Ilustración: Camila Bolívar
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“Tenemos susto, pero también tenemos hambre”: el caso de los indígenas que atacaron a dos jaguares

Indígenas del resguardo El Silencio aseguran que los jaguares están acabando con sus vacas, perros y cerdos; y temen que el felino, que ronda muy cerca la zona desde hace varios meses, los ataque. La situación evidencia las fisuras de la conservación de este animal en el Chocó.
¿Cómo se hizo este trabajo?
Para este reportaje se consultaron cuatro tipos de fuentes: dos indígenas del resguardo El Silencio, cerca a El Tabor; dos autoridades ambientales regionales; un antropólogo ambiental (que no está citado en esta entrega) y un habitante del casco urbano de Tadó, Chocó. Además, contactamos por un canal a la Ministra de Ambiente Susana Muhamad sin obtener respuesta. Consonante le ha hecho seguimiento a este tema desde febrero, cuando en corregimientos de Tadó reportaron el avistamiento del felino cerca de caseríos.

A principios de agosto, José Ovidio Dovígama, indígena embera katío del resguardo El Silencio, en Tadó, estaba mirando en una parcela cercana a sus animales y, de repente, se le abalanzó un jaguar encima. Tenía su arma de caza y no dudó en usarla. Bercelia Rentería escuchó los disparos y unos gritos media hora después de haber llegado a trabajar a la finca El Carrizal, en el corregimiento El Tabor. 

Juan Carlos Palomeque, su hijo, supo por ella que en el resguardo habían matado a un jaguar. “La finca queda a cinco minutos de El Silencio”, explica Palomeque. “Ese día ella tomó la decisión de no llevar el perro porque los indígenas que trabajan alrededor le dijeron que por ahí había un tigre”. Para los indígenas es un tigre-jaguar.

Estos felinos recorren la selva espesa cerca a las cuencas del río San Juan y del río Atrato en zona rural de la subregión del San Juan. Allí comparten con otras especies más de 500 kilómetros cuadrados de tierra en los que el que no caza es la presa.

Bercelia escuchó la bulla y fue al resguardo. Ese día, varios indígenas estaban reunidos, muy alarmados, y otros estaban en un predio no muy lejano. “Al rato llegó uno de esos, muy agitado, diciendo que necesitaba apoyo porque el animal había atacado a otro que 'afortunadamente' también llevaba una escopeta”.  Palomeque dice que los hombres con armas de caza eran tres. 

Aldemar Dovígama, hijo de José Ovidio, cuenta que al animal lo mataron entre cinco. Y que este no fue el único, que este año ya habían matado a otro jaguar.

“Mi mamá había visto a indígenas muy alarmados porque encontraron a una vaca en el suelo con la cabeza desgarrada”, cuenta Palomeque. “En la parte alta del filo del Cerro La Vieja, en donde viven familias de indígenas, tenían su ganado, casi diez cabezas, y todo se lo comieron. Por eso se bajaron de allá y entiendo que pusieron en conocimiento de las autoridades competentes”. 

Es un hecho que los animales están deambulando en esta región porque es la tercera en el país con mayor abundancia de esta especie. Pero sí es la primera vez que la población se siente tan amenazada. “Nunca los jaguares habían estado tan cerca del casco urbano”, asegura Palomeque.

Y es que a pesar de que la piel les permite a estos felinos camuflarse, el progresivo aumento de la deforestación, que ha reemplazado paulatinamente el monte por la pradera, ha llevado a que las comunidades descubran su presencia más fácilmente. Es decir, los cambios del ecosistema han hecho del jaguar una especie vulnerable. La selva, su hábitat natural, es según el Ideam lo más talado en Colombia. 

Se tumban árboles para ganadería, minería ilegal, extensión de la frontera agrícola, siembra de cultivos de uso ilícito ―con previos incendios forestales―. Y, cuando los jaguares se desplazan por la desertización, en busca de agua y alimento, son cazados para traficar con sus cuerpos o para convertirlos en alimento.

Un conflicto por alimentos

En febrero de este año encontraron sus huellas en cinco corregimientos de Tadó. Entonces, las autoridades de la Corporación Autónoma Regional del Chocó (Codechocó) y del Parque Nacional Natural Tatamá, especificaron que se trataba de un jaguar y su cría. 

Lo concluyeron por el tamaño de las mordidas en los cadáveres de los animales. También por el tamaño de su rastro en el barro.

Desde entonces, habitantes de El Tapón, Corcovado, Tabor, Gingarabá y Guarato, en Tadó, contaron varios de sus animales de corral muertos. A mediados de mayo, incluso, familias indígenas Embera Katío del resguardo El Silencio se tuvieron que desplazar. 

Cuando percibieron la presencia de un animal salvaje, a principios de año, pensaron que se trataba de alguno común en la región: jabalí, mono, armadillo. Pero cuando se comió su ganado, se dieron cuenta de que no era pequeño ni el animal ni el riesgo y corrió el rumor de que el animal transitaba por Mumbu, Gingarabá y Guarato ―ubicado en la vía que conduce a Quibdó, en el Chocó, con Risaralda―. Y en Bagadó también.

