“Aquí llevamos un aparato muy feo”, decían los hombres entrando a la vereda Pondores, zona rural de Fonseca, con un animal en un costal. “Pero es bien feo”, repetían. Dentro, un ave revoloteaba con angustia. Cuando cedieron a mostrarla, lanzó un picotazo capaz de despedazarme la piel: era un búho de anteojos.
Su enorme y expresiva mirada me transmitió temor y ternura. Sus ojos eran como dos anillos de fuego sobre un pico color hueso y sus garras enormes, lo suficientemente fuertes como para apresar a un roedor, una gallina o un gato.
En esta zona rural del sur de La Guajira es frecuente escuchar a estas aves. En mi cultura wayuu, de hecho, son conocidas como «shoto», un intento gramatical de imitar el sonido que hacen desde las ramas de cedros, robles o ébanos.
Pero en el campo estas aves no se dejan ver como los gavilanes, por el camuflaje de sus plumas, y porque pertenecen a la esquiva familia strigidae, la de los seres voladores de la noche.
A vísperas de Semana Santa, sin embargo, el peor momento para un búho —sobre el que la gente suele decir que ‘es mensajero de malos augurios’—, apareció uno. Lo recogieron entre campesinos que dijeron que estaba malherido en un potrero de la vereda de Lourdes, a casi 20 kilómetros de la zona urbana. Pero por la fama que tienen tanto búhos como lechuzas, como la mayoría de las aves rapaces o tecolotes (que en náhuatl quiere decir el del pico torcido), es necesario evitar los efectos negativos para su supervivencia.
Según el historiador y colaborador de la Revista Folklore, Manuel Ángel Charro, en todo el mundo hay simbolismos contradictorios que han puesto en riesgo la preservación de estos animales al asociar su presencia con temores humanos (como portador de calamidades o animal-bruja).
En el Caribe colombiano no es distinto. Para mi etnia, wayuu, los búhos y lechuzas son seres de poder a los que nos acercamos con respeto porque anuncian con su canto la muerte. Por lo mismo, la gente blanca o arijuna les teme.
Además, en América se propagó una cuestionable reputación y, desde la era prehispánica, existe el refrán mexicano «cuando el tecolote canta, el indio muere»; por eso, la propuesta de cuidado ha sido «cuando el tecolote canta, no lo molestes».
Sobre el totumo
Los hombres me entregaron el costal como si se hubieran liberado de una carga pesada. Afuera, y sobre una horqueta de totumo, el búho llamaba la atención de quienes pasaban.
Los campesinos no paraban de hablar sobre mitos y supersticiones alrededor del ave pero también me decían: “Para amansarla, críela, póngale un nombre y aliméntela. Le tiene que dar carne cocida y bañarla con meados”.
Yo ya sabía que encariñarme con un ave de rapiña me traería problemas porque, como dice Gustavo A. Bravo, el curador de Colecciones Ornitológicas del Instituto Alexander von Humboldt, “a las aves rapaces la gente no las quiere cerca ya que se comen a los pollos y a las gallinas aunque hagan control de especies invasoras”.
Por la expresión del búho, el experto me aseguró que estaba desorientado y asustado ante la presencia humana. Y, por su plumaje, que era bastante joven. Esa es una de las razones para que el ave estuviera caminando por el potrero de Lourdes.
Además, a una edad temprana —como confirmó el ornitólogo—, “esta especie empieza a moverse sobre el nido y es muy común que baje de la copa de los árboles y esté por un buen rato en el piso”.
Aunque descender hace parte del desarrollo desde que es cría, incluso, como afirma el ornitólogo, durante semanas estos búhos experimentan con su naturaleza silvestre; este animal tenía una cortada y un hematoma en una de sus extremidades que le impedían echar vuelo y conseguir alimento por su cuenta.
Empecé por conseguirle ratas y pequeños reptiles que pude cazar con trampas y pedí el favor a los chicos, que suelen ir de cacería, que me trajeran más ratas si encontraban en el camino. Opté por darle las presas vivas, ya que sólo así comía.
Las heridas, el hambre y la juventud hacían que el búho se comportara feroz pero no esquivo. De acuerdo con el ornitólogo, “las crías pueden hacer daño no premeditado sino por acto de reflejo, como cualquier animal en defensa”. Esa es una las razones por las que entiendo por qué reaccionan como reaccionan en cautiverio y por las que no es recomendable apresar el animal sin una autoridad ambiental.
Lo estacioné en un árbol de mango, el más frondoso para poder ocultarse de la luz. A solas con el búho, lo llamé ‘Kohaku’.
