Durante quince días navegamos por el río Amazonas, a bordo de una embarcación que se volvió casa, oficina y territorio compartido. En cada parada —entre pueblos indígenas, comunidades quilombolas y organizaciones sociales— escuchamos una misma advertencia: la selva no aguanta más. Pero también una convicción: son las comunidades las que mantienen la llama encendida. Mientras los gobiernos ensayan nuevos discursos de “desarrollo verde”, quienes viven de y con el bosque enfrentan el avance del extractivismo y exigen un lugar en las decisiones que definirán su futuro en la COP30.
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