Por qué es importante
Las mujeres rurales de El Carmen representan la mitad de la fuerza laboral del campo del municipio. Ellas mantienen los hogares, y también aportan en la producción de comida. Sin embargo, al igual que en el resto del país, la mayoría no percibe un salario. Para William Herrera, economista y líder del equipo de datos de la Dirección de Mujer Rural del Ministerio de Agricultura, esta situación debe cambiar. “Si queremos que nuestro país crezca, tenemos que hacer algo para que ellas releven su cuidado, entren en el mercado laboral, y sean parte de esta máquina económica de nuestro país”.
Qué está pasando
La mayoría de las mujeres rurales de El Carmen de Atrato cumple con el rol tradicional de ser las cuidadoras de su familia. Esto significa, como lo dice Llergmandi Rivera, “encargarme de la casa, de que las niñas estudien, hacerle de comer a entre siete y diez trabajadores, estar pendiente de las cosas de mi esposo y de mis hijos, mantener la casa organizada y la alimentación de todos”. Además, se suelen hacer cargo de otras labores relacionadas con el sostenimiento de la finca: ordeñar vacas, cortar el pasto, rajar leña, cuidar pollos o vacas, entre otras actividades.
Sin embargo, lo que se dice en el pueblo es que las mujeres del campo no trabajan o que simplemente “están en la casa”. Incluso muchas de ellas afirman que “no hacen nada” o que son amas de casa. Su trabajo, entonces, termina por ser invisibilizado. A esto se suma que en El Carmen es poco el reconocimiento institucional y familiar que se le da al papel que cumplen ellas en la transmisión de saberes ancestrales o en el fortalecimiento de sus comunidades y organizaciones sociales. “En el campo a la mujer le toca trabajar fuerte, hasta quizás más fuerte que a los hombres, madrugar a despachar a los hombres con el desayuno, con trabajadores, a cuidar marranos, a lavar la casa, a organizar los niños a lavar la ropa… el hombre se echa la plata al bolsillo y uno no se ve sino el cansancio”, cuenta Julieta Restrepo Sánchez, quien vive con su exesposo, su hija y su nieta, y se dedica a trabajar en la casa y en la finca.
Las barreras que enfrentan las mujeres rurales
A la falta de reconocimiento de su trabajo se suman otros problemas que terminan por poner a las mujeres de la zona rural en una situación de desventaja y, muchas veces, a sumirlas en la pobreza. Aunque en El Carmen de Atrato no hay cifras, se sabe que en Colombia el 44 por ciento de los hogares con jefatura femenina vive en situación de pobreza monetaria, esto quiere decir que no alcanzan a ganar o producir un mínimo de 300 mil pesos mensuales por cada persona del hogar.
- Tienen poco acceso a la propiedad de la tierra
Ana Gertrudis Sánchez heredó una finca de 30 hectáreas de sus padres, pero la propiedad está a nombre de su hermano. A pesar de esto, ella se siente dueña de su predio y, como propietaria, lo administra y genera ingresos a partir de él. A sus 64 años, Gertrudis vive sola, pues sus hijos se independizaron y su marido murió. Tiene cultivos de pancoger y "12 animalitos propios, pasto, cerdos y estoy sembrando comida porque la situación se ha puesto muy difícil, cuido marranos, gallinas, pollos”. Además, en su tierra tiene un kiosco al que la gente asiste los domingos a jugar cartas, dominó y a conversar. Gertrudis les vende tinto, perico, mecato, almuerzos y comida preparados por ella. El manjar más vendido es su pan de queso casado con panelita elaborada con leche y panela de la zona.
Como ella, muchas mujeres de El Carmen no tienen tierra a su nombre. Eso hace que sea más difícil acceder a créditos bancarios, porque son consideradas personas de alto riesgo para las entidades financieras precisamente por no tener la titularidad de las tierras o no poder acreditar ingresos. Esto muchas veces trunca sus proyectos productivos.
Otras podrían ser dueñas de la tierra, pero sería bajo la figura de la propiedad compartida. Es decir, la finca está a nombre del esposo, pero por ser esposas o compañeras permanentes serían propietarias del 50 por ciento del predio. Sin embargo, muchas mujeres no están informadas de este derecho y manifiestan que la propiedad es del esposo.
