La música no dejó de sonar desde el viernes 22 de julio, cuando inició el Festival de Arroceros, hasta el 24 de julio cuando la edición número 27 de la festividad cerró con premiaciones. La tarima Luis Enrique Martínez “el pollo vallenato”, ubicada en la plazoleta principal de El Hatico, fue el corazón del evento. Allí reinaron las canciones en homenaje a los personajes del corregimiento, los duelos de piqueria y presentaciones de conjuntos musicales que pusieron a bailar al pueblo al son del acordeón. Nuevamente, El Hatico se paralizaba para rendir tributo a los cultivadores del corregimiento y la ardua labor que realizan a diario.
El Festival de Arroceros nació el 23 de octubre de 1983, cuando un grupo de amigos y familiares decidió rendirle homenaje al arroz. “Este es un festival al que se le rinde un homenaje a nuestro principal producto agrícola, es el que le da la razón de ser al pueblo”, cuenta Orangel Milian, integrante de la junta organizadora de la festividad. Para esa primera edición se utilizó como tarima un remolque de propiedad de uno de los habitantes de El Hatico.
Desde 2016, el Festival paró por falta de financiación por parte de la Alcaldía y la crisis económica que decenas de cultivadores han vivido desde 2021 por la caída del precio del grano y el aumento en los insumos agrícolas. Pero los obstáculos para sembrar no le han quitado el título a El Hatico como corregimiento arrocero de Fonseca. Allí el cultivo del cereal ocupa al menos 700 hectáreas.
Uno de los principales concursos que se realiza es “el perrero”, que consiste en darle vuelta en el aire a un látigo —tejido en trenza con cabuya— y hacerlo sonar con la mayor fuerza hasta lograr un sonido similar al de un disparo. Este instrumento es utilizado por los agricultores para espantar a los pájaros que intentan comerse las espigas. Este año, Diego Vergara se llevó el premio.
La competencia del comelón de arroz reúne a personas de todas las edades para disputarse el primer puesto de quien coma el mayor número de platos de arroz. Para esto, meses atrás cada persona se prepara en su casa comiendo platos del cereal cocinado y contabilizando el tiempo, hasta hacerlo con la mayor rapidez.
Marcelino Pérez ha crecido en los campos de arroz de El Hatico. Desde joven ha trabajado en sembrar semillas, abonar, fumigar y “pajarear”, es decir, espanta a los pájaros para que no dañen los cultivos. Este año ganó nuevamente el reconocimiento como mejor comelón de arroz. A diferencia de otros años, esta vez el premio fue de 500 mil pesos, una cifra alta teniendo en cuenta que en versiones anteriores se ha ganado entre 300 mil y 400 mil pesos. El valor varía de acuerdo al aporte que hagan los patrocinadores.
Yeferson Pinto recuerda que se ha coronado ganador cuatro o cinco veces durante los ocho años en los que ha participado en el concurso de pelar un coco con los dientes. Junto a su tío practicaba aflojando primero la fruta con una piedra y después, halaba la concha con la mano. Luego, se acostumbró a hacerlo con los dientes sin aflojar el coco.
Pinto tiene treinta y cinco años, conduce un tractor y cuenta que para él vivir en El Hatico es sabroso.
Durante el festival, en El Hatico se sirve el buffet más grande de platos de arroz del sur de La Guajira. Cada visitante puede degustar de tres a cuatro platos de arroz, acompañados de una proteína y la ensalada de su preferencia. Sobre la mesa se sirven al menos 60 preparaciones típicas de la zona. Este año las recetas innovadoras fueron: el sofrito de cebolla, el arroz de fideo con coco, de jengibre, de mora y las croquetas de arroz. Detrás de cada plato están las cocineras de El Hatico, quienes han aprendido de sus ancestras a experimentar y condensar en el fogón las recetas familiares y tradicionales de su pueblo.
Marina Sajauth tiene 73 años y es una de las cocineras tradicionales de El Hatico. Aprendió a cocinar mirando a su abuela y sus hijas han aprendido de ella. Cuando quiere celebrar un evento especial o agasajar a través de la comida, prepara arroz de coco con un guisado de pollo o de chivo.
Sajuth es una de las cocineras que cree que si no hay cultivo de arroz, no hay cómo preservar la tradición gastronómica ni habría una fecha cada año en la que los y las hatiqueras regresen a su tierra, para celebrar que en su pueblo la alegría viene servida en un plato de arroz.