Ilustración: Camila Bolívar
Ilustración: Camila Bolívar
La Guajira San Juan del Cesar Perfil

Altagracia Carrillo, la maestra de todos los sanjuaneros

Durante más de treinta años la profesora Acha, como le dicen de cariño, enseñó con ternura y carácter en distintos colegios de San Juan del Cesar. Luego de su retiro, sus estudiantes y colegas rememoran su trayectoria como maestra, escritora y compositora de algunos himnos estudiantiles.
¿Cómo se hizo este trabajo?
Quise contar la vida y el legado de la profesora Acha porque es una mujer que ha dejado un aporte muy importante a la cultura y la educación en San Juan del Cesar. Conversé con ella, con sus alumnos y sus colegas para rememorar su historia.

Altagracia Carillo pasa las tardes sentada en una mecedora. Desde la terraza de su casa, saluda a todo el que pase, sin importar que sepa su nombre o haya visto alguna vez su rostro. Pero casi todo el que pasa sabe quién es ella. Es la profesora Acha, la poeta y escritora de himnos que cientos de sanjuaneros aprendieron y cantaron en su infancia. Acha es, según dicen en San Juan del Cesar, la maestra para siempre de todos en el municipio. 

Pasa un carro, el conductor baja la ventana y le pregunta: “Señora, ¿cómo está?”. Acha sonríe tímidamente y le responde que está bien. El hombre, de unos sesenta años, la mira fijamente y le confiesa: “Usted no me conoce, pero yo sí, usted fue maestra de mis hijas y quiero darle las gracias por ayudarlas en cada paso que ellas dieron. Usted ha sido la defensora de los muchachos, por eso la quiero tanto”. 

“¿Quiénes serán las hijas de este caballero?”, se pregunta Altagracia. Se acerca un poco más al vehículo y descubre una carita que se asoma desde el puesto trasero. Le resulta familiar el rostro y recuerda que fue una de sus alumnas de la Escuela Normal Superior, donde trabajó más de veinte años. Nata, Natalia, Natali. Tantas veces se la encontró llorando en el recreo, la abrazó y la consoló con palabras de aliento. “Pero si es Natali”, le dice, y la joven con los ojos llorosos le responde. “Seño, pensé que no se acordaría de mi nombre. Seño, yo sí la quiero y la recuerdo”. 

Acha es una mujer de estatura baja, morena y de rizos blancos que pasa las tardes sentada en una mecedora. Por más de treinta décadas, pasó sus días enseñando español, literatura y poesía en colegios de San Juan del Cesar: en el Maria Auxiliadora, la Normal, San José y Gabriela Mistral. Muchos de ellos tienen himnos escritos por Altagracia, que supo siempre cómo plasmar el espíritu y la identidad de cada institución. Sus estudiantes y colegas recuerdan sus composiciones con cariño, pero especialmente la recuerdan a ella. Acha en el aula, en la entrada del colegio, vigilante y amorosa en los recreos.

Una maestra de maestras

Altagracia Carrillo nació el 21 de enero de 1951, en el hogar de Victor Carrillo Pinto y Ana Basilisa Vega. Ese día su padre, un hombre religioso, abrió el almanaque Bristol y buscó cuál era el santo que correspondía a la fecha de nacimiento de su hija. Apareció entonces el día de la patrona de República Dominicana, la Virgen de la Altagracia. Decidieron llamarla así en su honor y recibir sus bendiciones: Altagracia Inés Carrillo Vega.

Es la menor de siete hermanos, con quienes vivió en una casa grande del barrio Centro, muy cerca del monumento de la Virgencita, en la tradicional calle del Embudo. Sus padres, empeñados en que aprendiera las letras y los números, dieron con la señora Leovigilda Ariza, la primera maestra de Carrillo. Cuentan que tenía su escuela debajo de un palo de totumo, donde el viento corría libre y los niños llegaban cada mañana con su banca al hombro. Allí estuvo Altagracia hasta cumplir los siete años, cuando por fin pudo entrar a una escuela oficial, como se acostumbraba en esos tiempos.

