Mujer e hijos. Foto: Gabriel Linares.
Foto. Gabriel Linares.
Chocó El Carmen de Atrato Fonseca La Guajira San Juan del Cesar Tadó Todo el país Reportajes

La deuda con las cuidadoras: reconocer y pagar por su trabajo

El paro de seis días de las madres comunitarias del Icbf puso sobre la mesa la necesidad de reconocer y pagar por el trabajo de cuidado que hacen, principalmente, las mujeres. Un trabajo que, de ser pagado, representaría el 19,6 por ciento del Producto Interno Bruto del país.

Cerca de 69 mil mujeres que cuidan a medio millón de niños y niñas en todo el país decidieron parar sus actividades el 6 de febrero. Desde entonces, los Centros de Desarrollo Infantil, las Unidades Comunitarias y Atención y las viviendas en las que las mujeres, y una minoría de hombres, atienden a niños y niñas de entre siete meses y cinco años permanecieron cerradas durante seis días. Es decir, durante casi una semana, otras personas  tuvieron que encargarse de lo que las madres comunitarias han hecho hace 36 años: desde preparar desayuno, almuerzo y merienda,  hasta estimular a los niños mediante juegos o bañarlos. En pocas palabras, encargarse del cuidado de los menores de edad durante ocho horas consecutivas. 

Las madres comunitarias entraron en paro bajo el argumento  de que a pesar de que cuidan a más de 14 millones de niños y niñas no tienen condiciones laborales dignas. Reciben el salario mínimo, apenas desde hace 15 años pueden cotizar para una pensión, y ni siquiera son empleadas del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. 

El sábado 11 de febrero las madres finalmente acordaron levantar la protesta tras llegar a varios acuerdos con el gobierno nacional que incluyen formalizar a las madres en la nómina del Estado en un plazo de 18 meses, mejorar el subsidio pensional y aumentar el dinero que reciben para garantizar la alimentación de los niños y niñas. Sin embargo, el paro puso en la agenda nacional la discusión sobre la falta de reconocimiento del trabajo de cuidado en el país. Y dejó varias preguntas en el aire. ¿Por qué lo siguen haciendo mayoritariamente las mujeres? ¿Cómo se debería pagar? ¿Qué hacer para redistribuirlo?

Estas preguntas también aplican para las trabajadoras del hogar, las cuidadoras de adultos mayores y las amas de casa. Tal vez por eso, hace unos años Mailín Molina, trabajadora del hogar del corregimiento El Hatico en Fonseca (La Guajira), pensaba que ser trabajadora del hogar o ama de casa sería su última opción. “Precisamente porque no es valorado ni bien pagado. Últimamente he visto que hay vacaciones y prestaciones, pero antes no. En mi familia había muchas mujeres que trabajaban en casa de familia, y yo las veía y decía: voy a estudiar una carrera porque ese es un trabajo que no deja nada, porque cuando terminas y no tienes fuerza para seguir trabajando, es como si no hubieras hecho nada”, explica. En su caso, durante varios años fue así. Ahora, en su trabajo actual en una casa de familia, tiene todas sus prestaciones, y no deja de sorprenderse. “Son muy pocas las personas que las dan (las prestaciones)”. 

Además de la falta de remuneración o los bajos salarios, las trabajadoras del cuidado deben enfrentarse al menosprecio de sus labores. “Para muchas personas el trabajo doméstico o del hogar es denigrado. No se valora todavía”, afirma Mailín. En esto coincide Yomaira Rengifo Moreno, madre comunitaria de Tadó, ama de casa y cuidadora de su madre, a quien le amputaron ambas piernas. “En el trabajo de la casa uno hace y hace, y es como si no hiciera (no se reconoce). Pero sí se avanza. Es una labor que no muchos valoran, pero es muy importante”, dice.

