Los lunes para Marleny González comienzan a la 1 de la madrugada, cuando todos en el municipio duermen. Se prepara un agua de panela con galletas y sale de su casa en la vereda La Arboleda. Desde ahí se va a pie, empujando su carreta, durante dos horas hasta llegar a la vereda El Siete y al casco urbano de El Carmen de Atrato, donde busca entre las canecas de basura el material que le pueda servir para reciclar.
Marleny, a quien la gente llama “Pucha” (porque pedía puchos o limosna), debe estar en los puestos de basura antes de las 9 de la mañana porque a esa hora pasa el vehículo recolector que se lleva todos los residuos al relleno, por eso prefiere ir de madrugada. “En El Siete ya me conocen y me guardan materiales, me llaman y me dicen tenemos cartoncito venga por él y me toca antes de que la volqueta baje con el último viaje y arrastre con todo porque me quedo viendo un chispero. Recibo lo que la gente me da, les digo que cualquier cosita va a servir y busco en las canecas”, dice Marleny, de 63 años y quien desde hace 23 años se dedica a reciclar.
Es una mujer que siempre sonríe, habla fuerte, con una voz ronca, pero con un humor que mantiene vivo en toda la charla. Sus ojos son color miel, y los delinea con un lápiz negro. Se aplica un labial rosa, un rubor suave y dice que siempre sale bien vestida: “No por ser recicladora debo estar con trapos feos”.
Uno de los implementos que no le puede faltar a Marleny es su carreta, la deja “estacionada” en un ranchito al frente de su casa en el que además tiene material reciclable como sillas o llantas que son más pesadas y no puede entrar a su vivienda. La carreta es pequeña, pero dice que es apenas para su fuerza. La empuja unos 8 kilómetros y cuando ve cartón, vidrio, plástico, entre otros, los va amarrando en costales. “Trato de organizar todo lo mejor posible para montarlo a un carro y regresar a las 6 de la tarde por eso”, cuenta. Debe pagar un chivero (jeep o campero) que le cobra 18 mil pesos por el trayecto a La Arboleda, ahí se sube con los costales y su carreta.
Al llegar a casa, a las 7 de la noche, se sienta en el sofá gris, bastante manchado y también reciclado, que está en el corredor. “Llego con mucho cansancio, me duele todo el cuerpo, hasta el pelo. No me paro de este sofá en una hora, me tomo un café con algo de comer, me baño y me acuesto”, describe. Los días siguientes se queda seleccionando la “materia prima”, como le llama: vidrio, cartón, papel, plástico y si le va bien y tuvo suerte esa semana: el añorado cobre, que es por lo que más pagan. Mientras que por todos los primeros recibe entre 70 a 300 pesos el kilo, por el aluminio dan 3.000 pesos y por el cobre 25.000 pesos el kilo. “Gano unos 200 mil pesos al mes y unos 950 cuando me va bien. Antes vendía más, pero desde el año pasado bajaron los precios. No le queda a uno sino el cansancio”, puntualiza.
Es un trabajo que requiere la habilidad para saber qué sirve y rapidez para ir separando. “Solo acá sé con una navaja si es cobre y si me sirve al pelar el cable. La vez pasada me dieron tres paquetes y salieron dos malos y uno bueno. Hay plástico que no sirven para reciclar como la de las sillas de oficinas. Eso de reciclar tiene su mecha y fui aprendiendo en el proceso qué sirve para vender y qué no”, asegura.
Marleny vive con su esposo en una casa de un solo piso y al lado derecho de la vivienda tiene un espacio al que llama “la oficina” en el que separa el reciclaje. No tiene ni escritorios ni sillas y en cambio tiene un contenedor en el que deja todo el material y lo va separando en bolsas debidamente marcadas y organizadas y sin producir ningún olor. “Separo el material de una vez, no traigo basura a mi oficina. Saco vidrio, pasta, bolsas, el cartón y acá termino de separar el vidrio blanco, café y amarillo. Les quito el plástico, se quitan las tapas porque si no se separa no me lo compran”, agrega. Su casa la adquirió hace 26 años, es acogedora, tiene fotos familiares y cuadros de sus 5 hijos y de su familia. Todo debidamente organizado e impecable.
