Ilustraciones: Camila Bolívar
Caquetá San Vicente del Caguán Reportajes

El río cambia, la gente también: historias desde las riberas del Caguán

En San Vicente del Caguán, más de un centenar de familias viven en las riberas del río Caguán, adaptándose a las subidas del río con viviendas elevadas, cultivos que resisten la humedad y crecientes que cada año llegan con más fuerza. Su cotidianidad revela una relación profunda cultural, económica y espiritual con el río, aun cuando el cambio climático incrementa las emergencias y amenaza sus formas de vida.
¿Cómo se hizo este trabajo?
Nos preguntamos cuáles serían las adaptaciones de las familias que habitan a la orilla de los ríos de un municipio bañado en agua. Encontramos tres historias que nos muestran las variadas formas de coexistir con el río como base de la vida productiva y cultural, además de reconocer el papel de los grupos de rescate en la prevención de situaciones de riesgo.

Cuando llueve, Nelly se asoma a la ventana y fija la mirada en la marca que dejó en el árbol a la orilla del río. Cada treinta minutos vuelve a mirar. Si el nivel no ha subido en una hora, puede estar tranquila: será una lluvia cualquiera. Pero cuando pasa lo contrario, baja al solar a revisar todas sus gallinas, conejos y cuyes, los encierra y los pone a salvo. Luego asegura bien la canoa y se dispone a llamar a sus amigos que viven en las partes altas —en los sectores de Guacamayas o Miravalle— y que pueden ayudarle a identificar qué clase de lluvia se viene.

Ella y su esposo llevan veinticuatro años habitando este lugar. En esta pequeña isla, ubicada en un sector conocido como Playa Alta, en el barrio Palestro, cultivan productos que venden cada semana  en el mercado del parque central de San Vicente del Caguán: plátano, zapote, banano, badea, borojó, arazá, naranja, mandarina, piña y cocona hacen parte de su producción.

Vivir a la orilla del río supone tener una relación especial con el agua y desarrollar habilidades que no todos tienen: una observación aguda y una sensibilidad fina para leer el comportamiento de la corriente.  Aunque para Nelly y Evelsenio vivir en la isla es sinónimo de  tranquilidad, también lo es de  desapego: estar dispuestos a perder, de un momento a otro, cosas, objetos y animales. 

Para los años de la zona de distensión, en 1997, Evelsenio decidió hacer un negocio con un cuñado: invertir en un pedazo de tierra en la orilla del río. Eran tres hectáreas, una parte de ellas inundable en época de lluvias, por las que pagaron cuatro millones de pesos. “¿Quién quiere invertir en algo así?”, se pregunta Evelsenio. Sin embargo, en este lugar han prosperado. Además de la producción de alimentos, adecuaron la casa para el turismo local en tiempos de verano, ofreciendo servicios de restaurante y balneario, una actividad de la que vivieron durante muchos años.

Evelsenio ha tenido que construir su casa dos veces: la primera cuando compró el terreno; y la segunda en 2018, cuando un árbol le cayó encima y la dejó en pérdida total. En ambas ocasiones levantó la vivienda con sus propios conocimientos e ideas. Previendo toda alteración del río o afectación de la naturaleza, fue adecuando todo lo necesario para producir, rehabilitar y ver crecer la vida a su alrededor.

La lluvia nunca ha sido un motivo de preocupación para esta pareja, aunque sí les exige mantenerse atentos a ciertos cambios. “Si está relampagueando hacia la cordillera, si están las nubes muy gruesas, si el río cambia de color”, apunta Nelly. La relación con el río les exige una sincronización constante: analizar sus movimientos, anticiparse a ellos, casi como un baile. 

“Si está relampagueando hacia la cordillera, si están las nubes muy gruesas, si el río cambia de color”.
La relación con el río les exige una sincronización constante: analizar sus movimientos, anticiparse a ellos, casi como un baile. 