“Los indígenas siguieron el rastro por los pastos y los caños y los taparon para que el animal no los atravesara, pero entendimos que consiguió dar la vuelta y regresar”. Por eso, dice Palomeque, pasó lo que pasó. “La comunidad indígena advirtió al resto que si el animal los atacaba, se iban a defender”. 

Según información de la Fundación Panthera, una oenegé que se dedica a la preservación de 40 especies de felinos silvestres en todo el mundo, es poco probable que un jaguar ataque sin ser provocado. No lo hacen en condiciones ideales, sólo en legítima defensa o cuando una hembra perciba que otra especie está intentando tocar a su cría. De hecho, los jaguares tienen hematofobia, una condición que lleva a que se alarmen ante conductas de escape y se vuelvan más frenéticos en presencia de sangre.

Sin embargo, los indígenas que habitan la zona rural de Tadó lo perciben como un animal feroz. “Ese animal es muy bravo”, dice Aldemar Dovígama. “No es fácil hablar del tema como comunidad ―anticipa― porque se han dicho muchas cosas sobre nosotros, hasta que estamos delirando”, cuenta Dovígama. 

Dice que días antes de avistar el primer jaguar estaban asustados porque ya quince de los perros con los que salen a cazar habían desaparecido. Aldemar asegura que para ellos el peligro es inminente pues calculan que el animal puede coger a un niño que salga a caminar y comérselo o atacar a una mujer bañándose en el río. “Es que para ustedes en la ciudad es algo bueno, pero para nosotros es peligroso”, sostiene.

“Lo que vea se come ese animal. Las vacas, las gallinas, los cerdos, los terneros… Pero qué pasa: que nosotros somos muy pobres. Tenemos esos animalitos para comer entre familia y el tigre estaba acabando con todo. Nosotros tenemos susto, pero también tenemos hambre”.

Cuenta que además de lo que tienen sembrado, buscan la comida en el monte. “Comemos platanito primitivo o lo que encontremos, porque somos muy muy pobres. ¿Con qué vamos a tener para comer otra cosa? Aquí animal muerto, es animal comido”, dice.

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Los hombres buscan alimentos en los árboles pero los murciélagos ya han ruñido los frutos. Otras veces se acercan a algunos cultivos pero el maíz que queda lo están custodiando las aves. La confrontación entre humanos por el dominio sobre la tierra ha sido una contienda entre sí y con otras especies.

“Es un conflicto por los alimentos”, dice Perea desde las oficinas de la unidad adscrita a la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Rural (UMATA). “El felino consume unos alimentos que consiguen los indígenas cuando salen de cacería y, cuando el felino no los encuentra, se desplaza y están los animales con los que se alimentan los indígenas”. 

Como controladores biológicos, los jaguares tienen muchas dietas. Aunque se pueden alimentar de aves, reptiles, anfibios y peces cuando los encuentran; cuando no, su destreza como depredador ―capaz de atravesar la piel de un cocodrilo, despedazar el caparazón de una tortuga y tragar un venado―, la han tratado de equiparar con armas los humanos. 

Adormecer a un jaguar

Los jaguares están presentes en casi todo el territorio nacional (Orinoco, Amazonas, Caribe y Pacífico), por eso surgen casi semanalmente, desde todas las regiones, noticias que enseñan sus cadáveres. 

Este mes los medios registraron la muerte de dos jaguares en el departamento del Chocó. Seis meses desde la primera vez en que las comunidades de Gingarabá y Guarato reportaron que habían visto a un animal rondando. 

Una foto enseña el lomo del jaguar con los disparos y otra muestra al animal sobre el reguero de su sangre. Otra foto muestra a un jaguar con una estaca clavada por la boca que sobresale por encima de su dorso. En otras imágenes aparece un indígena con una herida propinada por las garras del felino. Su cabeza luce como un mango recién pelado con el cerebro como pulpa. Y luego más imágenes con varios hombres sosteniendo un jaguar enorme con la cabeza desvencijada.

Parte del registro fue publicado a mediados de agosto por la abogada y periodista María José Castaño en Twitter, integrante activa de la Fundación Herencia Caribe, oenegé dedicada a la conservación del jaguar en Colombia que, entre muchas otras, se ocupa de trabajar conjuntamente con otras instancias para crear un corredor ecológico en la Serranía del Perijá, después de haberlo procurado en Montes de María (Serranía de San Jacinto). En su publicación, donde aparece el felino ya sin ojos, la ambientalista asegura que la presencia no de uno sino de dos jaguares, los mismos que mataron, ya había sido notificada a las autoridades pertinentes.

A los dos días de esa publicación, la ministra de ambiente Susana Muhamad contestó. Pidió leer el contexto y compartió el comunicado que Codechocó emitió oficialmente. En este aseguran que las comunidades sí reportaron a las autoridades desde febrero. 

Sin embargo, tanto las imágenes de la estaca como las del indígena herido con un rasguño casi letal, no son claras para Aldemar, del resguardo El Silencio, en Tadó. Aunque asume que allí mataron dos jaguares este mes, dice que el indígena herido es del municipio de Bagadó, en el resguardo del Alto Andágueda, donde viven 32 comunidades Embera Chamí, organizadas en cuatro cabildos mayores, en el suroriente del departamento. 