"Separo el material de una vez, no traigo basura a mi oficina. Saco vidrio, pasta, bolsas, el cartón y acá termino de separar el vidrio blanco, café y amarillo"
Marleny González
Ese mismo lunes, pero a las 3 de la mañana, en una casa ubicada en La Mariela, en la vereda que conecta El Siete con el casco urbano de El Carmen de Atrato, se encuentra María Lucely Taborda lista para salir a reciclar. Tiene 62 años, de los cuales lleva 34 reciclando. Llega al pueblo a las 5:30 de la mañana, allí ya es conocida y la gente le guarda todo el material. “Solo desayuno un tinto y me contacto con la gente que ya me conoce, a cualquier hora que me llamen voy por el reciclaje”, afirma.
María Lucely es descomplicada. “No me miro ni al espejo, solo veo que la gorra esté bien y a veces le pregunto a la gente si tengo la cara sucia”, dice. Se identifica por llevar siempre un chaleco, de tela militar con bolsillos, esto con el propósito de guardar el dinero que le regalen, y no le puede faltar una gorra con capa para protegerse del sol: “Este conjunto lo encontré en la basura y ya no me lo quito porque por eso me reconocen. Me dicen que es mi chaleco antibalas”. María Lucely es una mujer con argumentos fuertes y más si habla de política, fue dos veces candidata a la Alcaldía del municipio donde logró solo 11 votos, aunque asegura que no apareció ni su voto y que le robaron las elecciones.
"Este conjunto lo encontré en la basura y ya no me lo quito porque por eso me reconocen. Me dicen que es mi chaleco antibalas"
María Lucely Taborda
La conocen como “la 500” y ha aprovechado su apodo para llamar a su recicladero con el mismo nombre. Es un terreno amplio en el que tiene toneladas de material por reciclar, tanto que emplea a unas 20 personas más del pueblo para separar los residuos aprovechables y les paga, según lo que salga. “Hay gente que trabaja hasta las 10 u 11 de la noche. Yo me quedo a veces hasta la 1 de la mañana porque esto da mucha lidia”, recalca Lucely.
“Acá hay materia prima, no hay nada de basura”, afirma Lucely. Ella se siente cómoda en su lugar, sentada entre bolsas, llenas de plástico y de cartón. Dice que no hay necesidad de sillas en este espacio, tanto que atiende a todo el que llega entre las lonas.
Destaca que es una labor que aporta al cuidado del medio ambiente, pero por la que cada vez se obtienen menos ganancias: “Yo hago esto por cuidar al medio ambiente porque ahora esto no da plata. El reciclaje solo alcanza para la comida porque el material está muy barato. Me mantengo entre la basura buscando cosas para vivir, pero claramente esto cada vez da menos. Antes ganaba hasta unos 6 millones mensuales y desde hace dos años esto cambió. Así llene ese carro con tulas, entre transporte y comida me quedan solo 200 mil pesos”.
María Lucely tiene 7 hijos, la mayoría son profesionales, a quienes sacó adelante con el reciclaje. Puntualiza que hará esta labor hasta el final de sus días: “Le dije a Dios que si me tiene viva 90 años, le reciclo los 90”.
Mientras Marleny y Lucely trabajan desde sus casas y deben salir a los puntos de recolección para que el camión no se lleve todo como si fuera simplemente basura, Olga Zapata espera en el relleno La Arboleda la llegada del vehículo para empezar a reciclar. El relleno es un espacio que contrasta entre las montañas de El Carmen. Los tapan con plásticos para evitar que lleguen los gallinazos o chulos, que aprovechan cualquier espacio o bolsa para comerse la basura. Cuando se ingresa al relleno se siente un olor fuerte, producto de los desechos en descomposición, pero que con el tiempo ese olor se esfuma y desaparece por completo. Por esto, las mujeres pueden durar hasta ocho horas reciclando y no sentir ninguna molestia.
