Los pueblos indígenas de la Amazonía han mantenido sus principios para convivir en armonía con todos los seres vivos. Sin embargo, muchos de estos saberes se han perdido porque la figura que pretende reunir, preservar y poner al servicio este conocimiento ancestral en defensa de la gente aún no funciona.
La garantía de un Sistema Intercultural de Salud de los Pueblos Indígenas (SISPI) sigue siendo un sueño. Aunque la salud es un derecho y la Constitución colombiana así lo proclama, también proclama a la nación como multiétnica y pluricultural, lo que implica el reconocimiento, respeto y protección de la diversidad.
Uno de los retos más grandes y una de las principales luchas de estas comunidades ha sido, precisamente, encontrar los mecanismos que integren y respeten esa diversidad que es evidente en usos, costumbres, cosmovisión y formas de vida de los pueblos indígenas.
El Estado, en cabeza del Ministerio de Salud y Protección Social, asumió el compromiso de implementar el SISPI como política pública de y para los pueblos, que además se articule, coordine y complemente con el Sistema General de Seguridad Social en Salud - SGSSS. Sin embargo, materializar ese derecho, integrando los conocimientos de la medicina convencional con la propia de los pueblos indígenas, ha tomado más de una década.
Tres gobiernos han promovido encuentros con las mesas de concertación de los pueblos indígenas para buscar la implementación del SISPI pero, según voces de las comunidades, ha sido difícil porque el Estado no escucha o no comprende este sistema.
Además de la poca voluntad para la financiación y administración de este modelo de salud, las comunidades cuestionan la efectividad institucional y, al menos desde el departamento del Amazonas, se preguntan por el futuro de este proyecto como ley.
Avances insuficientes
Los pueblos indígenas aparentemente cuentan con protección a nivel mundial para garantizar su salud: está la Organización de Naciones Unidas (ONU); la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), instancias que han formulado normas que para las autoridades indígenas sólo legitiman sistemas de salud convencionales.
Entre sus estructuras organizativas autónomas y en las diferentes mesas de decisión, las autoridades indígenas creen que una década es tiempo suficiente para evaluar la capacidad de escucha de estas organizaciones descentralizadas pero, sobre todo, del Estado.
El mayor y líder Wilson del Águila, coordinador de Territorio y Salud de la Organización Indígena Aticoya de Puerto Nariño, recuerda que para proponer el SISPI fue muy difícil pero que, después de haberlo logrado, la tardanza ha venido de explicar en qué consiste. “Vamos para los once años de conversaciones en lo nacional con la Mesa Permanente de Concertación (MPC) y en lo departamental en la Mesa Permanente de Concertación Interinstitucional (MPCI), y ha sido difícil”, advierte.
Del Águila señala que en su momento dialogaron con directores, ministros, gobiernos tanto del ente territorial de los dos municipios amazónicos colombianos, Leticia y Puerto Nariño, como del ente departamental, “y poco a poco hemos avanzado en lo escrito y en el entendimiento, incluso para llegar a este solo concepto conocido como SISPI”, agrega.
Desde 2013, a través del Decreto 1973, se creó la Subcomisión de Salud que tenía por objeto orientar, formular y contribuir a la construcción e implementación de lo sugerido por los pueblos indígenas. Es decir que, por disposición legislativa, las comunidades debían ser escuchadas y no lo han sentido.
“Hace falta mucho por mejorar”, anticipa Gerardo Antonio Ordóñez, coordinador general del Instituto Prestador de Salud (IPS) Mallamas. “Aquí tenemos una maloca que funciona internamente y donde el abuelo Paulino Santos es el que nos representa. Él es quien dialoga, diagnostica y da unos tratamientos desde la medicina propia. Luego el paciente pasa al médico general para seguir su proceso de curación, si lo requiere”.
El propósito, afirma por su parte el coordinador de salud de Aticoya, “es buscar que mayores y sabedores (como Paulino Santos) de las diferentes especialidades, aunque no tengan un título profesional o no hayan cursado una primaria o una secundaria, puedan articular los dos sistemas de salud, teniendo en cuenta los saberes ancestrales del cuidado del cuerpo y el territorio como uno solo”.