Camila Esguerra Muelle, antropóloga, posdoctora en Género y Desarrollo y profesora de la Universidad Nacional de Colombia, explica que la percepción de que el trabajo de cuidado es poco importante se relaciona con varias ideas que están instaladas en la sociedad. Como que sean las mujeres las encargadas naturales de las tareas de cuidado. Para Esguerra, de ahí se deriva que no se les pague por hacerlo. “Es una idea misógina que las mujeres deben hacer gratuitamente este trabajo porque está en su naturaleza”. Además, esto dialoga con “la idea esclavista de que hay unas mujeres como las afro, negras o indígenas que deben seguir haciendo estas labores sin pago”. Estas dos ideas refuerzan la concepción de que para hacer trabajo de cuidado no es necesario cualificarse. “Esto es una absoluta mentira. Este trabajo exige una cualificación, aunque no sea formal, en muchas áreas”.  Para la experta estas tres ideas juegan juntas y dan como resultado la falta valoración de este trabajo, a nivel simbólico y de remuneración. 

Sin embargo, a nivel de comunidad internacional ha habido avances en acordar que las actividades como bañar, cambiar y alimentar a un bebé, dar de comer a un adulto mayor, cocinar o limpiar son trabajo. Hoy, estas son reconocidas por la Organización Internacional del Trabajo como trabajo de cuidado, y pueden ser remuneradas o no remuneradas a la persona que los ejecuta. Más allá de la remuneración directa, lo cierto es que estos trabajos son fundamentales para las economías de los países. Algo que es posible calcular. En Colombia, según el Dane, el valor económico del trabajo de cuidado no remunerado correspondió a 230 338 millones de pesos en 2021. Es decir, el equivalente al 19,6 por ciento del Producto Interno Bruto. Esto quiere decir que si las horas trabajadas se hubieran pagado, habrían sido el renglón más importante de la economía y del país, superando incluso al aporte que hizo el sector secundario de la economía (18 por ciento), que incluye actividades como producción de textiles, productos químicos, metalurgia, cemento, envases de cartón, resinas plásticas y bebidas, y el primario (14.1 por ciento), donde se encuentra la agricultura y la extracción de recursos minero.energéticos. 

Foto: archivo Consonante.

Por este motivo, ha habido algunos avances en el país para reconocer la importancia de este tipo de trabajo. Natalia Chávez Monroy, coordinadora del área de Mujeres, Paz y Seguridad de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (Limpal), dice que uno de ellos ha sido la Ley 1413 de 2010, que obligó al Dane a medir cómo usan el tiempo las personas y cuánta plata representan las labores de cuidado no remuneradas en las cuentas nacionales. A partir de esta norma se empezó a hacer la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo y la Cuenta Satélite de Economía del Cuidado. La segunda arrojó la cifra de que el 19,6 por ciento del PIB estaría representada por estos trabajos no remunerados, aunque no cuenta los que sí se pagan. “Los datos estadísticos nos dan más argumentos para seguir argumentando porque tenemos que poner los cuidados en el centro de la política pública”, dice.

Pero en otros frentes, los avances han sido más lentos. Como en el caso de las madres comunitarias del Icbf en el que ha tomado más de veinte años mejorar las condiciones en las que trabajan. 

La iniciativa de contratar mujeres para cuidar niños y niñas surgió en 1986, durante la presidencia de Virgilio Barco. En ese entonces, el objetivo era bajar los altos índices de desnutrición y mortalidad infantil mediante el cuidado y la alimentación que proporcionarían las mujeres con ayuda económica del Estado. Olinda García fue una de las primeras mujeres que se unió a este programa en Ciudad Bolívar, una localidad de Bogotá. García, quien actualmente preside el Sindicato Nacional de Trabajadoras (Es) al Cuidado de la Infancia y Adolescentes del Sistema Nacional de Bienestar Familiar (Sintracihobi), recuerda que al comienzo su única tarea era garantizar la alimentación de los niños y niñas. “Se hacían ollas comunitarias solidarias por cuadras en distintos sectores”, recuerda Olinda.