Olga Zapata, de 46 años, se levanta a las 5 de la mañana y alista a sus dos hijas, de 13 y 10 años, para ir al colegio. Luego, camina unos 30 minutos hasta el relleno La Arboleda. Aunque el vehículo llega a las 11 de la mañana, ella está desde las 8 de la mañana en el lugar para ir separando el reciclaje.
Es una mujer seria. Prefiere estar siempre con “uniforme”, que consiste en overoles y botas que recogió en la basura. Se protege del sol con una gorra, lleva un canguro en el que guarda su celular, alcohol, acetaminofén y unas toallas higiénicas, y siempre usa guantes y tapabocas.
Su jornada comienza a las ocho de la mañana y trabaja hasta las tres de la tarde. “A las 11 de la mañana, cuando sube el carro con la basura, me pongo a reciclar. Me subo a mi puesto y me pongo a separar material, y terminamos tipo tres de la tarde”, cuenta Olga.
Olga destaca que con esta labor ha podido salir adelante: “He vivido prácticamente de esto, he hecho otras labores, pero no tan dedicadamente como el reciclaje, gracias a este trabajo he podido sobrevivir y sacar adelante a mi familia”.
“Esta labor me gusta mucho, a mí me encanta, sobre todo porque sé que con esto ayudo al medio ambiente, que hay que proteger ahora”, dice Olga. En el relleno también trabajan su cuñada, Maribel; su mamá, María; junto con otras dos mujeres, Martha y Socorro.
"Esta labor me gusta mucho, a mí me encanta, sobre todo porque sé que con esto ayudo al medio ambiente"
Olga Zapata
En total, en el relleno trabajan 5 mujeres. Los lunes y viernes llega el material orgánico y los martes el reciclaje, pero la mayoría no separa los residuos y terminan mezclados con la basura. “Hacemos la clasificación de la basura, sacamos todo lo que es aprovechable, lo que es cartón, archivo, el PET (plástico reciclado utilizado en envases y botellas de gaseosa, agua y aceite)”, cuenta. Al fondo, a unos tres minutos caminando desde el relleno, están las casetas donde cada una guarda sus materiales, separados y organizados listos para vender entre lonas y telas que van marcando con letreros de plástico, vidrios, etc.
Olga alquila un camión para poder vender los materiales en Medellín, pero, igual que las demás, advierte que cada vez ganan menos. “Con este trabajo no es que se va a ganar un poco de plata porque eso también depende mucho del precio y del valor en Medellín. El año pasado le quedaban a uno hasta 600 mil pesos libres y ahora solo son 300 mil pesos”, agrega. Un informe del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia y la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios sobre la caracterización de las organizaciones de recicladores de oficio indica que un 64 por ciento de las personas que se dedican a esta labor reciben entre 400 a 800 mil pesos de remuneración mensual. Es decir, no alcanzan a un salario mínimo. Sin embargo, en el estudio se visitaron sólo 17 departamentos en el que no se incluyó El Chocó.
Ninguna de las tres tiene una hora fija para las comidas, desayunan y almuerzan lo que pueden y lo que alcanzan a preparar para llevar en el camino, o lo que les regalan. Marleny, por ejemplo, destaca que hay personas que las ayudan y les dan alimentos o dinero: “Llevo un porta y desayuno, hay gente que a veces me invita a un perico con buñuelo. Un lunes un muchacho me miraba y me dio 50 mil pesos, casi me voy para atrás, le di hasta la mano. A mí me han marcado las ayudas que me hacen las buenas personas y que respetan esta labor de reciclaje”.
