Ilustración: Camila Bolívar.
Ilustración: Camila Bolívar.
Chocó Tadó Reportajes

Hierbas de azotea: el secreto detrás del poder sanador de las mujeres

Durante siglos, las tadoseñas han confiado en la fuerza curativa de las hierbas que cultivan en los patios y las azoteas de sus casas para sanar las dolencias propias, de sus hijas y de sus sobrinas. Las matronas del pueblo se resisten a dejar morir esta tradición.

María Aurelina Ibargüen se levanta a las seis y media de la mañana todos los días, y empieza a hacer “lo de adentro”. Es decir, organiza la casa, sacude, barre el piso, hace el café y prepara el desayuno. Cuando termina, se ocupa de  los oficios de afuera. Entonces, camina hacia su patio, ubicado en la parte de atrás de su casa, y se dispone a hablar con sus plantas: siete albahacas, blero, pacunda, yerbabuena, toronjil, colchón de pobre y ají dulce.

María Aurelina, de 76 años, hace este mismo ritual todas las mañanas desde hace más de 30 años. Es una conversación intencionada. Les explica para qué va a tomar algunas hojas, si es para curar una dolencia propia o para preparar un baño de buena suerte. Por estos últimos es famosa en Tadó. Y ella piensa que su éxito tiene que ver con el respeto que tiene por los poderes de las hierbas de su azotea y su huerta. “Hay que mentarle el nombre de la persona, que le sirva, que lo va a coger para que lo ayude y todo lo demás”, explica.

Lo que sabe de las plantas, los nombres y para qué sirven, lo aprendió viendo a su mamá, que creció en el campo. Cuando ella murió, María Aurelina decidió enseñarles a otras mujeres lo que había aprendido. Y, al igual que ella, otras matronas de Tadó han transmitido su conocimiento de generación en generación durante décadas. Así se ha mantenido viva la tradición de las hierbas de azotea y de huerta, una práctica que consiste en sembrar plantas en recipientes variados (ollas, baldes, tazas, poncheras) en las azoteas y patios de las casas.  

Así se ven algnas azoteas. / Foto: Wilman Arrieta.

Una tradición protegida por mujeres 

Ana Sofía Perea, ama de casa y docente tadoseña, ha acumulado un amplio conocimiento sobre las plantas. En su patio siembra albahaca, cilantro, poleo, yantén y orégano. Y siempre ha tenido buena mano, algo que no tienen todas las mujeres tadoseñas. Hay quienes, según Sofía, “no les puya ni una hoja de colino”, dice entre risas, refiriéndose a que nada de lo que siembran echa raíces. 

Sin embargo, saber sembrar es fundamental para las mujeres. Sofía explica que, por este motivo, en muchas familias las abuelas hacen un proceso de curación con las jóvenes para que sus manos sean amables y logren sembrar. Esta curación, que se hace con plantas y agua bendita, es importante para lograr que las mujeres se defiendan de enfermedades y males espirituales a través de las plantas. 

Sofía, quien cree en los poderes de sus hierbas, explica que esta tradición la aprenden, sobre todo, las mujeres porque son ellas quienes cuidan de la familia, pero también porque antiguamente permanecían mucho tiempo a solas en las zonas rurales. “Los hombres se dedicaban especialmente al cultivo de la tierra. Incluso les llevaban las semillas para que ellas sembraran porque ellos se iban para el monte alto y regresaban por la tarde-noche o incluso a los 8 días, pero la mujer ya sabía cómo defenderse ante un dolor de muela, un dolor de cólico, o un parto incluso. Muchas mujeres fueron valientes y parieron solas”, dice Sofía.

Además, era muy raro que los médicos llegaran hasta las comunidades rurales, pues a muchas de estas solo se accedía por medio de canoas. A falta de especialistas, las matronas cuidaban de la salud de sus familias en medio de la selva y el río. “Hay unas enfermedades que siempre nos han molestado, como la anemia y el paludismo o malaria. Son enfermedades que por el trópico llegan a nuestro territorio, entonces por ello nos enseñaron a defendernos”, dice Ana Sofía. Además, los cultivos propios les permitían a las mujeres tener a la mano el sazón para cocinar. Hoy protegen a muchas de sufrir el desabastecimiento o el aumento de precios que llega por cuenta de paros que cierran las vías.

Para eso también le sirven las plantas a Martha Liliana Mosquera, una ama de casa, agricultora y barequera del corregimiento de Carmelo, un antiguo palenque de Tadó. Martha cultiva cilantro, orégano, ají dulce, poleo, yerbabuena, toronjil y cebolla larga, además de algunos tubérculos. Ella también aprendió de su madre sobre los usos de las plantas, especialmente las que sirven para la gripe y para las molestias de las mujeres. Además de aprovechar sus usos medicinales, Martha utiliza las plantas a la hora de cocinar.  A veces, inclusive, se gana unos pesos vendiéndolas. Cuando la cebolla larga ya está crecida, espera al domingo, la cultiva y “eso se vende en un momentico”, cuenta.

Sembrado de orégano. / Foto: Wilman Arrieta.

Plantas para el periodo, el útero y el parto

Como la tradición la han mantenido las mujeres, ellas han descubierto que muchas hierbas tienen propiedades medicinales que sirven especialmente para tratar los dolores propios de su cuerpo femenino, los que vienen con el útero. Las mujeres tadoseñas tienen tantas y tan variadas recetas como plantas, y estas varían de acuerdo con el cuerpo de mujer a tratar y de las costumbres de la sanadora. 

Por ejemplo, para los cólicos menstruales prefieren usar dos plantas, el prontoalivio y la albahaca, y combinarlas con astillas de canela o canela molida. A Martha Liliana le gusta agregarle orozul o yerbabuena. La preparación consiste en infusionar las hierbas y beberla. En muchos casos, el bebedizo alivia el dolor, pero en otros el problema es mucho más grave. 

