La historia del origen del territorio del pueblo Ticuna comienza con Mowíchina, el dios creador de los creadores; Ngṵtapa, el primer inmortal creado por Mowíchina y destinado a crear seres mortales; y sus hijos Yoí e Ípi. Estos últimos decidieron acabar con la vida del árbol Wone, que cubría todo el territorio de Ngṵtapa. Sin embargo, como el árbol no quería morir, tuvieron que extraerle el corazón. El último en quedarse con él fue Tintín, quien lo sembró en la cima del cerro Moroapú. De allí creció el árbol de Umarí y su primer fruto dio origen a la mujer.
"Por eso las mujeres Ticuna somos tan dulces como el Umarí", dice Albertina Silva. "Tan dulces que se puede oler nuestra presencia a metros de distancia, esa es la dulzura que le ponemos a la chagra”. Albertina tiene 47 años y ha dedicado su vida a defender la importancia de la chagra en su comunidad: el resguardo San José, ubicado en el Kilómetro seis de Leticia. La chagra, además de proveer el alimento para las familias indígenas, es un espacio de enunciación política de las mujeres amazónicas, desde allí se posiciona y sitúa su participación.
Mujeres como Albertina son herederas de una tradición ancestral que aprendieron de sus madres y abuelas, tradición que ha contribuido a la conservación de la selva y la pervivencia de la lengua. En Consonante hablamos con ella sobre su rol como docente intercultural, mujer y encargada de seguir replicando esta tradición en medio de los retos que enfrentan con las nuevas generaciones.
Consonante: ¿Cuál es la importancia de la chagra?
Albertina Silva Manrique: La chagra es el entorno principal de una mujer indígena. Nosotras las mujeres indígenas no podemos hablar cuando tenemos el canasto vacío. La chagra es la fuerza mayor que tiene la mujer indígena, porque desde ahí es que nos identificamos como mujeres empoderadas del territorio.
Yo soy muy clara en mis cosas, y lo digo así porque en mi rol como mujer tengo que tener el presente vivo de la chagra, tengo a cargo la educación de mis tres hijos y con la chagra mantengo a mi familia.
C.: Además de ser el lugar para sembrar, entiendo que ahí se transmite conocimiento, ¿de qué manera?
A.S.M.: La chagra sirve para muchas cosas. Por ejemplo, allí hacemos juegos autóctonos, o practicamos nuestros bailes tradicionales, como La Pelazón (la tradición más importante del pueblo Ticuna). Pero para hacer un baile tradicional con nuestra niñez y nuestra juventud, tenemos que tener una chagra inmensa que pueda también ofrecer el alimento a nuestros invitados.
Hacer chagra es algo del núcleo familiar de cada casa. Pero cuando hacemos chagra grande, hacemos la minga, para socalar y tumbar más rápido. Eso lo hacen los hombres. Y nosotras, las mujeres, echamos candela a la chagra, empezamos a juntar los palitos para hacer la hoguera y sembramos.
Mis hijos también colaboran para sacar almidón, para sacar fariña, porque no desperdiciamos nada de la yuca.
La Pelazón es un ritual de iniciación femenina en el que se recluye a una mujer, después de su primera menstruación, en un cuarto de su casa llevando una rigurosa dieta. Tiempo después se celebra en su honor una fiesta, en la que se le enseñan los valores espirituales y sociales de su cultura a través de cantos, danzas, pinturas y el corte de cabello, entre otras acciones cargadas de sentidos simbólicos
C.: ¿Por qué es la mujer la encargada de la chagra?
A.S.M.: Mi mamá decía: hay que tener mucho cuidado con la chagra y el hombre no es de cuidado. La mujer con su cuidado mantiene la chagra limpia, aseada, y la producción es prácticamente dulce, porque nosotras endulzamos con amor todo lo que tenemos en la chagra. Tenemos la esencia del Umarí. Todas las mujeres de la etnia Ticuna somos dedicadas, somos chagreras.
Por ejemplo, no sembramos cuando tenemos el periodo porque ahí dañamos los árboles frutales, la yuca, el plátano, el ñame y todo lo que vamos a sembrar. Tenemos que estar en reposo mientras nos sanamos. Tampoco sembramos en luna menguante, esperamos que sea luna llena para poder tener una buena producción y que nos garantice para todo el año la producción de todo lo que sembremos.
