizar la relación entre el trabajo remunerado y no remunerado, además de las horas laborales, las mujeres dedican un promedio de 30 horas semanales al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. Eso quiere decir que mujeres como Yomaira, que son asalariadas, trabajan en realidad un promedio de 73 horas a la semana. 

La profe Yomira Rengifo

En Tadó la conocen como “la profe Yomaira Rengifo”. Nació y se crió en el municipio en una familia que durante décadas se dedicó a la minería artesanal. Primero se formó como normalista y luego como docente de primera infancia. Soñaba con estudiar derecho o ciencia política porque para ella los discursos en plaza pública y el liderazgo político son fascinantes. En tiempos electorales disfruta las campañas y no hay cansancio que le impida participar. 

Se fue con paso firme por la docencia, su segunda pasión. La oportunidad de ser madre comunitaria le llegó justo en el último día de la novena que le hicieron a su hermana cuando falleció por cáncer. Un primo se le acercó y le contó que iban a crear un hogar comunitario en Tadó. Dos años después, su casa se había convertido en el punto de encuentro de más de una docena de niños que no podían acceder a una guardería privada. 

Foto: Nicole Bravo

“Cuando llega el fin de semana me hacen tanta falta esos muchachitos. Me siento como vacía. En el receso de diciembre pasan por acá y siempre gritan ‘la guardería de la Seño’. ¡Eso es un amor!”, dice Rengifo mientras va contando, entre risas, esas experiencias diarias que la llenan: la fila de niños pidiendo un abrazo, la insistencia para que alguno use zapatos, los intentos fallidos para que le hagan caso.

“Dios es grande y poderoso. Él, en medio de su misericordia, me ayuda, me da la fuerza y la fortaleza para seguir. Porque la verdad es que me toca duro”, asegura Yomaira cuando le preguntan cómo maneja su cansancio. Tal vez por eso mismo, para ella, el único lugar de esparcimiento y en el que ve un descanso, es la eucaristía a la que asiste  los domingos a las 7 de la mañana,  a media cuadra de su casa. A esa hora su mamá aún está durmiendo y la deja al cuidado de quien esté en la casa o de su hermano menor que a veces la cubre.

Yomaira dice que si tuviera tiempo libre del que pudiera disponer, le gustaría seguir estudiando, hacer algún diplomado sobre primera infancia y aprender más para poderlo aplicar con los niños. Después de recordar la fecha de la próxima cita médica que tiene agendada su mamá y de pensar en cómo organizar los tiempos para acompañarla, Yomaira agradece a Dios porque dice que él le da la fuerza para levantarse todos los días y la fortuna de permitirle vivir más días con su mamá.

* María Claritza Moreno, mamá de Yomaira Rengifo, falleció la semana pasada, casi un mes después de hacer esta reportería y conocer su historia. Yomaira Rengifo permitió que se contara y publicarán las fotos con su mamá para visibilizar parte del trabajo que tienen los familiares que se encargan del cuidado de quienes tienen alguna discapacidad.

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  • Iris
    Jul 25, 2024
    Una mujer muy admirable luchadora

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