Amazonas Ensayo visual

Tejer es más que un oficio, es memoria e identidad 

Para las familias indígenas de Puerto Nariño, el tejido es una necesidad que responde al llamado de la naturaleza y el espíritu. Aun así, los mayores alertan sobre la pérdida de esta práctica tradicional frente al desinterés juvenil, la mercantilización y la apropiación cultural.

Cada tanto, cada ocho o quince días, la familia Rivero Flores se reúne alrededor del fuego. Se sientan en un círculo muy redondo, casi perfecto, para compartir la palabra y el tejido. Antes el ritual se pone en marcha: Natividad, la madre, y Rosy, la hija del medio, abren y limpian los tallos de guarumo; Karina, la hija menor, atiza el fogón hasta que una llama imponente y viva corte el aire. Hilario, el padre, toma la fibra e inicia el tejido.

Al comienzo, el tejido es apenas una hilera de fibras cruzadas con cuidado. Crece a medida que las mujeres comparten sus historias más íntimas; entonces le nacen paredes y el tejido deja de parecer cientos de tiras de guarumo entrelazadas para convertirse en un canasto hecho alrededor del fuego y los relatos.

Así como los Rivero, muchas familias indígenas de Puerto Nariño tejen unidas. Pero para ellas, tejer es más que un oficio: es una creación que responde a un llamado del cuerpo y del espíritu. Una necesidad, como la de pronunciar palabras, cantar o contarle una historia a un amigo. Un hacer que alberga sentimientos y conocimientos, una forma de acercarse a la naturaleza, como lo explica el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh): “tejer es la piel de los animales más respetados y temidos, o el color y el vuelo de las aves”.

También es alimento, dice Rosy Rivero, una de las hijas de la familia que trabaja como artesana: “Hace parte de nuestro alimento, porque tenemos el cernidor, que es el colador para sacar el almidón de la yuca, y el canasto para transportar los productos de la chagra a la casa: la yuca, el plátano, la piña”. 

Es, además, “la mejor forma de escritura y expresión”, según las Autoridades Tradicionales Indígenas de Colombia, que consideran el oficio de tejer “un espacio de resistencia en el que se ha luchado por preservar la identidad cultural existente dentro de los 115 pueblos indígenas del país”.

Aun así, los mayores lamentan el lugar marginal al que ha sido empujado el tejido. Las comunidades y los territorios se han transformado, dicen, y muchos jóvenes ya no quieren aprender este arte. “El conocimiento sobre muchos de los objetos elaborados y usados en los fogones y los cultivos, en rituales y fiestas, en las faenas de cacería y pesca en montes y ríos, ha sido desplazado, porque las nuevas generaciones no están interesadas en replicarlos”, ha documentado el Icanh.

Ese fenómeno preocupa a las comunidades, en especial a los mayores y a los sabedores. Hilario, artesano y agricultor Yucuna, insiste en que “debemos seguir tejiendo porque lo necesitamos”. Sin embargo, cuando mira alrededor, a otras familias indígenas, se lamenta: “hoy día casi nadie está poniendo cuidado a los tejidos. Ya todo el mundo está del lado occidental y a muy pocos jóvenes les gusta tejer”. 

El otro problema, asegura, es que muchos de los que continúan tejiendo elaboran objetos únicamente para venderlos como artesanías. Generalmente lo hacen desprovistos de sus contextos, usos tradicionales, cargas simbólicas y rituales, advierten los investigadores del Icanh. En sus estudios, explican que esa pérdida es “consecuencia de las presiones sobre los territorios de comunidades indígenas, negras y campesinas, por los desplazamientos forzados y el agotamiento de las fibras, jalonado por la demanda de los objetos como artesanía”. 

A esto se suma la apropiación cultural. Los tejidos indígenas son copiados y rediseñados por industrias que los convierten en mercancía. Cuando eso ocurre, se pierde el significado espiritual del arte de tejer, que para las Autoridades Tradicionales Indígenas de Colombia, “va más allá de comercializar una artesanía, porque es hilar la historia y las raíces ancestrales de toda una comunidad”.

En eso coincide Karina Riveros, lideresa y hermana de Rosy, para quien tejer no debería estar mediado únicamente por conseguir dinero, porque “cuando uno tiene ese don, se hace de corazón”. En sus palabras, “al ser quien teje, se crean más tejidos. Se obtienen recursos, pero su sentido y su valor real no pueden quedar de lado”. 

Tejer para acercarse a los suyos

Aunque los significados cambian para cada etnia, para las comunidades del kilómetro 6, 11, 22, así como para las familias indígenas en Puerto Nariño, tejer es una actividad que se hace en comunidad y jamás de forma individual. Es un oficio colectivo, pues al tejer se fortalece el lazo de todos con el territorio y con ellos mismos.

“Mi papá me decía: si usted quiere ser alguien, debe tener cuidado de las cosas que diga y haga, y no puede olvidarse de dónde viene. Pasé por pruebas difíciles, pero hoy estoy acá, llamando con el tejido a mi familia para compartir y unir las enseñanzas de mis antepasados en cada fibra y figura que voy dando forma”, explica Hilario Rivero.

Mientras tanto, Natividad Flores, chagrera, artesana del pueblo Murui y esposa de Hilario, piensa en cómo las mujeres se acercan más a las otras mientras tejen: “Al tejer unimos pensamientos, pero al cargar nuestros canastos, llevamos en nuestra cabeza y hombros el alimento para nuestra familia, nuestro valor y la tenacidad de nosotras las mujeres”.

En eso coincide María Inés Atamatón, tejedora del pueblo Ocaina. Para ella, “cada tejido representa a la mujer dulce, la mujer amable, la mujer trabajadora, pues son quienes unen, cuidan y cultivan la vida”. 

Uno solo con la naturaleza

En Citacoy, comunidad ubicada en el kilómetro 22 de la vía que conecta a Leticia con Tarapacá, conviven varias etnias indígenas desplazadas, entre esas los Bora, Murui, Yucuna, Andoque y Ocaina. Allí, en medio de la selva, se encuentra Jhon Chicaco, joven cantor de la etnia Bora. Él es el encargado de extraer el material del guarumo o chocolatillo para comenzar el tejido. Jhon corta y extrae la fibra necesaria para elaborar sus artesanías. A veces incluso debe escalar árboles como el bejuco yaré (Heteropsis flexuosa), cuyas raíces sirven para elaborar el borde del canasto.

Del otro lado, las orillas del río Amazonas, en Puerto Nariño, Nohora Insapillo, tejedora del pueblo Cocama, relata cómo utiliza otra planta, la chambira (Astrocaryum chambira), una palma espinosa empleada para la elaboración de mochilas, collares, manillas y otras artesanías. Para Nohora, tejer es su historia, “la forma en la cual voy hilando, torciendo y uniendo fibras que resaltan mi cultura”.

Por eso, “nada de la planta debe desperdiciarse, ya que cada hoja, raíz, tallo o semilla es la base para una nueva creación”, aclara Kasia Morales, mujer, lideresa y artesana del pueblo Murui, en el kilómetro 11. “En el tejido tú vas a unir todo: protección, limpieza y pensamientos buenos. ¿Qué vas a cargar? Vas a cargar conocimiento y paciencia, pues vas a tejer el mundo, ya sea redondo o cuadrado; esto depende de lo que tejas y del porqué lo haces. Al unir las fibras, tus pensamientos y sentires se conectan con tus manos, permitiéndote estar en paz contigo mismo y con tu entorno”, dice Kasia.

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