Nelly Vanegas Corredor, campesina, artesana y habitante del sector conocido como "La isla"

Hoy, tanto el comportamiento del río como el del clima es incierto. Los meses de lluvia y de verano ya no tienen una fecha fija en el calendario, como antes.“Ya no podemos confiar como en épocas anteriores, pueden haber varias semanas de sol, y llegan tres, cuatro días de lluvia  que aumenta el caudal con más celeridad. O estar haciendo sol y aumentar el caudal, porque solo llovió en la cordillera”, comenta Evelsenio.

Cómo vivir a la orilla del río

En San Vicente del Caguán, tanto en el casco urbano como en las veredas, muchas familias se ubican en las riberas del río Caguán. Allí, la gente adapta viviendas de madera, guadua o material y mantiene cultivos de pancoger y cría de animales. 

Nelly Vanegas Corredor y su esposo, Evelsenio Sánchez Arguello, son parte de esos numerosos habitantes  que, a sus 68 y 73 años, persisten en “habitar su isla”, como cariñosamente la nombran.Fue una decisión definitiva con la que ambos buscaban cambiar el ritmo y el estilo de vida.

El río Caguán nace en la vertiente oriental de la cordillera Oriental, al sur del Parque Nacional Natural Cordillera de los Picachos, en el municipio de San Vicente del Caguán. Fluye hacia el sur hasta unirse con el río Caquetá, en la frontera con el departamento de Putumayo. Su cuenca abarca 14.530 km². El río tiene una longitud de 630 kilómetros y una extensa red hídrica compuesta por quebradas, caños y zonas aluviales —vegas y mesetas—.

En 1960, ambos lados del puente colgante Camilo Torres eran un estacionamiento de canoas. “Allí mi papá empezó con un pequeño supermercado y guardaba animales en esta misma casa, aunque ahora tiene unas mejoras porque hicimos un relleno”, explica Yaqueline Suaza, comerciante de ganado porcino, ubicada en el barrio Jardín Bajo. Eran pocas las casas, casi todas de madera levantadas sobre zancos, y solo algunas ofrecían servicios. El estacionamiento y la recuperación de caballos eran un buen negocio, porque todo se movía por el río y por el camino de herradura. “Este era un paso hacia el campo”, agrega.

Recuerda que la época de invierno era radical: de los doce meses, diez eran de lluvia, pero aun así no corrían mayores riesgos. “Las crecientes en el tiempo de mi papá y mi mamá eran cada diecisiete años. Fueron contadas las veces que el río se metió a la casa”, dice. Ese lugar siempre ha sido el hogar de toda su familia; tener el agua del río cerca era esencial para lavar, alimentar a los animales en las cocheras y atender los demás servicios del hogar.

Hoy en día, Yaqueline ha aprendido a reducir los riesgos gracias a las estrategias que le permiten reconocer los cambios del río. Pero para ella lo primordial es cuidar el entorno que la rodea. Ha logrado sembrar guaduales y árboles en la orilla, y se encarga de limpiar todo lo que el agua arrastra hacia los callejones que conforman “su orilla”, esos mismos que vigila de manera constante.

Informarse sobre el estado del río en los puntos altos de la cordillera es otra estrategia fundamental, pues le permite prever si el cauce crecerá y con qué rapidez. “Llamo a doña Nancy y le pregunto: cuénteme, ¿allá en Guacamayas ha llovido harto? ¿Desde qué hora llovió?”, dice. “Si ella me dice que llovió, pero solo hasta las dos de la tarde, eso significa que el río, a las seis, ya trae toda esa agua y de ahí no va a aumentar”.

Yaqueline siempre confirma con otras dos personas ubicadas en distintos puntos de la montaña para saber cómo ven el nivel del río.