Después de pasar la mañana en el colegio, regresaba a casa para continuar aprendiendo de su madre, quien preparaba dulces y pastelitos horneados como parte de una larga tradición culinaria. Altagracia la acompañaba en la cocina y se fijaba en cada detalle. A los nueve años ya se sabía muchas de las recetas, así que empezó a hacer cocadas (un dulce de coco rallado con panela, canela y clavos de olor). Luego, salía por el barrio a ofrecerlas a los vecinos como una forma de endulzarles el día.

Eso mismo hacía con sus amigas y amigos del colegio, pero a través de la poesía. Los miraba en silencio y, cuando le llegaba la inspiración, les dedicaba versos que los hacían reír a carcajadas. Al ver que sus ocurrencias gustaban, Altagracia empezó a escribir con más frecuencia. Lo hacía en cualquier momento: en los recesos, entre clases o al terminar la jornada en la Escuela María Auxiliadora y luego en la Normal. En la primera estudió hasta quinto de primaria, en 1966, y en la segunda continuó desde 1967 hasta 1973.

Ha pasado tanto tiempo desde entonces, pero Acha aún siente un profundo agradecimiento por sus años en la Normal, institución a la que le compuso gran parte de sus poemas. “Fui afianzándome en hacerle poemas a la Normal, en escribir mis propios textos y, ya siendo maestra, empecé a enlazar esos escritos con mi labor docente”, recuerda.

Aunque la Normal ha formado a muchos maestros del municipio, la llama de la docencia  ardía desde antes en el corazón de Altagracia. En su época, los estudiantes cursaban hasta octavo de bachillerato y luego debían decidir si continuaban en un colegio clásico o seguían en la Normal para prepararse como docentes. Acha, segura de su vocación, eligió ese camino y se mudó al corregimiento de La Peña, un pueblo muy querido para ella. “Ese bello pueblo”, como solía decir, fue testigo de su formación como verdadera maestra. Empezó dando clases en tercero de primaria un 10 de abril de 1974. Un año después regresó a San Juan, a su primera escuela, la María Auxiliadora, ya no como alumna sino como profesora.

Sus alumnos la recuerdan como una defensora incansable, una profesora entregada dispuesta a darles su apoyo y amor. Veían en ella la figura de una segunda madre, cuenta Deivis Mendoza Peralta, quien cursó la primaria en la escuela urbana para niñas, donde fue recibida por Altagracia.

“Era muy cariñosa, muy maternal. De ella aprendí las primeras letras y también a ser amiga, porque siempre nos reunía y decía que era como la mamá de nosotros. Siempre estábamos encima de ella”, rememora Mendoza.

En tercer grado de primaria, Mendoza fue la alumna escogida por la profesora Altagracia para recitar sus poemas. Participaba en todos los eventos: en los centros literarios del colegio, en las izadas de bandera y hasta en las programaciones que se hacían a nivel municipal. Aunque se aprendía los poemas de principio a fin, alguna vez quedó paralizada y completamente en blanco. “Una vez se me olvidó una poesía porque me la llevó en la noche —recuerda entre risas Mendoza—. La había escrito la noche anterior y yo tenía que aprendérmela para el día siguiente, en una semana cultural que hacían en la plaza de San Juan. Se me olvidaron las últimas estrofas y me tocó sacar el papelito y leerlas. Me acuerdo que a Altagracia le dio rabia, aunque ella era feliz cuando yo recitaba sus poemas. Decía que se los decía muy bien, que se los interpretaba muy bonito”.

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Una defensora de la educación

Además de maestra, Acha fue cofundadora de la escuela María Auxiliadora. En ese entonces el plantel no ofrecía bachillerato, así que trabajó junto a su colega Ana Maritza López en la elaboración de un proyecto para ampliarlo. Gracias a esa gestión, la institución creció y Altagracia fue nombrada coordinadora del colegio durante dos años. Seguía siendo la profesora cariñosa de siempre, pero también la encargada de hacer cumplir las normas, algo que sabía equilibrar a la perfección. Tenía el carácter y la firmeza de siempre, pero nunca perdía la ternura.

