En la frontera entre Colombia y Perú, donde el río Amazonas traza la vida cotidiana de Leticia, se libra una disputa silenciosa que amenaza con redefinir el mapa fluvial de la región. Los canales por los que históricamente ha transitado el caudal frente a la capital del Amazonas colombiano se están secando de manera acelerada. Es una señal de alerta que no sólo pone en riesgo la movilidad de la ciudad, sino que también podría dejar al país sin acceso directo al cuerpo de agua más importante del continente.
La profesora Lilian Posada García, investigadora de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, ha seguido de cerca este fenómeno y advierte que, de no tomarse medidas urgentes, hacia el año 2030 Colombia podría perder su conexión con el río. Ingeniera civil de formación y docente en la sede Medellín, Posada lleva más de dos décadas estudiando la dinámica de los ríos amazónicos y alertando sobre los riesgos que enfrenta esta región estratégica.
Su investigación no se queda en los laboratorios: ha recorrido los canales que bordean Leticia y Tabatinga, ha conversado con comunidades ribereñas y ha llevado sus hallazgos tanto a escenarios académicos como a debates de política pública. Su voz, respaldada por datos y por una profunda responsabilidad hacia quienes dependen del río para vivir, se ha convertido en un puente entre la ciencia y el territorio. Convencida de que el conocimiento debe servir para proteger el patrimonio natural y la soberanía del país, hoy es una de las expertas que con más fuerza insiste en que Colombia no puede darse el lujo de perder su conexión con el río Amazonas.
Consonante: Profesora, cuando usted llegó a Leticia, ¿qué situación encontró con el muelle?
Lilian Posada: El muelle de Leticia ya estaba sedimentado. La Universidad Nacional, específicamente el Laboratorio de Ensayos Hidráulicos de la sede Bogotá, había hecho un estudio en los años noventa y diseñó una dársena que se ejecutó en 1993. Tengo fotos de esa dársena. Sin embargo, no sirvió: como era un entrante en el río, lo que entraba eran sedimentos. Muy rápido quedó inundada de arena y lodo.
Cuando llegué en 2002, contratada por el Invias, el muelle ya llevaba casi una década sedimentado. Lo que hicimos entonces fue un estudio morfológico del río para entender por qué los sedimentos tendían hacia ese lado y se acumulaban allí.
Diseñamos un movimiento del buque para sacarlo otra vez hacia la corriente principal, en lugar de dejarlo en un hueco que inevitablemente se llenaba de sedimentos. Terminé el estudio en 2004 y las obras se ejecutaron en 2006.
Pero yo advertí algo: esa solución sería sólo temporal. Si no se hacían obras complementarias, el muelle volvería a quedar atrapado en la sedimentación. Y así fue.
C: ¿Cuáles eran esas obras complementarias que usted recomendaba?
L.P.: Una de ellas era intervenir una isla que crecía rápidamente entre las islas Ronda y Rondínea, en el canal que marca el límite entre Colombia y Perú. Si ese canal se cerraba, el río se desviaba hacia el brazo brasileño y, aunque el límite internacional se define por las aguas profundas, eso significaba que dentro del territorio colombiano íbamos a tener islas peruanas. Algo nada conveniente.
Yo recomendé dragar ese pequeño canal para mantenerlo abierto. No era un dragado gigantesco, como a veces la gente imagina cuando uno habla de dragado, sino un “dragadito” para mover esa isla incipiente. Además, propuse construir direccionadores de flujo sumergidos en el brazo peruano, que no interrumpieran la navegación, pero que ayudaran a que ese canal siempre recibiera agua y no volviera a cerrarse.
Lo advertí en 2004: si no se hacían esas dos obras, mover el muelle iba a ser inútil. Y, efectivamente, fue lo que ocurrió.
C: Para quienes no son expertos, ¿cómo se explica qué es la sedimentación en el río Amazonas?
L.P.: El Amazonas es un río muy particular: tiene una planicie muy extensa y una pendiente muy suave. Como recibe una carga altísima de sedimentos, se forman islas en medio del cauce. Por eso se llama un río anastomosado: se divide en varios brazos que se mueven entre esas islas.
Esto lo hace muy inestable. A veces el caudal principal se va por un lado, a veces por otro. Cuando el caudal toma fuerza por un lado, erosiona su orilla; mientras tanto, por el lado con menor velocidad se acumulan los sedimentos.
Esos sedimentos viajan muy lentamente aguas abajo, de acuerdo con los pulsos de crecientes y bajantes. En el Amazonas hay un solo invierno y un solo verano al año; el más crítico es en septiembre, cuando el río está muy bajo. Es en esa época cuando se deberían hacer los trabajos, porque con el río crecido todo es más costoso y riesgoso.