Como una nueva forma de emprender aprovechando épocas de verano, Lauren Castaño Duque habita desde hace aproximadamente tres años a las orillas del río. En el barrio Villa del Río, ya son 20 casas construidas, y ella tiene la ventaja  de estar en la playa, en un espacio de aproximadamente una hectárea. 

Sin dinero para pagar un arriendo, Lauren y su familia vieron la posibilidad de levantar una estructura en guadua para vender bebidas. Luego pudieron ampliarla y pensar en una casa de habitación en el segundo piso. “Estar aquí es muy tranquilo, fresco, agradable, porque tenemos la vista al río. Uno escucha la naturaleza, se siente mucha paz”, dice Lauren.


El río impredecible

Cuando Nelly y Evelsenio reconstruyeron su casa en el 2015, la hicieron guiados por el nivel que había alcanzado el río en la última creciente. Modificaron la altura y la distancia tanto de los galpones de los cuyes y gallinas, como del puerto de la canoa. Sin embargo,el cambio de curso del río y las subidas en diferentes meses han atraído montones de tierra que están  hundiendo la casa. 

”Antes, el río no pasaba por debajo de esta casa; allí tenía mi taller. Pero ahora ya no lo puedo hacer. Suceden entre cinco a ocho crecidas al año (...) el río no tiene la culpa. Los culpables somos nosotros que nos metemos donde no debemos estar”, se lamentan. Aunque la pareja estuvo atenta a las señas que dejó el río de la subida pasada, el agua igual les llegó a los tobillos dentro de su casa.

”Antes, el río no pasaba por debajo de esta casa; allí tenía mi taller. Pero ahora ya no lo puedo hacer. Suceden entre cinco a ocho crecidas al año (...) el río no tiene la culpa. Los culpables somos nosotros que nos metemos donde no debemos estar”

Evelsenio Sánchez Arguello, habitante de San Vicente del Caguán

Para Yaqueline Suaza, la época de lluvias significa estar en alerta permanente. Su casa y la báscula porcina donde trabaja —ubicadas al lado derecho del puente colgante sobre el río Caguán, a unos siete metros del cauce— la obligan a tener siempre un ojo puesto en el agua. Aunque está acostumbrada a velar por la vida de los cerdos y a levantar sus enseres, la cama y uno que otro electrodoméstico, la guía que instaló a la entrada de su casa marca la pauta para actuar a tiempo.

El aumento del nivel del río es cada vez más significativo y repentino desde hace unos ocho años. “Ahora puede llover toda la mañana en la cordillera y, al asomarme por la puerta de la cochera, como suelo hacer cada día, puedo ver cómo el agua se aproxima. En apenas media hora el nivel puede subir unos cincuenta centímetros; eso es bastante rápido”, indica. Yaqueline ha sido testigo del comportamiento impredecible del río: la reducción extrema del caudal en verano y el aumento inesperado en invierno.

Según Yaqueline la deforestación de los bordes del río, las rocerías y la tala de bosque hace que el agua que trae la parte alta de la montaña no se detenga en la tierra. “El río llega a un potrero y pasa de largo y esto lleva a que el cauce se amplíe y busque otros cursos”, comenta.

En esto coincide Lauren Castaño, quien ha notado que cada año las lluvias llegan en meses distintos y, a veces, con precipitaciones tan fuertes que elevan rápidamente el nivel del río. “A veces nos toma desprevenidos o fuera de la casa. Hemos tenido pérdidas de animales y de enseres, y a eso se le suman los fuertes vientos que llegan con el cambio de temporada”, anotó.