Un año después, el gobierno decidió ampliar la estrategia y proponerles a las mujeres que  empezaran a cuidar de los niños y niñas en sus viviendas. “Bienestar me pidió que le capacitara a varias compañeras y me gustó la propuesta que traía el programa, y me pasé a ser madre comunitaria en el 87”, dice Olinda. Pero desde el comienzo la propuesta de trabajo fue informal. “El Icbf no pagaba sueldo, trabajábamos a honoris causa. Después nos pagaban 2 mil pesos mensuales”, afirma la sindicalista quien recalca que ellas aceptaron estas condiciones a pesar de que ponían a disposición sus casas, los materiales de trabajo y sus conocimientos.

Con el paso de los años, las mujeres lograron que el Estado les pagara un sueldo y construyera las unidades de atención para niños y niñas. Aún así, muchas siguen trabajando en sus casas. 

El problema de la redistribución 

Más allá del reconocimiento del trabajo que hacen las mujeres, el problema es que los cuidados siguen asignados a ellas. El planteamiento que ha hecho el movimiento de mujeres es que es necesario redistribuir el trabajo de cuidado remunerado y no remunerado entre hombres y mujeres de forma equitativa. Una cosa que no pasa.

La Encuesta Nacional del Uso del Tiempo arrojó que entre 2020 y 2021, en promedio, las mujeres dedicaron 7 horas 44 minutos cada día a los trabajos de cuidado, y los hombres 3 horas 6 minutos, en promedio. Este es el problema de la distribución desigual del trabajo de cuidado no remunerado.

María Cristina Villadiego, quien es trabajadora del hogar a medio tiempo en San Juan del Cesar (La Guajira), afirma, antes de conocer las cifras de la encuesta, que las mujeres trabajan más que los hombres. “Si sale a trabajar fuera, uno hace su trabajo y cuando llega a la casa trabaja de nuevo. En cambio los hombres trabajan en la calle y vienen (a la casa) a descansar. Eso es así”, explica. En su caso, esto lo vive cada día. Desde hace unos cinco años, cada día se despierta a más tardar a las seis de la mañana, se organiza y sale a trabajar. A su regreso, al mediodía, a veces encuentra que alguno de los dos hijos que aún viven con ella ha cocinado el almuerzo. Pero a veces no. Entonces debe cocinar y luego dedicar la tarde a otros oficios: barrer, lavar ropa o limpiar la casa. Su marido, aunque a veces trabaja la albañilería, cuando está libre no ocupa su tiempo como ella en labores domésticas.
- “¿Por qué cree que eso es así?

- Así ha sido siempre”, responde Cristina. 

Eso sí, afirma que puede cambiar. “Mis hijas se han casado y sus esposos las ayudan a lavar, hacer aseo y así. Mi hijo menor también sabe hacer”, cuenta. 

La redistribución del trabajo de cuidado no remunerado y también de las labores remuneradas está en el centro del debate. La pregunta no es si debería hacerse, sino cómo lograrlo.

Los vacíos para una política de cuidado

Un postulado básico de la economía del cuidado es reconocer, reducir y redistribuir. Sin embargo, para las expertas hace falta llenar estas palabras de acciones materializables, y para lograrlo es necesario levantar información sobre las condiciones de las cuidadoras. Para Camila Esguerra Muelles un primer punto es que hay un vacío en la medición del trabajo de cuidado remunerado. “La Encuesta Nacional de Uso del Tiempo no tiene en cuenta el trabajo remunerado de cuidado y eso es muy complejo porque el hecho de que sea remunerado no quiere decir que esté en buenas condiciones. Sino todo lo contrario, está en muy malas condiciones”, afirma.