Desde la UMATA solo reportaron la muerte de un felino, no dos ni tres. “Apenas hubo un animal, contrario a lo que se rumorea”, asegura Perea. Y según Daivan Valoyes, ecólogo de Codechocó, las escenas más grotescas no serían de Colombia sino de una comunidad en Perú.

En cualquier caso y pese a la confusión, hay una cifra de mínimo dos ataques a animales en vía de extinción en treinta días. 

Ante esta situación, la UMATA y de Codechocó les recomendaron a los indígenas, a través de talleres de sensibilización, “el montaje de muñecos impregnados con creolina, pólvora y luces led con sensores” para ahuyentar a los animales. 

Los indígenas Embera Katío cuentan que se acercaron en mayo a la alcaldía de Tadó para ver qué podían hacer ante la presencia de los jaguares en su territorio. Aldemar dice que de Codechocó los visitaron a las semanas de reportar, pero que él entendió de sus autoridades indígenas más tarde que de la Policía, la Alcaldía y la Fiscalía dijeron que mataran al jaguar. “Porque aquí también vienen paisas a los que les gusta cazarlo”.

Marcelo Perea, director de la UMATA, asegura que la instrucción nunca fue deshacerse del animal. “A mí me informó de la presencia del felino el señor Armeiro Scarpeta cuando en su finca, en la vereda Gingarabá, se comieron unos terneros. Por eso nosotros nos reunimos con la comunidad, gente de Parques Nacionales Naturales y Codechocó, para hablar sobre conservación y proponer técnicas de ahuyentamiento”.

Pero reconoce que no fue suficiente. “Hay que encontrar, para la próxima, una manera de capturar al felino para que no corra peligro y tampoco la integridad de las personas”, dice. Una forma, según el experto, es aprender entre todos a adormecer el jaguar.

Un corredor ecológico

Valoyes afirma que en estos casos hay una respuesta eficiente del gobierno nacional, al menos en redes sociales, pero que éste no actúa con tal celeridad para atender previamente las solicitudes de apoyo que les permita hacer algo más que talleres pedagógicos.

En el marco del Plan de Acción Institucional y Plan Operativo anual, Codechocó cuenta con un proyecto de atención a la fauna silvestre donde se enmarcan actividades direccionadas a la conservación de todos los felinos: margay, puma, ocelote, oncilla, jaguarundí y jaguar. “Eso contempla atención a especies amenazadas; acciones de educación ambiental y otras actividades del cumplimento a los objetivos de los instrumentos de gestión ambiental”, explica el funcionario de Codechocó e insiste que necesitan una mayor inversión para fortalecerse. 

“Se requiere de la implementación de unas herramientas tecnológicas para construir un centro de monitoreo y hacer seguimiento en red a los ecosistemas de nuestra jurisdicción”, dice. Pero todo esto requiere asistencia del gobierno en todos los niveles pues, según el experto, el objetivo es impactar positivamente a la fauna sin ignorar el contexto de las comunidades. “No es tan fácil, en las condiciones en que vivimos, generar espacios de coexistencia real en el territorio”.

El caso del asesinato del jaguar o los jaguares en Tadó sigue siendo investigado por ambos entes territoriales, Codechocó y Tatamá, y el gobierno nacional desde el Ministerio de Ambiente. Entidades que hace años sostienen una mesa de diálogo con autoridades de los resguardos y con campesinos. 

Daivan Valoyes, de Codechocó, argumenta que con más recursos podrían crear un corredor ecológico como en el Caribe y fomentar como empleo real la protección en toda la región conocida como Pacifico Biocultural, una zona de comunidades afro, mestizas e indígenas que viven con y entre miles de especies y donde la preservación del ecosistema podría ser una ocupación remunerada. 

Hace falta, asimismo, una revisión entre instituciones para ver cómo atender episodios confrontativos entre especies. “Los indígenas dijeron que el jaguar se estaba comiendo sus vacas y sus cerdos, pero nunca nadie se acercó a preguntar qué significaba eso o si podían reponer sus animales”, anticipa Perea de la Umata. “Muchos campesinos tienen créditos enormes con el Banco Agrario, que los tomaron además para poder comprar sus vacas o sus animales de corral y lo que siembran, entonces es muy duro que no reciban apoyo del Estado en estas circunstancias, cuando siguen pagando una deuda al Estado”.

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  • Angela Maria Galeano Galeano
    Sep 4, 2023
    En la mayoría de los casos ni el jaguar ni el fuma muestran consultas agresivas contra el humano es más evitan las interacción con nosotros sin embargo si no tienen más opción que enfrentarse sea cual sea el motivo desplegará su agresividad natural hasta el último momento, El jaguar tiene la mordida más potente de todos los felinos y fácilmente es capaz de romper caparazones de tortuga (Emmons en 1989). Puede matar por perforación del cráneo (especialmente en chigüiros), asfixia o por un mordisco en la nuca que desplaza las vértebras (Schaller y Vasconcelos1978).

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