Además, piensa que la acción de la gente está impactando negativamente el paisaje e incluso los procesos naturales del río, tanto en invierno como en la época de sequía.“Ya hay playa y no estamos en verano aún. Entonces imagínese ahora que llegue el verano va a quedar un hilito de agua. Y es porque la gente sigue tirando basura, talando, quemando cosas”, dice. “Me doy cuenta estando aquí, reconociendo este lugar a diario, al frente todo eso está “pelado”, todo lo deforestaron, los árboles son los que sostienen la tierra para que no se desborde y como ya no tiene nada, la corriente está comiendo todo lo que queda”, agrega

Nelly, como Lauren, ha tenido que adaptarse al uso de canoa, chalupa o piragua para navegar el río arriba, monitorear el caudal y mantenerse en comunicación constante con la gente. Lo han aprendido de forma empírica y casi por obligación, como una manera de adaptarse a los cambios. Salir de su hogar significa dejar todo alzado: sus animales a salvo y hasta los electrodomésticos en un lugar donde el agua no pueda alcanzarlos.

En julio, el río Caguán se desbordó de una manera que no ocurría desde hacía décadas. Con un nivel de dos metros y medio, la casa de doña Nelly y su esposo quedó completamente inundada; no lograron salvar sus enseres, el material de trabajo ni los electrodomésticos. En la vivienda de Lauren, las estructuras se debilitaron y el agua alcanzó el segundo piso. En la casa de Yaqueline, casi todos los enseres se mojaron, y ella incluso tuvo que sacar los cerdos a la calle para que encontraran un lugar seguro.

Los cambios en el clima y la creciente imprevisibilidad de las lluvias, las sequías y las inundaciones son efectos de la crisis climática y están relacionados con la deforestación en la región, según el libro Desigualdad y Cambio Climático en Colombia, de la oenegé Dejusticia. De acuerdo con sus autores, la deforestación exacerba el cambio climático, y este, a su vez, intensifica la frecuencia y la fuerza de los eventos extremos, como las inundaciones, debido a las alteraciones en los patrones de lluvia que provocan desbordamientos y deslizamientos de tierra.

El Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) ha indicado que entre 2016 a 2023 en Caquetá han sido deforestadas aproximadamente 256.000 hectáreas. Para 2025, la institución advirtió que San Vicente del Caguán y Cartagena del Chairá hacen parte de los núcleos de deforestación más afectados del país. El departamento ha experimentado las mayores pérdidas en términos absolutos de superficie boscosa entre 2016 y 2020, junto con Meta y Guaviare. La superficie deforestada promedio anual en Caquetá entre 2012 y 2022 fue de 33.700 hectáreas, una afectación que contribuye significativamente a la generación de gases de efecto invernadero (GEI) y a estas alteraciones de los ríos.

En este escenario, son las personas de los grupos más vulnerables, los que viven más cerca a los lugares donde se pueden presentar las emergencias, comunidades campesinas, personas empobrecidas o que pertenecen a grupos étnicos, las que cuentan con menos herramientas para hacerle frente al cambio climático. Según la investigación de Dejusticia, esta vulnerabilidad se debe a la dificultad de estas personas para hacer frente a los impactos del cambio climático debido a la falta de recursos, infraestructura adecuada y acceso a servicios básicos.

En el caso puntual de Caquetá, la creciente tasa de deforestación y la concentración de tierras en muy pocas personas lo convierten en un departamento altamente vulnerable al cambio climático. 

Vivir a la orilla del río Caguán es convivir con la incertidumbre. En los últimos años, los cambios bruscos de clima han alterado los ciclos que antes las familias conocían de memoria. Las lluvias llegan sin aviso, los veranos son más intensos y las crecientes del río suben con fuerza, dejando a su paso cultivos perdidos, corrales inundados y viviendas que deben reconstruirse una y otra vez.

En los últimos años, los cambios bruscos de clima han alterado los ciclos que antes las familias conocían de memoria. Las lluvias llegan sin aviso, los veranos son más intensos y las crecientes del río suben con fuerza, dejando a su paso cultivos perdidos, corrales inundados y viviendas que deben reconstruirse una y otra vez.

Para quienes habitan allí, adaptarse ya no es una opción, sino una forma de resistencia diaria. Algunos han elevado sus casas o reforzado las orillas con troncos y costales; otros han aprendido a leer las señales del río con más atención y preparar acciones de prevención mejoradas.