El Umarí o Poraqueiba sericea, es un árbol frutal originario de la Amazonía, muy apreciado por sus frutos nutritivos y versátiles. La pulpa se consume directamente, en jugos, helados o como "mantequilla de umarí" para untar. Es tradicional en la etnia Ticuna pues está relacionado con el mito del origen del territorio y de los humanos.
C.: ¿Qué otras reflexiones salen de este espacio?
A.S.M.: Hay muchas […] hoy en día somos pocas las familias que tenemos chagra, y desde ahí hago muchas reflexiones con mis hijos. ¿Por qué se da esta situación? ¿Por qué se está acabando esto que nuestros ancestros, nuestros abuelos, nos dejaron? Si hay mucho territorio ¿por qué ya no nos gusta?
Al final eso es de cada familia, de cada hogar. Pero como lideresa y como autoridad en mi comunidad, yo siempre he recalcado que la mujer tiene que tener su canasto lleno. Yo no podría entrar en diálogo con una mujer indígena que no tenga chagra.
C.: ¿Por qué no podría hablar con una mujer sin chagra?
A.S.M.: Porque ella ¿qué me ofrece?. Yo, por ejemplo, le estoy ofreciendo mi saber sobre las semillas. Y yo le podría preguntar:: “si yo le doy esta semilla usted me va a garantizar que de aquí a seis meses me podrá dar un casabe, o un masato, o el payavarú? Si esa mujer no me garantiza eso, yo estaría desgastandome.
C.: ¿Qué relación hay entre la chagra y el mantenimiento de la lengua?
A.S.M.: Es muy importante porque entre familias, cuando estamos cerca de la chagra del otro, estamos conversando. Igual en las mingas, tanto hombres y mujeres, hay mucha conversación, hay mucha recocha, mucha anécdota, mucho cuento. Los abuelos hablan y los jóvenes van aprendiendo. Entre recocha y recocha ellos van diciendo cómo tienen que ser las cosas.
C.: ¿Este trabajo de las mujeres en la chagra cómo ayuda a la conservación del bioma amazónico?
A.S.M.: La chagra solamente dura hasta la segunda cosecha y de ahí empezamos a sembrar muchos árboles frutales que nos van a garantizar que en ocho o diez años nuevamente podamos hacer nuestra chagra con buena tierra.
Nosotras, por ejemplo, sembramos mucha guama porque eso da abono. O también el Umaríi, o la uva caimarona. Son muchos árboles frutales con los que garantizamos que nuestros hijos y nuestros nietos van a tener, a gozar y a comer.
C.: Hay personas que creen que la quema y tala para la chagra es contradictorio con el cuidado de la selva ¿cómo aporta la chagra para el mantenimiento del ecosistema?
A.S.M.: Le decíamos a las entidades territoriales acá en el Amazonas que nosotros garantizamos siempre las fuentes hídricas. Tenemos viveros tanto frutales como maderables, y para hacer la chagra calculamos entre 30 y 40 metros de distancia de las fuentes hídricas. No estamos tumbando a la orilla.
Y ahí empezamos a sembrar plantas que nos garanticen también que la fuente hídrica no se nos seque. Entonces sembramos açsaí, chontaduro, aguaje y otras palmas que tenemos aquí en la Amazonía. En donde ya no se requiere más la chagra, nosotros garantizamos que se den nuevos árboles.
C.: ¿Qué cree que hace falta para proteger el rol de las mujeres en este cuidado de la vida?
A.S.M.: Aquí se necesita una motivación para que muchas mujeres realmente se empoderen. Necesitamos que alguien nos apoye y nos ayude a fortalecer a las mujeres de nuestra comunidad, a nuestra niñez más que todo, para que después del estudio tengan la mente ocupada en prácticas de este sistema propio.
C.: ¿Qué retos se han encontrado para transmitir este conocimiento tradicional con las nuevas generaciones?
A.S.M.: Hoy la tecnología nos está llevando a un dilema entre los jóvenes y es que ya no quieren lo propio. Ahora solo quieren usar el móvil, el computador, y a la mayoría no le interesa lo que es de nosotros.
Por eso empecé a trabajar con el ICBF sobre ese tema. Vamos a empezar a implementar lo propio, vamos a enseñar a hablar y a escribir nuestra lengua como profesora intercultural. Eso también lo tengo que garantizar yo como mujer.