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Las guardianas de la chagra, entre la tradición y el abandono estatal

La vida de María Nilsa Parente, como la de muchas mujeres indígenas, gira en torno a la tierra, a los cultivos que alimentan la ciudad y sostienen la economía local. Pero tras la ardua labor de siembra y cosecha, enfrenta otro desafío: vender sus productos en Leticia, donde el comercio indígena sigue luchando por un espacio digno.
¿Cómo se hizo este trabajo?
Viajé desde una de las comunidades del río con las mujeres chagreras en la madrugada hasta el malecón de Leticia para acompañarlas en su recorrido diario a vender los productos. Entrevisté lideresas y autoridades indígenas. También me contacté con la Alcaldía y la Gobernación.

Son las seis de la mañana y los primeros rayos de sol se filtran entre las hojas de los plátanos, las yucas y los cultivos de pancoger en la chagra de María Nilsa Parente. Hoy ha madrugado porque es el día de la cosecha: sacará de la tierra las yucas que hace ocho meses sembró junto a su familia.

La acompaña su hermana, Hilda Parente. Ambas son mujeres ticunas, herederas de una tradición ancestral que han aprendido de sus madres y abuelas: la agricultura. La jornada será larga. Una vez recolectadas, las yucas pasarán por un proceso de transformación hasta convertirse en fariña, el producto que abastece a los mercados de Leticia y es parte fundamental de la dieta amazónica.

"El trabajo es duro. Hay que sembrar, cuidar los cultivos y hacer mingas para limpiar la chagra rápido. Pero también hay que pensar en el clima, que en los últimos años ha cambiado mucho. A veces no podemos trabajar porque llueve todo el día", dice María Nilsa mientras observa las nubes densas que amenazan con soltar el aguacero.

El cielo oscurece sobre la chagra. En una esquina del cultivo, Hilda recolecta lulo, piña, plátano y ñame. Las chagras de las mujeres amazónicas son abundantes; no solo alimentan, también enseñan. Desde la mirada ancestral, son las escuelas vivas de las comunidades.

Fotografía: Sirley Muñoz

Todos los días, las vendedoras madrugan desde diferentes comunidades para llevar sus productos a la plaza de mercado. El camino es diverso: atraviesan senderos de bosques inundables y remontan el gigantesco río Amazonas.

"Estoy sentada en este bote con mis productos. Miro la tranquilidad del camino, pero también pienso si hoy podré vender todo lo que llevo. No es fácil, hay días en los que regreso con la mercadería intacta y llego cansada", dice María, con la mirada perdida en la corriente del río.

Gaudencio Palacios, gobernador indígena de la comunidad de San Juan de los Parente, recuerda que desde hace más de veinte años las administraciones municipales han prometido un puesto de venta digno para las comunidades en Leticia. Esa promesa ha sido una bandera recurrente en las campañas políticas, pero nunca se ha materializado.

"Lo que falta es llegar a acuerdos. Después de tantos años, nuestras vendedoras siguen en las mismas o en peores condiciones. Si hubiera acuerdos, podríamos colaborar en el cuidado del espacio. Al final, son lugares públicos que debemos proteger como ciudadanos", dice Palacios.

El malecón de Leticia es un punto de encuentro multicultural donde los visitantes encuentran una gran variedad de productos endémicos. Pero, contrario a la imagen pintoresca del lugar, las condiciones de venta para mujeres como María son precarias. Cada jornada implica una lucha por conseguir un espacio donde exhibir sus productos. Algunas veces deben competir con comerciantes que ya tienen un puesto fijo en la plaza, pero que también ocupan el malecón pagando un aporte a la administración municipal.

"Aquí he sido discriminada por ser indígena", cuenta María. "Los que tienen un puesto fijo en la plaza también ocupan el malecón, y nosotras, que venimos de lejos, tenemos que buscar dónde vender". Mientras habla, observa a sus compañeras que acomodan los productos en el suelo.

Para Jaime Parente, líder indígena y también vendedor, las condiciones en las que trabajan son inaceptables. "Los productos de la chagra deben llegar en condiciones de higiene aptas para el consumo. Muchos de estos alimentos abastecen los restaurantes de la ciudad, y es urgente garantizar su adecuado manejo", reflexiona desde la comunidad de San Pedro.

Fotografía: Sirley Muñoz

Según él, es necesario establecer planes a corto plazo para mejorar las condiciones de venta. En las mesas de diálogo político, se ha propuesto la creación de una plaza indígena, un espacio adecuado y digno para los agricultores de la región.

Antonia Fernández, vendedora del mercado indígena de los sábados, ha visto afectada su salud. "Además de trabajar en la chagra, debemos soportar jornadas bajo el sol o lluvias intensas. No tenemos ni un techo para resguardar los productos ni protegernos nosotras mismas", lamenta.

Los años pasan y las mujeres agricultoras siguen alimentando a la ciudad. Pero las miradas indiferentes de las administraciones también siguen ahí, inamovibles. Mientras los diálogos interinstitucionales se prolongan, las comunidades esperan algo más: acciones concretas y condiciones dignas para quienes sostienen la economía local desde la raíz misma de la selva.

¿Qué dicen las autoridades?

En septiembre de 2024 la Gobernación se comprometió con la tercera fase de la obra del malecón de Leticia. Este proyecto se desarrollará con dinero del Gobierno nacional a través del Ministerio de Transporte e Invías.

Sin embargo, varios meses después no existe contratista, ni contrato en el Secop. Y aunque la Gobernación del Amazonas no responde efectivamente las preguntas de la prensa, desde la Alcaldía de Leticia confirmaron que está en trámite una solución al problema: "te cuento desde lo que sé, en este momento se carnetizarán (las personas vendedoras) para darles prioridad en un espacio continuo al malecón y hay un proyecto de mejora para el malecón con recursos de la contribución al turismo, que contribuirá a la organización de este importante espacio".

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