En el peor de los casos, están aquellas que no tienen propiedad. Ellas trabajan y viven en fincas de otras personas que administran sus esposos, como es el caso de Blanca Nury Soto y Sara Rivera. Blanca Nury tiene 32 años y vive con su esposo y su hija de ocho años. Se reconoce como ama de casa, aunque desarrolla múltiples funciones. No es propietaria, pues a raíz del conflicto armado tuvo que abandonar la propiedad familiar de sus padres y aún no la logra recuperar. Además, en su núcleo familiar tenían un predio a nombre de su esposo y éste la perdió, según ella, en malos negocios.
Esta no es una situación exclusiva del municipio. Históricamente las mujeres han tenido dificultades para acceder a la tierra. A pesar de que en 1984 se promulgó la Ley de Mujer Rural, solo los hombres, reconocidos como “jefes de hogar”, podían tener tierra a su nombre. Fue así hasta 1988, cuando la lucha del movimiento de mujeres campesinas logró que se reconociera que también había jefas de hogar. Pero esto no resolvió el acceso a la propiedad de los terrenos para las mujeres. En Colombia no se sabe en manos de quién está la tierra, ni cuál es el estado de los predios, pues no se ha hecho el catastro multipropósito, una herramienta que se propuso en 2016 con la firma del Acuerdo de Paz para saber cómo estaban las tierras rurales. Por esta razón tampoco se sabe, por ejemplo, cuántas hectáreas son de mujeres y cuántas de hombres, ni cuántas están formalizadas y cuántas no.
- Trabajan dobles y triples jornadas con salarios bajos
En el municipio las mujeres rurales trabajan hasta tres jornadas: una, en las tareas de cuidado del hogar y de las familias; otra en las de la finca; y, algunas, también son lideresas sociales.
- Cuidar de la casa y de la finca. Las mujeres campesinas trabajan todo el día. Unas son “amas de casa”, es decir, trabajan en las labores de cuidado del hogar, que están relacionadas con la organización y limpieza de la casa, preparación de comida, el cuidado de los hijos y apoyo en su educación. Sin embargo, en ese mismo paquete se incluye cuidar animales y huertas caseras para autoconsumo y, en el caso de Blanca Nury Soto, también cortar pasto, rajar leña, encerrar animales, ordeñar vacas, hacer quesitos, entre otras labores de la finca. Ella no recibe ningún salario por todo su trabajo que, según su visión, es una colaboración a las labores de su esposo, que es el mayordomo de la finca y recibe un sueldo. De su salario le descuentan 100 mil pesos para el pago de seguridad social, sin embargo, Blanca en este momento no sabe si tiene salud o no: "mija nunca nos hemos enfermado pa comprobar si estamos asegurados o no".
- Cuidar de la casa, de la finca y jornalear. Estas generalmente trabajan por días en fincas cercanas en labores domésticas o en cultivos desarrollando labores de limpieza, recolección y selección de frutas u otros productos, entre otros. Esta actividad la realizan al tiempo con labores de cuidado en el hogar y en sus propios terrenos. Generalmente les pagan por día de trabajo, pero menos que a los varones. Mientras a un hombre se le pagan de 40 a 50 mil pesos, a las mujeres le pagan entre 35 y 45 mil al día. En los casos de las guluperas y las aguacateras, les pagan lo mismo a los hombres y a las mujeres, sin embargo para cargos permanentes en la mayoría de los casos contratan hombres por el salario mínimo con prestaciones sociales y a las mujeres las contratan por días, sin ninguna prestación.
- Cuidar de la casa, la finca y comercializar. Otras mujeres, además, mantienen los cultivos (abonan, podan, entre otros), recolectan y comercializan productos. Estas mujeres les pagan dependiendo de los precios del mercado y no reciben ningún tipo de prestación social. En el caso concreto de Ana Gertrudis, lo que produce la finca no le alcanza para sostenerse, y por ello debe trabajar los fines de semana en el kiosco para poder comprar su alimentación y cubrir los gastos de su hogar.