Pero, a pesar de todas las dificultades, ninguna está dispuesta a irse. El río no solo es abastecimiento: significa hábitat, energía, esfuerzo y comunidad. Es vivir tranquilos, sin perturbar a nadie, sin contaminación visual ni auditiva, lejos del caos del pueblo.

Un municipio que no está preparado

Sin embargo, la preocupación crece. Las entidades de socorro alertan sobre el aumento de emergencias por inundaciones y deslizamientos en la zona urbana y rural. Según datos del IDEAM y la UNGRD, el Caquetá es uno de los departamentos más vulnerables del país frente al impacto del cambio climático, especialmente por su alta exposición a lluvias extremas y crecidas súbitas.

Carlos Julio Benítez, coordinador y representante del Grupo de Respuesta Inmediata de Salvamento y Rescate de San Vicente del Caguán —ASOGRIS—, explica que existen varias zonas especialmente propensas a deslizamientos e inundaciones, sobre todo las ubicadas al otro lado del río, en niveles más bajos. Barrios como Jardín, Jardín Bajo, El Camargo, La Paz, El Coliseo, Santa Isabel y Riberas del Río —donde además funciona la zona industrial del municipio, con talleres mecánicos de maquinaria pesada, bodegas de agroinsumos y grandes ferreterías— están entre los más expuestos.

Benítez agrega que es difícil conseguir los recursos para crear la infraestructura necesaria que evite los desbordamientos. “Nosotros orientamos, ayudamos a evacuar y acompañamos el manejo de emociones y reacciones en estas circunstancias. Damos conceptos de la situación y posibles soluciones, y para este caso habría que generar rellenos de más de dos metros de altura y tres metros de ancho, y levantar barricadas, así sean naturales, pero sabemos que eso es de alto costo”, dice.

El primer respondiente en el municipio es el Cuerpo de Bomberos, pero se ha construido un trabajo conjunto para atender las emergencias. El desbordamiento del río en julio dejó alrededor de 600 familias afectadas. “Esta situación fue impredecible. Llevaba lloviendo varios días, pero suele pasar que el río baja rápido. Esta vez, los tres metros de aumento dejaron de lado todas las capacitaciones y formaciones, porque la gente no supo qué hacer al aferrarse a sus cosas materiales. La emergencia ocurrió en la mañana y, aunque estuvimos monitoreando y alertando, no había dónde albergar a las personas, y ellas prefirieron permanecer allí”, apunta Benítez.

Aun así, muchos se resisten a dejar el lugar. “El río nos da, pero también nos pone a prueba”, dice don Evelsenio, mientras observa el cauce volver a su rumbo original. Para él, como para Lauren y Yaqueline, abandonar sus hogares sería renunciar a una parte de su historia. El desafío es aprender a convivir con la fuerza del clima sin romper el vínculo con el territorio.

“El río nos da, pero también nos pone a prueba”

Evelsenio Sánchez Arguello

Para lograrlo, será necesario articular la sabiduría campesina, la asistencia institucional y la esperanza de que el río, aunque cambiante, siga siendo un hogar.

En San Vicente del Caguán, el río sigue marcando la dinámica de la vida. Sus aguas, que dan sustento pero también reclaman espacio, reflejan la historia de un pueblo que ha aprendido a resistir. Entre lluvias y soles, las familias de las orillas del río no solo defienden su hogar: enseñan, que habitar el río también es cuidar la vida que fluye con él.

Deja tu comentario

Utiliza un correo electrónico válido

  • Diana Manzano
    Dic 12, 2025
    Me gusta mucho, porque puede ver como los pueblos se van adaptando a los cambios de la naturaleza.

Recibe nuestros contenidos. Es gratis.

Puedes cancelar en cualquier momento.
Quiero recibirlos
cross
Consonante
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.