En el corazón montañoso de El Carmen de Atrato, un aroma inconfundible anuncia una de las tradiciones más sabrosas del noroccidente colombiano: el chorizo carmeleño. Este embutido, originario del corregimiento de La Mansa, no solo representa el sabor de la región, sino también el sustento de varias familias que, generación tras generación, han hecho de su preparación una forma de vida.
Desde hace 12 años, este territorio celebra con orgullo las Fiestas del Chorizo, una cita que este 12 de octubre volvió a reunir a propios y visitantes en torno a la gastronomía manseña. Más allá del deleite culinario, el evento se convirtió en un espacio para celebrar la identidad local a través de la cultura, el deporte y las tradiciones que dan vida a esta comunidad.
El chorizo fue el gran protagonista de esta celebración. Elaborado artesanalmente por manos locales, este producto nació como una tradición familiar, pensado en sus inicios para el consumo en casa. Sin embargo, desde hace más de 50 años, su sabor y calidad lo han convertido en uno de los pilares económicos de La Mansa. Hoy en día, ocho familias se dedican a su producción para la venta, generando más de 40 empleos y reafirmando al chorizo carmeleño como un emblema de trabajo, identidad y progreso para el corregimiento.
Olga Matilde Pineda Gallego ha dedicado gran parte de su vida a preservar una de las tradiciones más arraigadas de La Mansa. Desde hace 37 años, esta habitante del corregimiento elabora chorizos, morcilla y cuajada, productos con los que ha sostenido a su familia y que hoy son su principal fuente de ingreso. Cada semana produce alrededor de 500 chorizos, siguiendo una receta que conoce al detalle. Aunque asegura que el proceso no es complicado, admite que requiere de insumos clave: cerdos que pesen entre 80 y 100 kilos —que ella misma engorda tras comprárselos a campesinos del municipio—, abundante cebolla, tomillo, laurel, y un toque de ron y cerveza. Sin embargo, para Olga, hay un ingrediente que nunca puede faltar: “El secreto del chorizo es que lo hacemos con mucho amor”, afirma con orgullo.
Según cuenta Olga, la tradición choricera en La Mansa tiene nombre propio: Gabriela Puerta, una habitante del corregimiento que, asegura, fue la primera en elaborar este producto de forma artesanal. “Luego seguí yo, y así le fuimos enseñando a otras la tradición”, recuerda con orgullo.
Hoy, quienes aprendieron ese saber ancestral no solo lo mantienen vivo, sino que han convertido su oficio en una fuente de sustento. “Ahora todos los que producimos, vendemos. A mí me visita mucha gente de diferentes lugares: Andes, Ciudad Bolívar, Jardín y otras partes del país, porque esto ya se volvió un sitio turístico. Aquí ha venido hasta el presidente”, cuenta Olga, reflejando el impacto que ha tenido el chorizo carmeleño más allá de las fronteras del corregimiento.

Para Pineda estas fiestas son importantes porque "hay trabajito para mucha gente, estamos activos y nos relacionamos los unos con los otros, nos reconocemos", afirma.
Este año el festival se instaló con una muestra gastronómica y con el mercado campesino. Además, se realizó un campeonato de fútbol, juegos con los niños y niñas con el apoyo de los instructores de la Alcaldía de El Carmen de Atrato, muestras culturales de danza del corregimiento y música popular, y se compartió un delicioso sancocho. Los campesinos recibieron kits de huertas, fertilizantes, alimentos para cerdos, ponedoras y pollos. También se entregaron kits para mejorar la producción de chorizos como un incentivo a la producción agropecuaria y culinaria por parte de la Alcaldía municipal. Además, se realizó la cabalgata El Carmen - La Mansa y los recursos recolectados se donaron al Hogar San José, casa de los adultos mayores del municipio.
Paulina Carmona es comerciante, maestra de profesión y lideresa comunitaria, dice que en la actualidad la Junta de Acción Comunal -JAC- del corregimiento es la que promueve el festival del chorizo. Señala que este surgió por la necesidad de la comunidad y de los comerciantes de mostrar su cultura y tradiciones culinarias.
Pero la historia del festival va más allá del chorizo como producto. Está cargada de memorias, de identidad y de comunidad. Así lo recuerda Carmona, otra de las habitantes del corregimiento, al evocar los días en que la elaboración del embutido era un verdadero ritual familiar: “Cuando estábamos pequeñas, nos reuníamos en torno a una mesa a picar la carne de cerdo y también la cebolla que arrancábamos del huerto. Allí moríamos de risa haciendo los chorizos: mi papá, mi mamá, nosotras y las señoras que nos ayudaban, todos juntos en una sola fiesta. Eso nos gustaba demasiado, y eso es lo que queremos mostrar: lo que hay detrás de la elaboración de un chorizo”.
Esa conexión con la tierra y con los saberes tradicionales aún permanece. En La Mansa, cada casa tiene su marranito y su huerta, como una forma de vida que se resiste a desaparecer.
El festival, más que una celebración gastronómica, se ha convertido en un espacio de reencuentro. Su propósito es visibilizar la cultura manseña y carmeleña a través de actividades artísticas, culturales y, por supuesto, culinarias. Pero también tiene un componente profundamente emocional: “Viene la gente que es de aquí, de La Mansa, pero que ahora vive en Medellín porque se han tenido que ir por múltiples razones. El 12 de octubre las casas estaban repletas de gente”, cuenta Carmona, con la emoción de quien vive el festival como una fiesta de la memoria y del corazón.
Además, dice que el festival también propicia el encuentro entre veredas: “el corregimiento siempre fue el punto de encuentro de todos, de La Argelia, de Monteloro, del Español, nuestra idea es que vuelva a ser así. Fueron invitados de manera muy orgánica porque es un proyecto comunitario y muchos acudieron con sus frijoles verdes, su morita, su aguacate y con otros productos, esa es la manera de integrarnos con las otras comunidades”.
Para los habitantes de La Mansa el festival significa una esperanza, como lo dice Carmona, “con el festival entra la economía, se mueven muchas cosas, es poder tener ese ingreso extra que en el año es tan difícil de encontrar”.
Este año, el Festival del Chorizo reunió a más de 1.000 personas, confirmando su creciente importancia como espacio cultural y turístico. Sin embargo, llevarlo a cabo no ha sido tarea fácil. Como explica Paulina Carmona, la continuidad del evento depende, en gran medida, de la voluntad política de las administraciones municipales. Aunque actualmente cuentan con el respaldo de la Alcaldía, no siempre ha sido así, y en varias ocasiones la comunidad ha tenido que gestionar recursos por su cuenta para no dejar morir la tradición.
Por eso, desde la Junta de Acción Comunal se han propuesto un objetivo claro: institucionalizar el festival. “La idea es que se convierta en un evento cultural, programado y reconocido desde la Alcaldía, la Gobernación y la Nación, para que puedan destinarle recursos propios”, afirma Carmona. Este año, la Junta formuló un proyecto que fue presentado a la administración municipal y al Concejo, con el fin de asegurar una partida presupuestal. Además, están avanzando en una propuesta formal para que el festival sea incluido en el calendario oficial de eventos del municipio.
Como puerta de entrada al Chocó, el sueño de la comunidad es que este festival no solo siga consolidándose como una vitrina para los sabores y saberes de La Mansa, sino también como un espacio que visibilice los productos del departamento y fortalezca los lazos con el campesinado. Un escenario donde el orgullo, la tradición y la cultura sigan siendo el alma de la celebración.