Falta de implementos de seguridad
Marleny y Lucely no usan guantes, pero tienen siempre las manos cuidadas y limpias. Aunque ya cuentan con señales propias de su edad, y de la exposición permanente al sol y al agua, son manos fuertes con las que van destapando y desarmando todo el material con el que se cruzan, sin importar, si incluso, están en riesgo de cortarse.
“Solo uso un guante en la mano derecha porque si tengo un guante en la izquierda no soy capaz de romper las bolsas. Cuando me acuerdo me unto crema de manos y cuando veo que me va a coger la tarde, no. Mis manos ya se acostumbraron y no se me secan, a veces se me acalambran del frío, se entumecen los dedos de tanto abrir y cerrar bolsas. Agradezco a mis manos porque son mi trabajo, sin estas no soy nada”, dice Marleny. Ella solo usa tapabocas cuando tiene gripa y no le gustan los overoles porque los que encuentra en la basura le quedan grandes.
"Mis manos ya se acostumbraron y no se me secan, a veces se me acalambran del frío, se entumecen los dedos de tanto abrir y cerrar bolsas"
Marleny González
“Soy alérgica a los guantes porque me da piquiña, no uso tapabocas ni guantes. No me aplico nada de cremas ni nada”, agrega Lucely. Ella prefiere usar tenis por comodidad, pero de vez en cuando se pone botas de caucho.
Olga, por su parte, sí usa guantes, pero dice que se rompen en un día de trabajo: “Encontramos nuestros implementos en la basura, los lavamos y desinfectamos. A veces hay overoles buenos, guantes nuevos. En el reciclaje se rompe mucho guante, si usted llega ahí coge un vidrio, ya se rasgó. Se rompe en un día de reciclada”.
“Cuando hace mucho sol, de todas maneras nos toca trabajar, y si es lluvia, ponernos carpas o algo y seguir trabajando. Yo creo que eso es lo más duro”, agrega Olga. Otra de las falencias que hay para su trabajo es que no tienen un espacio adecuado para separar el reciclaje. Ellas construyeron unas casetas, pero cuando llueve se inunda y pierden el cartón y el papel. “El techo está prácticamente deteriorado, cuando llueve se me inunda la mercancía y mi puesto se vuelve una piscina”, describe.
Además de guantes, Olga pide overoles. “Viene mucha cosa contaminada y salen olores más fuertes. Hay animales muertos y uno coge la bolsa y se le pega el olor”, dice.
Olga, Marleny y Lucely piden recibir un salario base por su trabajo y no depender solo de lo que reciclan porque es un mercado inestable, pero esto no es posible porque no están asociadas y no pueden recibir prestaciones sociales. “Necesitamos un subsidio y atención en salud. Ojalá le dieran a uno dos uniformes de recicladores porque eso se ensucia y en el invierno no se seca del lunes para el viernes”, dice Marleny.
“Todos los recicladores deberían de obtener un jornal justo por el gobierno, somos los que nos desgastamos con este material y nos maltratan, nos escupen y nos miran feo”, recalca Lucely.
En El Carmen no hay un censo de cuántas personas se dedican a este trabajo y las mujeres consultadas (Olga, Marleny y Lucely) reconocen que el proceso para asociarse es difícil. “No se ha podido. Acá cada una maneja su tiempo y no nos hemos podido reunir todos. Es complicado porque cada una trabaja a su manera”, confirma Olga.
En cuanto a atención en salud, Olga comenta que sufre de vértigo, enfermedad que afecta su trabajo. “Por el oído derecho ya no escucho nada, por el izquierdo ya va en la mitad prácticamente. Es una enfermedad que no tiene cura, es como una borrachera, puedo estar aquí sentada con ustedes y me puede dar el bajón y me desmayo”, cuenta.
Marleny, por su parte, sufre de dolores en la columna de tanto estar agachada y hace dos meses fue operada de apendicitis, sin embargo, eso no ha sido un impedimento para seguir trabajando. “Tuve que hacerme infiltraciones en la columna pero así me toca trabajar porque la situación no es fácil. Han aumentado los dolores del cuerpo, me la paso tomando pastillas como acetaminofén e ibuprofeno todos los días, mínimo dos veces”, dice.