Así la recuerda Alma Elena Rocha, una de sus alumnas: “Era una persona muy honesta, muy buena. Le gustaban las cosas bien hechas, que todo caminara derechito. Daba sus órdenes y todo el mundo cumplía”. Una vez, ella y sus compañeras decidieron irse de paseo a un balneario de Distracción llamado El Silencio. Prepararon cócteles con alcohol que hicieron pasar por jugo de mora, guardados en termos, y se fueron. “El problema es que Ángela, una compañera nuestra que tenía una condición de discapacidad, se emborrachó y casi no logramos montarla de regreso en el carro”, recuerda. Ese suceso le costó la suspensión a Alma, luego de que la madre de su compañera interpusiera una queja ante la profe Acha. Cuando regresó, Altagracia le preguntó: “¿Te quedaron más ganas?”. Alma le respondió con la cabeza hacia abajo: “No, profe Acha, no vuelve a pasar”, recalca su estudiante. “Cuando me gradué, me abrazó, me besó y me dijo: ‘Me diste mucha lidia, Alma. Me diste mucha lidia, pero te quiero y te aprecio mucho’”, dice entre risas.

Por supuesto, a Acha la quieren siempre de vuelta: alumnos, padres, colegas. El profesor Alquímides Amaya recuerda el momento en que llegó a la Normal. Cuenta que quedó cautivado por el talento que tenía para componer y escribir, algo que lo motivó a acercarse a ella y entablar una amistad. “Cuando había un evento cultural en el colegio, la que más sobresalía era ella: con la poesía, con el drama, con el canto. Y yo me di cuenta de que todo eso era talento de ella, y me le pegué enseguida”, recuerda Amaya. Así supo que había encontrado a la persona indicada para adentrarse en la composición de versos: “Yo escribía algunos versos, algunas cositas por ahí,  se las entregaba  y ella me las corregía. Y así sucesivamente, hasta que aprendí a hacer todo como lo hacía ella. Ella me motivó bastante”.

A Amaya le asombraba la manera en que Acha se expresaba, como educaba y como trataba a los alumnos.

“Los trataba de manera cariñosa, diciéndoles: ‘Hijo, ven acá, haz esto. Hijo, pórtate bien, sé aplicado, estudia, que ese es tu futuro’. Y siempre estaba aconsejando a los niños, constantemente, para que fueran excelentes personas, excelentes estudiantes y buenos hijos”.

Altagracia cree que se trata de un don, una herencia de sus abuelos. Por parte de su madre, el señor José Brito era quien mejor interpretaba el canto decimero en esa época: un canto compuesto por estrofas de diez versos que se utilizaba para narrar historias de manera ingeniosa, expresar sentimientos y compartir acontecimientos cotidianos. Por parte de su padre, su abuelo Manolo recitaba letanías para los carnavales del pueblo mientras los jóvenes lo rodeaban para escucharlo y aprender de él. En sus cantos, Manolo cuestionaba y se burlaba de la realidad en una especie de rezo. Él recitaba, y un coro de personas le respondía.

En eso se parece Acha a sus abuelos. Su inspiración también proviene de las costumbres y de la vida en el colegio. Eventos como el Día del Idioma o el Día del Estudiante le servían de excusa para escribir. Todo dependía de la ocasión: podía componer una poesía romántica o dedicar unos versos a la vida estudiantil. “Aquí llegaba mucha gente: ‘Ay, mira, vamos a hacer una izada de bandera, el tema es este’. Me daban el tema y yo hacía la composición sobre ese tema”, recuerda.

Con el tiempo, esa dedicación se fue fortaleciendo y trascendió las paredes del aula. El resultado es una contribución muy valiosa a la literatura infantil y juvenil sanjuanera con la publicación de dos libros de poesía: Poesía para todas las edades y Niños, niñas, a través de la poesía cuidemos el medio ambiente, que buscan inspirar a niños y niñas a través de la palabra poética. Además, creó una revista para celebrar los 50 años de la Normal.

Pero por lo que más reconocen a Acha es por sus himnos. El primero que compuso fue el de la Normal, una creación que surgió de manera espontánea, sin que nadie se lo pidiera.