Esa dinámica explica por qué crecen las islas. Y de hecho, han aparecido nuevas: además de la isla de Santa Rosa (que ya estaba en los tratados), ahora hay al menos tres más que no tienen dueño definido.
C: ¿Estos cambios son procesos naturales o se han acelerado por acción humana?
L.P.: El río siempre ha tenido esa forma de divagar y moverse, desde hace millones de años. Pero hoy los cambios se han acelerado por la acción humana.
La deforestación es clave. En Brasil hubo una tala indiscriminada que aumentó la erosión. En Ecuador, por ejemplo, en la cuenca del río Napo también hay una fuerte deforestación. Todo ese material llega al Amazonas. El río no alcanza a transportarlo todo, se atasca en los estrechos, y mientras tanto erosiona las orillas, que son más frágiles que las islas.
C: ¿Qué consecuencias tendría esto para Colombia y sus comunidades indígenas?
L.P.: Serían gravísimas. Aguas abajo de la isla Ronda está el sistema de Lagos de Yahuarcaca, compuesto por unos 21 o 23 lagos. Se alimentan de manera subterránea por el río Amazonas y son zonas de desove de peces. Allí hay una productividad pesquera inmensa.
Si el río cambia de cauce y esos lagos se secan, se pierde todo. ¿Qué será de las comunidades indígenas que viven de la pesca, si no hay peces? ¿Qué será de Leticia, que depende de ese muelle y de la actividad turística?
Ya hay problemas: embarcaciones colombianas que pescan del lado peruano son detenidas. La soberanía, la economía y la vida de esas comunidades están en riesgo.
C: Entonces, ¿qué perdería Colombia en términos estratégicos?
L.P: Perderíamos la pesca, el turismo y el comercio. Leticia vive de eso. La ciudad no tiene carreteras que la conecten con el resto del país, solo un aeropuerto y el río.
¿Quién va a querer ir de turista a mirar un río seco o pedir permiso a otro país para verlo? Si el muelle se convierte en un depósito de sedimentos, tampoco tendrá sentido invertir en un malecón turístico.
C: ¿El tratado de límites contempla esta situación?
L.P.: El límite fue definido en 1922, con el Tratado Salomón Lozano. Allí se estableció que la frontera estaría en el canal de aguas profundas. Pero nadie advirtió que esas aguas profundas cambian de lugar con el tiempo.
Hoy el canal profundo está del lado peruano. Eso genera un problema: si seguimos aplicando el criterio de 1922, podríamos terminar con territorio colombiano lleno de islas peruanas.
Yo creo que ese tratado debe revisarse. Hay que reconocer que el río cambia, que pueden aparecer nuevas islas y que ambos países tienen derecho a vivir de ese río.
C: ¿Esto debe resolverse políticamente o científicamente?
L.P.: Con ambos enfoques. Se necesita investigación científica para demostrar cómo se comporta el río y por qué. Y también voluntad política para tomar decisiones basadas en la ciencia, no en criterios obsoletos.
Geológicamente, el lado colombiano es más estable: tiene una especie de terraza rocosa que resiste la erosión. En cambio, el lado peruano es una planicie de sedimentos muy finos y frágiles. Eso refuerza la idea de que el límite debería reconocerse hacia el lado peruano.
C: ¿Qué investigaciones y monitoreos habría que hacer pensando en los próximos 20 o 50 años?
L.P.: Un estudio de la evolución del río, usando registros históricos desde los años cuarenta. Con fotointerpretación y análisis de imágenes se puede proyectar hacia dónde va a moverse el cauce en el futuro y proponer un límite más realista y equilibrado.
C ¿Y qué estrategias de restauración ambiental se podrían aplicar para estabilizar el río?
L.P.: Lo fundamental es frenar la erosión. No podemos detener el transporte natural de sedimentos, pero sí reducir la carga que llega al río.
Eso se logra con restauración de suelos, vegetación protectora en las orillas, manejo adecuado de planicies y algunas obras que reduzcan el proceso erosivo. Si frenamos la erosión en Colombia y Perú, los sedimentos que ya están en el cauce podrán fluir con mayor estabilidad.
C: Finalmente, ¿qué mensaje le daría a los tomadores de decisión en Colombia?
L.P.: Que no den la espalda al Amazonas ni a la gente de Leticia. El trapecio amazónico está aislado, y su soberanía no solo se defiende por aire o por tierra, también por el agua.
Hay que estar atentos a cada proceso: cuando aparece una nueva isla, cuando un canal se cierra, cuando el turismo decae. La defensa del territorio empieza por cuidar el río.