- Cuidar de la casa, la finca, comercializar y liderar sus comunidades. Luego están quienes, además de todo eso, también desarrollan labores comunitarias y sociales. Este es el caso de lideresas sociales, ambientales y defensoras de derechos humanos, que deben ir a reuniones constantemente, salir a la zona urbana o a otros municipios, hacer cartas, propuestas o documentos, visitar a familias o personas de la comunidad, entre otras. Estas mujeres por lo general no reciben pago por este trabajo de liderazgo, por lo que venden los propios productos extraídos de la finca para generar algún tipo de ingreso. María Fernanda Vélez es una de ellas. Su familia fabrica quesos y derivados lácteos, además de vender pollos. Otras lideres como Marcela Sánchez, Alicia Villegas, Dora Agudelo o Liliana, comercializan dulces o huevos felices y hacen guacamole, artesanías.
A nivel nacional las mujeres trabajan más que los hombres, pero ganan menos. Según la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo, el promedio total de horas de trabajo de las mujeres en zonas rurales es de 14 horas con 22 minutos diarios, pero solo reciben remuneración por el 38,1 por ciento del tiempo diario trabajado. O sea, trabajan la mayor parte del tiempo sin paga. En los hombres el trabajo remunerado es del 72,7 por ciento, y trabajan diariamente 11 horas con 55 minutos. Esto se debe a que realizan más trabajo de cuidado o doméstico, pero no es lo único que hacen por lo que no les pagan. De hecho, el ingreso mensual promedio de las mujeres en 2020 fue de 93.129 pesos, mientras que el de los varones fue de 339.853 pesos.
- Enfrentan dificultades para estudiar
Vivir lejos de las escuelas y tener que moverse por vías en mal estado son un obstáculo para que las mujeres estudien. Blanca Nury, por ejemplo, no pudo terminar la primaria. La Institución Educativa Rural en la que estudiaba quedaba a hora y media de camino y por las condiciones del clima de la vereda Guangarales debía amanecer en semana en la escuela. Esta situación hizo imposible que siguiera estudiando. A ella le gustaría terminar por lo menos la primaria, pero por sus múltiples ocupaciones no tiene tiempo para hacerlo.
Otras persisten hasta el bachillerato, pero muchas no lo terminan porque encuentran pareja y conforman familias a temprana edad, dejando de lado la educación. Lina Marcela Gómez, de la vereda La Argelia, recuerda que quiso hacerlo, pero “nos quedaba muy duro a nosotras solas… Ahora es que uno piensa, si yo hubiera estudiado… desde pequeñita quería estudiar para policía”, dice. Para ir a clases debía vivir en el pueblo, lejos de su familia, y era muy costoso. Llergmandi Rivera Ibarra quiso estudiar pero la situación económica de su familia era difícil y luego de casarse su esposo pensaba que ella no necesitaba estudiar porque ya lo tenía todo.
Y aunque son pocas, también hay mujeres técnicas, tecnólogas y profesionales, pero no logran ejercer su profesión y seguir viviendo en el campo. En otras palabras, deben elegir entre sus fincas y el cuidado de sus familias y su desarrollo profesional. Julieta, por ejemplo, estudió enfermería y trabajó un tiempo en el Hospital, sin embargo, después de casarse y tener su primer hijo deseaba continuar trabajando, pero su esposo se opuso y ella tuvo que dejar su trabajo y retomar las labores de la finca y del campo. Marcela Sánchez es politóloga y ama su profesión, trata de ejercerla en todo momento al interior de las diferentes organizaciones sociales de las que hace parte, sin embargo, ella sabe que para ser remunerada por su trabajo tendría que salir de su vereda y posiblemente del municipio, ya que hay pocas opciones laborales y no existen medios para trabajar virtualmente.
- Tienen poca representación en las organizaciones sociales
Hay mujeres rurales que reconocen la importancia de participar en las organizaciones sociales y hacerse escuchar, por lo que sacan el tiempo para desarrollar su trabajo como lideresas. Esto se ve en Guaduas, donde la mayoría de los cargos directivos son ocupados por mujeres. Por ejemplo, tanto en Agroecotur como en la Junta de Acción Comunal hay “un matriarcado”, y los hombres respetan sus opiniones y sus decisiones. Además, en el municipio hay tres organizaciones de mujeres: Mujeres Artesanas de El Carmen, Mujeres Artesanas de El Siete y la AMUCA. Las dos primeras son asociaciones en las que las mujeres elaboran productos y los comercializan para generar algunos ingresos alternativos para los gastos familiares; mientras que la tercera es una organización que a pesar de contar con personería jurídica, lleva varios años inactiva.