El guardián del manantial
‘Kohaku’ hace referencia al dios o espíritu del río. Me inspiré en ‘Haku’, el dragón blanco de Los viajes de Chihiro, película de Hayao Miyazaki.
Esta ave nocturna tiene una importante presencia en pastizales inundables de Colombia. Es una de las responsables de controlar el equilibrio poblacional entre especies en un ecosistema.
Así lo evidencia en este artículo sobre búhos y lechuzas como guardianes de los pantanos el defensor ambiental Mauricio Castaño, quien coordina la acción popular ecológica por la conservación del humedal de Córdoba desde 1998.
También lo corrobora el biólogo del Humboldt, para quien esta especie —que es residente y no migrante— se estaciona en imponentes templos del Caribe, específicamente, en el Parque Tayrona, en la Sierra Nevada de Santa Marta y en la Serranía del Perijá. Y, por registros recientes de avistadores, está muy presente en praderas, aunque pasen desapercibidas.
Su área, al menos en este continente, va desde México hasta el norte de Argentina. Con la misma exactitud que cuenta sobre su ecosistema Birds Colombia —iniciativa que enaltece que el país cuente con el 20% de las aves del planeta—, “estos búhos de anteojos prefieren las selvas tropicales y subtropicales húmedas hasta selvas secas, sabanas, bosques de transición, bosques montanos, pantanos arbolados y crecimientos secundarios”.
‘Kohaku’, sin embargo, dormía de día en el palo de mango al lado de mi casa. Recién llegó le corté las plumas que él parecía jalar con su pico. Lo hice para que no siguiera lastimándose alrededor de la herida, pero me arrepentí, porque podía notar la frustración del ave al no poder volar los primeros días.
Aunque no vuelan grandes distancias, estos búhos reconocen las oscuras profundidades de la selva con su campo de visión privilegiado y la altura de árboles centenarios del Caribe.
Después de un mes y medio ‘Kohaku’ empezó a dejar las ratas de lado. Según me explicó el ornitólogo, “el búho, un animal que es silvestre, entró en una condición de estrés. Tantos estímulos modificaron su comportamiento. Si el animal está en peligro y no hay respuesta de una autoridad ambiental, como en este caso, también hay maneras sumamente responsables de proteger, aunque mi recomendación con el búho sería no molestarlo”, dijo.
Ese comportamiento significaba también que ya se alimentaba por su cuenta. De noche empezó a hacer un sonido agudo con el que parecía avisar su vuelo.
Canta en la noche
Al mes y medio ‘Kohaku’ seguía cerca de la rama del árbol de mango, pero no solo ahí. Se mudaba entre los árboles más altos, hasta el punto de irse toda la noche y volver a las cuatro de la madrugada, la hora en la que alisto a mi hijo para ir a la escuela.
Su plumaje se volvió impecable y con los días siguió cambiando sus plumas vírgenes por plumas más gruesas. Lograba elevarse cada vez más, pero no se marchaba.
El búho de anteojos, específicamente, no está en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza - UICN (2023), pero el búho currucutú -que pasea también por varias regiones de Colombia-, sí encabeza una clasificación de especies “en peligro de extinción”.
Esto último se debe a los efectos del cambio climático y también al aumento de sacrificio por el fetichismo ecológico. Justo lo que yo buscaba evitar.
Según el experto del Humboldt, en los territorios deben ser las Corporaciones Autónomas Regionales CAR las que actúen ante estos eventos. Pero entiende que en la práctica, esta no es la realidad de todo el territorio nacional. “La tendencia natural debería ser el respeto y consolidar ejercicios de monitoreo para preservar estas especies”, aclara.
No contacté a Corpoguajira, la responsable de conservación de ecosistemas marino-costeros, porque no es usual que asistan al llamado de la gente, tampoco a mis llamados periodísticos. De hecho, vía a la vereda Puerto López, hay una reserva natural en su custodia, una obra que desde hace tres años está en pausa y sobre la que no he recibido respuestas.
Mauricio Ossa, aficionado y promotor de Birds Colombia y Guardianes de las Aves, dice que hay algo más que pude hacer antes de sacar del hábitat a una especie: “Alzar la mirada y buscar si están cerca los padres del búho. En caso de que no, pueden ser profesionales en manipulaciones de animales los que se hagan cargo”.
Cuando empecé a creer que el ave respondía al nombre de ‘Kohaku’, acepté su naturaleza libre y salvaje. En Venezuela, de donde soy, sobre el búho recae también la creencia de que es un animal muy sabio y que ese poder fantástico también obra.
‘Kohaku’ estuvo conmigo dos meses. Hace solo una semana que se fue, pero me conformo con escuchar en las noches más oscuras lo que parece su canto desde los rincones del bosque alrededor de la pradera.