Para los cólicos menstruales, las tadoseñas prefieren usar dos plantas, el prontoalivio y la albahaca, y combinarlas con astillas de canela o canela molida. 

Las mujeres utilizan la expresión “limpiar el útero” para referirse a expulsar miomas o quistes que les ocasionan problemas como sangrado excesivo o dolor. Ana Sofía y Martha están de acuerdo en que la mejor forma de solucionar esta afección es usando una planta llamada desbaratadora. Martha explica que se mezclan varias plantas en un bebedizo. “A la desbaratadora le echan también la hoja de naranja, el totumo viche, la hoja de aguacate, el calambombo y otras plantas”, dice Martha. Es una toma fuerte y, según ellas, efectiva.

La desbaratadora, sin embargo, sirve para mucho más. Ana Sofía asegura que también es buena para limpiar el útero tras el parto si fue natural y la madre “no tuvo la limpieza adecuada, especialmente en zonas distantes”. A ellas se les hacen bebedizos con esta planta.

Pero cuando tiene que ver con embarazos y partos, el conocimiento más vasto lo tienen las parteras. En este oficio tradicional que se conserva en Tadó también tienen sus métodos, casi todos, secretos. El método más importante de Norma Caicedo es preguntar y escuchar. Ella lleva casi toda su vida aprendiendo sobre plantas. La primera vez que vio un parto tenía ocho años, pero fue más o menos a sus 16 cuando atendió uno ella sola. Desde ese momento hace ya 44 años. 

Como partera, dice que es importante conocer el estado de la mujer embarazada y acompañarla. “Toda madre sabe que cuando va a tener un bebé dolor le tiene que dar, que nosotros no se lo vamos a quitar, porque si le quitamos los dolores no va a aparecer (un indicador de que el parto ya viene). Nosotros le hacemos bañito, vamos hablando y todo se le hace más llevadero, como más suave”, explica. Y también usa una variedad de plantas que dependen del estado de la mujer. Después de hacer muchas preguntas, decide qué planta debe darle. Si la mujer ya va a parir, se le da celedonia con canela. Pero, si tiene frío, se usa el cilantro.

“Toda madre sabe que cuando va a tener un bebé sentirá dolor. Nosotros no se lo vamos a quitar... le hacemos un bañito, vamos hablando y se hace más llevadero, como más suave”

Norma Caicedo,

Si la mujer da a luz y tras el parto no expulsa la placenta y siente dolor, entonces viene un masaje. “Nosotros cogemos y vamos masajeando y cogemos la planta que se llama piedra barriga. La cocinamos. Le echamos su pedacito de panela, le damos y ella va botando esa sangre que tiene acumulada”, explica Norma, que aclara que a las mujeres que acaban de dar a luz se les tiene que masajear con suavidad para evitar daños.

Cuando el parto termina, vienen otros procesos. Uno de los más practicados son los vahos. Ana Sofía Perea explica que se pone a hervir agua y se le echan semillas de pipilongo, canela molida, albahaca morada, yantén, entre otras plantas. También hay quienes le agregan sulfamida o canesten. El agua caliente se echa en un balde en el que la mujer que parió se sienta para que pueda recibir el calor del vapor y “salga el pasmo (frío) y pueda cicatrizar la piel”. Para cicatrizar también usan el orégano. 

Estas prácticas son de cuidado y de confianza. Es decir, quienes las llevan a cabo lo hacen pensando en cuidar a la otra mujer, y por eso se miden en las mezclas que hacen y las porciones de plantas que utilizan. Sin embargo, aunque en Tadó son muchas las que siguen poniendo su confianza en las sanadoras, cada vez son menos las que tienen el conocimiento para curar con plantas.

Una tradición en peligro

En los últimos 25 años, la distribución de la población tadoseña ha cambiado. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, el conflicto armado en toda la región del San Juan causó que gran parte de la población rural se desplazara hacia las cabeceras municipales y hacia otras ciudades, como Medellín, Quibdó y Pereira. Hermes Sinisterra, ex secretario de gobierno e historiador de Tadó, cuenta que desde ahí “se acabó el campo. Desgraciadamente, la gran mayoría de campesinos se fue de aquí, salió a otra parte buscando oportunidades”. Las mujeres, por supuesto, también se fueron y dejaron sus cultivos.

En la cabecera municipal de Tadó, muchas continuaron con su tradición de hierbas de azotea en sus patios, pero para otras no fue posible. María Aurelina Ibargüen cuenta que ha tratado de enseñar lo que sabe a muchas familiares y vecinas, pero no ha sido sencillo. “Me han dicho que no tienen un pedacito de tierra detrás de la casa en donde sembrar. Hay algunas que sí siembran en envases”. 

“(Algunas mujeres) me han dicho que no tienen un pedacito de tierra detrás de la casa en donde sembrar. Hay algunas que sí siembran en envases”.

María Aurelina Ibargüen

A otras sencillamente no les gusta. De las tres hijas que tiene María Aurelina, solo una siembra matas. Martha Liliana, por su parte, ha tenido éxito enseñándole a sus hijos e hijas. El menor, que tiene 8 años, ya sabe las propiedades de algunas plantas. Sin embargo, reconoce que la tradición se está perdiendo. “No sé si es la pereza o si ya están acostumbradas a que todo es comprado, pero no cultivan”, dice Martha.

Quienes sí lo hacen, están convencidas de la importancia de esta costumbre. Ana Sofía Perea lo dice claramente: “creo en el poder de las plantas”. Por eso todas, aunque no logren convencer a las mujeres cercanas de cultivar, nunca niegan una ramita de albahaca, de yentén o de orégano.  

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