Por su parte, Edwin Salazar, educador popular campesino en El Carmen de Atrato y quien trabaja en conservación y el cuidado del ambiente, advierte que quienes se dedican a esta labor requieren elementos de bioseguridad. “Ellas están expuestas a un relleno sanitario y a materiales contaminados, están en contacto directo con saliva y para manipularlos deben utilizar una ropa de trabajo que cubra completamente todas sus extremidades, guantes y una mascarilla”.
“El reciclar hace que haya menos contaminación de las fuentes hídricas y de los suelos y menos emisiones de gases de efecto invernadero. Es necesario dignificar la profesión de reciclador y reconocer la importancia de su labor para el cuidado del ambiente, proporcionando seguridad económica, social y alimentaria”, añade el educador popular.
"Ellas están expuestas a un relleno sanitario y a materiales contaminados, están en contacto directo con saliva y para manipularlos deben utilizar una ropa de trabajo que cubra completamente todas sus extremidades, guantes y una mascarilla"
Edwin Salazar, educador popular campesino
Juan Jairo Sánchez, gerente de Aguas de Carmelo, indica que es importante que ellas se asocien para gestionar los recursos y ayudas. “La ley colombiana cobija con unos derechos especiales a las recicladoras de oficio. El Gobierno destina los recursos, pero si no están asociados es muy difícil”.
Sin embargo, esto no se trata solo de voluntades, por eso las mujeres han pedido apoyo para organizarse y emprender el proceso. El decreto 596 de 2026 exige que para formalizarse como reciclador de oficio se cumplan varios requisitos: registro de toneladas, de facturas de comercialización, de vehículos de transporte, de básculas y de rutas de recolección, y de un registro ante la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios.
Para Jadira Vivanco, coordinadora regional para Colombia y Centroamérica de Latitud R (plataforma que trabaja en el reciclaje inclusivo), quienes se dedican al reciclaje son héroes ambientales: “Limpian el rostro del mundo con las manos y así en los diferentes países se les va reconociendo como héroes ambientales. Es una tarea que nadie la haría y menos en las condiciones en las que hoy están. En una bolsa de basura pueden encontrar botellas, cartones, pero en otra, papel higiénico de nuestros baños, toallas sanitarias, agujas y vidrios”.
“Limpian el rostro del mundo con las manos y así en los diferentes países se les va reconociendo como héroes ambientales. Es una tarea que nadie la haría"
Jadira Vivanco, coordinadora regional para Colombia y Centroamérica de Latitud R
Vivanco recalca que se debe trabajar en la formalización de todos los recicladores y que cuenten con prestaciones sociales. Según cifras de Latitud R, en Colombia hay cerca de 60.000 recicladores y de estos el 60 por ciento son mujeres. “Mayoritariamente son mujeres, durante la pandemia se resaltó el papel de la mujer en el reciclaje porque se dedican al cuidado no solo de su familia sino al cuidado ambiental. Tenemos organizaciones que son solo de mujeres”. Sin embargo, reconoce que no hay datos del Chocó.
Una labor de cuidado que le da “vida” al relleno
Una de las condiciones para que el relleno La Arboleda se construyera en esa vereda era emplear a las mujeres de ese lugar. Así llegaron Olga, su cuñada Maribel y su mamá, María. Desde el 2012 se abrió el segundo relleno y se le dio una vida útil de 20 años. Gracias a la labor de estas mujeres y de quienes se dedican al reciclaje en el casco urbano del municipio, el relleno todavía se encuentra operando y en perfecto estado.