Ese no es el único vacío en la información. En sus investigaciones, la antropóloga ha logrado evidenciar que muchas de las mujeres que realizan estos trabajos remunerados son mujeres afrocolombianas, negras, palenqueras, raizales, indígenas o campesinas. “Muchas de ellas son niñas campesinas llevadas a la ciudad por una especie de red de trata, un poco acordada con sus familias con buenas intenciones, para sacarlas de los territorios afectados por la guerra, y por personas en las ciudades que las recibían reproduciendo formas de esclavitud o con pago en especie”. Para ella esto es evidencia de que no se han atendido los problemas del trabajo de cuidado remunerado a nivel de legislación.

Esto pone de presente que las necesidades a nivel territorial también varían. “No es lo mismo el cuidado de las madres comunitarias en una zona determinada en Bogotá que el cuidado de las madres comunitarias del Cauca”, expone Natalia Chávez, de Limpal. Y por eso la respuesta del Estado tampoco puede ser la misma. A esto, aclara la experta, se debe sumar la discusión sobre “cómo conectamos cuidado con seguridad y protección para las mujeres, y entornos seguros para las mujeres más allá de las condiciones laborales”. 

También hace falta definir cómo se podría empezar a pagar por el trabajo de cuidado que, hasta ahora no ha sido remunerado. ¿Quién lo debería pagar? Para Camila Esguerra Muelles la respuesta es el Estado. “El reconocimiento pasa también por unas políticas estatales de tipo económico, laboral y cultural que empiecen a mostrar que sin cuidado no hay vida”, afirma. La antropóloga da una idea. “Si en su mayoría las mujeres están trabajando tres horas diarias más en labores de cuidado, esas horas deberían ser contempladas como un tiempo libre que sea remunerado y que esté asumido por el empleador a través de, por ejemplo, un tipo de subsidio estatal”. 

En cuanto al trabajo de cuidado remunerado, tanto Esguerra Muelles como Chávez piensan que es necesario establecer unas condiciones laborales mínimas posibles, como la afiliación a riesgos laborales.

Estas cuestiones, en mayor o menor medida, podrían definirlas algunas instituciones estatales, como el Ministerio del Trabajo o el recién creado Ministerio de la Igualdad, pero lo que está en el fondo es la necesidad de transformar profundamente la visión social sobre los roles de género. “Tanto los hombres como las mujeres estamos haciendo cosas que antes no se hacían. Ellos están haciendo cosas que supuestamente solo eran para nosotras. Antes se decía que solamente las mujeres tenían que estar en la cocina y que el hombre a trabajar, que ellos no pueden entrar a la cocina o lavar, pero hoy en día no”, afirma Mailín Molina, haciendo la salvedad de que este cambio no sucede en todos los hogares. Para ella es necesario que la transformación sea profunda. “En La Guajira todavía se maneja mucho el machismo, en el que el hombre nada más trabaja y no puede hacer nada (en la casa) porque va a bajar su ego, pero se debe buscar un equilibrio”. 

Para Natalia Chávez la búsqueda debe ser “desnaturalizar el rol de cuidado hacia las mujeres solamente. Y lo tenemos que hacer como sociedad”. 

Ahora, con la creación del Ministerio de la Igualdad, en cabeza de la vicepresidenta Francia Márquez, el panorama se ve favorable para las cuidadoras. Se sabe que esta cartera tendrá una línea específica para la economía del cuidado, así que podría encargarse de buscar respuestas o soluciones a los problemas que viven las cuidadoras, que podrían contemplar posibilidades de redistribución comunitaria de trabajo.

Archivado en

Deja tu comentario

Utiliza un correo electrónico válido

  • Yonairo Gomez
    Feb 16, 2023
    Excelente artículo, ojalá el gobierno nacional tenga en cuenta estas peticiones hechas por estas guerreras que cada dia se esfuerzan por dar lo mejor de si para el cuidado de otros

Recibe nuestros contenidos. Es gratis.

Puedes cancelar en cualquier momento.
Quiero recibirlos
cross