Según las fuentes consultadas, han existido muy buenos médicos convencionales que son conocedores de la ciencia indígena y se han especializado en atender cada una de las enfermedades en los territorios; son sabios en la partería, en el manejo de las plantas medicinales y en la curación del alma y las desarmonías de la tierra. Porque se interesaron en aprender.
Empezar con una escuela
El SISPI, como concepto general, es el conjunto de políticas, normas, principios, recursos, instituciones y procedimientos que se sustentan a partir de una concepción de vida colectiva. La sabiduría ancestral es fundamental para orientar este sistema en armonía con la madre tierra y según la cosmovisión de cada pueblo.
Para los ticuna, por ejemplo, este sistema busca darle vida a la ciencia y, a su vez, valorar las palabras y los saberes que han sido transmitidos de generación en generación por sabios o médicos tradicionales que, incluso, han dado la vida por mantener el equilibrio de las familias.
Los cuestionamientos frente a la aplicación de este sistema se escuchan en diferentes sectores, asociados principalmente a la desconfianza de su administración financiera.
Wilson del Águila cree que se requiere de una ambición proyectada a largo plazo y no a mediano; formación para nietos, jóvenes dirigentes, mujeres “o para quien quiera llevar esta vocación, o sea: aprendices en el manejo de la medicina tradicional y la espiritualidad. Es la única forma para poder implementar, desarrollar y llevar a la práctica este sueño que es de todos los pueblos indígenas”, afirma el líder.
Leonardo Rufino, promotor voluntario de la comunidad indígena de San Juan de los Parente, recuerda que esta conversación sobre la salud diferencial de los pueblos ha estado marcada no solo por el desconocimiento médico sobre la salud ancestral, también sobre la geografía de la región amazónica.
“Fui promotor de salud hace cinco años pero en la parte occidental; soy una de las personas que más o menos conoce lo que se maneja en el hospital y que sabe que es diferente a lo que nosotros tenemos. Me di cuenta cómo las plantas no se utilizan y cómo los médicos no conocen sobre sus beneficios”, dice Rufino.
La lucha de los promotores de salud ha sido constante y sus acciones en el territorio han sido claves para el cuidado de las poblaciones, sin embargo, no han tenido el suficiente respaldo de las administraciones gubernamentales de salud, lo que hace que hayan tenido que vincularse a otras labores.
En los encuentros en los que pueden participar sus posiciones son claras. ‘Leonardo, el enfermero del pueblo’ —como llaman a Rufino— dice que son los médicos de carrera quienes deben implicarse en la adaptación de este sistema mediante una formación. “Donde tienen que tener en cuenta a las parteras, a los sabedores, a los sobanderos, porque son quienes saben sobre la medicina de las plantas y cómo se pueden utilizar…”.
La posibilidad de tener en cuenta los saberes ancestrales es una ventana abierta para prevenir, incluso, temas como el suicidio. Existen en las comunidades las curaciones y dietas para sanar el alma y los pensamientos a través de los rituales de baños, precisamente con plantas y flores que hacen las mayoras. Eso, según el promotor de salud, es un argumento suficiente para reconocer en el SISPI un enfoque diferencial de salud mental en beneficio de las comunidades.
Los habitantes, después de ver, escuchar y tener que enfrentar brotes, una pandemia y leer un índice de suicidio entre líderes juveniles, tienen desconfianza hacia quienes están sentados en las mesas de concertación, porque no han reconocido la contención y protección que viene siempre de los saberes locales.
“Esas mesas, en cualesquiera que sean las áreas para discutir, solo sirven para gastar el dinero con el que ya se les debería pagar a esas personas que todos los días cuidan y protegen la salud de los niños, abuelos y madres en la selva”, manifiesta Gregorio Sánchez, quien hace cuatro meses sufrió un accidente ofídico, tratado con medicina ancestral.
“Nosotros como comunidad no estamos de acuerdo con los que están manejando ahorita la salud y negocian los acuerdos”, anticipa el promotor. “No vemos acciones en el territorio y seguimos trabajando sin recibir un peso, ni siquiera de eso que se gastan en las reuniones”, agrega Rufino.
Frente a la aplicación del SISPI hay un futuro incierto. Aunque hay estrategias que se están llevando a los territorios y aun cuando avanzan los diálogos entre las organizaciones indígenas y el gobierno; las comunidades confían en su propio poder organizativo debido al excesivo retraso institucional.