Juan Jairo Sánchez, gerente de Aguas de Carmelo, cuenta que es un relleno al que se llevan los residuos del casco urbano y de las veredas Hábitat, El Siete, El Porvenir y La Argelia. “El relleno funciona por celdas. Se reciben los residuos semanalmente y los vamos acumulando y se va tapando. Es un relleno que no emite olores fuertes, sino los olores normales de cualquier relleno”, dice.
Sánchez destaca la labor de las recicladoras y advierte que hace falta más educación y conciencia ambiental. “La gente no separa los residuos y esto dificulta la labor de las colaboradoras que tenemos en el relleno. La labor de ellas es muy importante porque alarga la vida útil de este relleno. Sin ellas, este relleno pasaría de 20 años a 10 años o menos”. Para generar mayor conciencia, han ido a guarderías y colegios con el fin de enseñar a los más pequeños a reciclar.
"La labor de ellas es muy importante porque alarga la vida útil de este relleno. Sin ellas, este relleno pasaría de 20 años a 10 años o menos"
Juan Jairo Sánchez, gerente de Aguas de Carmelo
Olga concuerda en que faltan más capacitaciones y resalta que no es un trabajo fácil. “A nosotras nos toca duro, no piensan en lo que uno tiene que hacer acá para poder sacar algo que sirva. La gente realmente no sabe reciclar en El Carmen, revuelven todo. Da lástima dejar perder el material y si uno no lo saca, entonces se va a llenar más el relleno”.
“Trabajo con el fin de sacar los residuos aprovechables. He llegado a las canecas hasta el tope y las he reducido. Entre más me esmere a recoger reciclaje, estoy dando pasos para un mejor medio ambiente, se ve todo más bonito, y no terminan todos esos frascos y esa basura en el relleno o en el río Atrato”, puntualiza Marleny.
Lo mismo opina Lucely: “Ayudamos al cuidado del medio ambiente buscamos que toda esta basura no se vaya al río”.
Dinier Ríos Mena, director de la Umata, resalta que El Carmen de Atrato tiene una responsabilidad especial debido a su biodiversidad y la importancia del río Atrato: “Tenemos una ardua tarea en lo que tiene que ver con el medio ambiente porque en nuestro municipio nace uno de los ríos más importantes de Colombia y uno de los más importantes del Chocó porque ya está nombrado como sujeto de derecho a través de una sentencia, la T- 622 del 2016, que le otorga al río Atrato todos los derechos”.
En cuanto a los residuos aprovechables, Ríos Mena explica que realizan talleres de sensibilización en las 29 veredas y un corregimiento de El Carmen, junto con la mesa ambiental y el cuerpo colegiado de guardianes. Sin embargo, indica que faltan recursos: “Necesitamos dinero para seguir gestionando talleres, materiales y el cuidado del medio ambiente”.
Jadira Vivanco, de Latitud R, reitera que el pago que reciben los recicladores no es suficiente. “Los productos que se comercializan varían de precio. Es la trampa de la pobreza, hablamos de formalización para algunas cosas como pagar impuestos, pero son informales para tener salud, pensión, y ni siquiera pensar en unas vacaciones”.
"Si ellas no reciclaran, viviríamos en un basurero"
Jadira Vivanco, coordinadora regional para Colombia y Centroamérica de Latitud R
Además, Vivanco puntualiza la labor de cuidado que realizan las mujeres: “Son la última frontera frente a la contaminación de mares y océanos, ellas están recuperando lo que más puedan y se responsabilizan de una tarea que nosotros no hacemos: no separamos los residuos, no somos conscientes de lo que consumimos, por eso son nuestros héroes ambientales”. “Si ellas no reciclaran, viviríamos en un basurero”, añade.
Marleny, Olga y Lucely resaltan que lo que ganan no les alcanza, pero que seguirán en esta labor hasta que puedan. “Considero que es una actividad de cuidado al medio ambiente. Sin embargo, no es suficiente lo que me pagan. No recibimos ni una parte extra, de lo que trabajamos aquí depende del sueldo, pero lo seguiré haciendo hasta el final”, concluye Olga.