La melodía rondaba por su cabeza, así que la plasmó en una composición armoniosa bajo la dirección de Raúl Mojica Meza, profesor de música de la Universidad Nacional. “El himno de la Normal es excelente, el mejor de San Juan. Ella lo compuso y también motivó y ayudó a crear los himnos de los colegios Manuel Antonio, Carmelo y San José”, cuenta el profesor Alquímides Amaya.

Mojica, el profesor de música, solía visitar San Juan del Cesar durante Semana Santa. Altagracia no perdía la ocasión para reunirse con él en la biblioteca de Jean Daza, un amigo de la familia. Así pudo afianzar sus habilidades para ponerle música a sus propias creaciones. Acha recuerda que disfrutaba tanto de esos encuentros que las horas podían pasar sin que ella se diera cuenta. Una vez se reunieron a las tres de la tarde; todo era tan ameno que, cuando lo notaron, ya se había oscurecido y eran las siete de la noche.. 

Cada himno refleja las vivencias de las escuelas. Para capturar esos detalles que las hacían únicas, Carrillo empezaba por conocer la historia y el ambiente de cada institución. En ese proceso era inevitable que se estrecharan los lazos de amistad con algunos rectores o rectoras. “Lo primero que hacía ella era entender cómo era la cultura del colegio, cómo era la gente, los estudiantes, los docentes. Con base en eso, comenzaba a idear algunas estrofas, algunas letras, y así motivaba a que otros docentes también se animaran a escribir. Cuando ellos lo hacían, ella leía sus textos, los mejoraba, agregaba nuevas estrofas, y así el himno iba gustando cada vez más”, cuenta Amaya.

En el 2015, Altagracia dejó de dar clases, pero jamás dejó de compartir sus enseñanzas. Los estudiantes siguieron viéndola en los eventos de colegios como el San José y el Gabriela Mistral, siempre fomentando la cultura y la lectura en la Normal. Hoy, la profe Acha disfruta de su retiro en la tranquilidad de su hogar. Se levanta cada día a las cuatro de la mañana, da gracias a Dios por un día más de vida, se prepara el desayuno y arregla su jardín. En esos momentos llega siempre la inspiración para escribir sobre sus pensamientos y sentimientos más profundos.

Acha sigue escribiendo a sus amigos, estudiantes y compañeros, como lo hacía cuando era niña. El poema más doloroso que ha escrito fue tras la muerte de su hijo mayor, Ricardo Luis: “Dios me dio un hijo bueno por 45 años. Él me lo dio, él me lo quitó. Alabado sea su santo nombre”, dijo Acha en la puerta del cementerio.

Ahora, cada día que agradece por su vida, también lo hace por la de sus hijos Etel Margarita y Carlos Mario Rodríguez Carrillo. De vez en cuando repasa los poemas de un pasado alegre y vivaz, como aquel que le dedicó a su hija cuando estudiaba la primaria en el María Auxiliadora.

Tengo dos hogares, mi casa y la escuela

a los dos los quiero y en ellos aprendo

aprendí a escribir papá y mamá,

números y letras y muchas cosas más.

En mi escuela paso toda la semana, 

cuando a ella no vengo me hace mucha falta.

Querida escuelita, me toca marchar, 

pero el año entrante vuelvo a regresar. 

Voy a descansar un poco a mi casa, 

pero el año entrante vuelvo a ti con ansias.

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  • Carmen Stella Leiton
    Nov 8, 2025
    Un ejemplo de maestra de las cuales se necesitan hoy en día, felicitaciones por la gran entrega que dio a su profesión y a sus alumnos como ella los llamaba " sus hijos".
  • Adis Mejía
    Nov 8, 2025
    Excelente artículo. Esa es Acha Carrillo, gran ser humano.
  • Alexi Hurtado Pineda
    Nov 8, 2025
    Excelente trabajo, por su servicio y arte de componer felicitaciones y muchas gracias Mi Colega.🥳🥳🥰🙏🏻🙏🏻🙏🏻🍹🍴😱❤️🎂💝🍾♥️

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