Sin embargo, esta no es la regla. En la mayoría de organizaciones del municipio (ASOHASSCA, ANUC, Fundación Mesa Social y Ambiental, Asociación de Caficultores de El Carmen, Mesa de Victimas, Mesa Indígena, Club de caminantes Cerro Plateado, entre otras) los representantes legales son hombres y las mujeres ejercen cargos de apoyo, como la secretaría. En ocasiones las voces de las mujeres no son escuchadas. Por ejemplo, Llergmandi siente que en la vereda La Argelia su voz no es tenida en cuenta y a pesar de ser una mujer participativa, manifiesta que mientras exista una Junta de Acción Comunal inactiva será muy difícil solucionar las problemáticas de la comunidad. Lo mismo siente Julieta, que hace parte de Agroecotur y de la JAC de Guaduas, pero cree que su participación es débil porque tiene 73 años. Además, muchas mujeres no tienen tiempo para hacerlo o consideran que no les corresponde participar en las organizaciones sociales. Para ellas, esta es una tarea de los hombres.
William Herrera dice que esto es algo evidente. “En los últimos estudios que ha hecho el Dane hemos podido notar que las mismas mujeres rurales creen que tener poca participación en instancias culturales, administrativas o económicas está bien porque su rol no es ese”. Según la Encuesta de Cultura Política 2021, el 80 por ciento de las personas en la ruralidad no pertenece a ningún grupo u organización. De la población que sí participa, la mayoría son hombres, con 20,5 por ciento de participación, frente a un 18,8 por ciento en las mujeres.
¿Cuáles son las soluciones?
Para transformar la situación de las mujeres rurales se necesita un cambio estructural en la forma en que la sociedad ve a las mujeres, que sigue siendo como las cuidadoras naturales. Para el economista es necesario transformar ese concepto. “Hay un trabajo importante desde el Estado, que es eliminar ese pensamiento para poder avanzar en un desarrollo rural inclusivo”.
Esto se hace difícil en El Carmen de Atrato. David Jiménez, coordinador de la Umata, cree que estos problemas quedaron en el pasado. “Las mujeres del campo en El Carmen de Atrato, como en el resto de del país, en el pasado fueron discriminadas por una sociedad machista, que solo les reservaba la tarea de cuidar a los hijos y hacer de comer, pero en la actualidad eso viene cambiando”. Jiménez explica que ahora manejan la economía de los hogares y están atentas al buen funcionamiento de los cultivos, además de trabajar en los procesos de producción, pero no habla de que ganan menos por sus labores del campo ni de que no reciben pago por su trabajo en el hogar.
En el municipio no hay un trato diferenciado para las mujeres del campo. Por ejemplo, a pesar de que en el mercado campesino, que organiza la Umata, participan diversos emprendimientos femeninos, algunos de ellos de la vereda Guaduas, el apoyo es el mismo para todo el mundo.
Las acciones afirmativas para reducir la brecha que ha tomado el Ministerio de Agricultura y del Estado podrían servir de ejemplo para las autoridades locales. Es el caso de los programas Agricultura por contrato, El Campo Emprende y Alianzas Productivas, en los que el Ministerio prioriza o califica mejor los proyectos liderados por mujeres. También está el proyecto Oportunidades Pacíficas, que busca fortalecer la autonomía de las mujeres, mejorar su seguridad alimentaria y ayudarlas a reconocer sus derechos. En el Chocó hay 194 mujeres vinculadas.
Lo que requieren las mujeres
Son las mujeres las que saben qué es lo que necesitan para avanzar hacia la igualdad y para resolver los problemas que viven. Las carmeleñas están de acuerdo en que hay al menos tres aspectos que son urgentes.
- Tener acceso a internet y señal de celular para que, quienes lo deseen, puedan acceder a información sobre educación e incluso a capacitarse o trabajar. Esto, además, les daría la posibilidad a sus hijos para estudiar de manera virtual desde el bachillerato hasta los niveles, técnicos, tecnológicos o profesionales.
- Más oportunidades para trabajar y que las entidades les ayuden a elaborar o participar de proyectos en donde se apoye a las mujeres del campo.
- Mejorar las vías de acceso a las veredas para facilitar la venta de los productos, al reducir los costos y esfuerzos. Con estos sus proyectos o emprendimientos podrían ser más viables.