Ilustración: Camila Bolívar
Chocó Tadó

Ángela Salazar quería reconstruir el tejido espiritual del país

La exintegrante de la Comisión de la Verdad escuchó y aportó relatos de mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia buscando reparación del Estado. Ahora que la JEP abre el macrocaso con el que investigará la violencia basada en género de este período; en Tadó, donde nació y a donde quería volver Ángela Salazar, recuerdan la importancia de conocer y hacer justicia a su trabajo.
¿Cómo se hizo este trabajo?
Para este trabajo se consultaron tres fuentes primarias: la cuñada de Ángela Salazar, una colega y amiga personal de la Iniciativa de Mujeres por la Paz IMP y dos compañeros en la Comisión de la Verdad, Lucía González (excomisionada) y Willinton Albornoz (asistente de Ángela Salazar). También recurrimos a otras fuentes bibliográficas adicionales al Informe Final.

«Lo más difícil es la comprensión de que
los negros hacemos parte del relato nacional».

Ángela María Salazar Murillo Q.E.P.D.

Yo no sé y quiero saber. Una frase que solía decir Ángela Salazar Murillo, exintegrante de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. 

“Una mujer que nunca se quedó callada. Que, frente a sus inquietudes, nunca tuvo temor de preguntar. Que decía: No entiendo, quiero que me expliquen”, expresa Lucía González, exdirectora del Museo Casa de la Memoria de Medellín y compañera de Salazar en la Comisión de la Verdad, aunque la conoció mucho antes de compartir escenario.

Ángela Salazar, según González, fue muy importante para el país porque lideraba muchos temas, especialmente: la memoria, las  víctimas y el acompañamiento a las mujeres. “Estuve todo el tiempo cerca de ella, hasta que se fue a Apartadó, donde murió”, dice.

«Hablé con mujeres que están seguras de que deben recuperarse las funebrías tradicionales, los ritos funerarios de raíz comunitaria, los alabaos, los gualíes, el levantamiento de tumbas, la labor de los rezanderos y rezanderas»

Esto lo escribió Salazar tres meses antes de fallecer, el 7 de agosto de 2020, cuando se conmemora en Colombia la Batalla de Boyacá. Murió por una complicación respiratoria, hospitalizada, antes de presentar el informe final de la Comisión de la Verdad ―que reúne lo más dramático en 50 años de conflicto armado que ha vivido el país―. 

Como integrante de la Comisión de la Verdad, Salazar brindó una escucha especial a mujeres afrodescendientes, raizales y palenqueras de Colombia, que fueron víctimas de violencia, como ella. 

En la labor de agrupación de la Comisión de la Verdad aportada a la Jurisdicción Especial para la Paz JEP, se encontró el registro de 35.178 víctimas de todos los actores del conflicto, por hechos de violencia sexual, reproductiva y otras violencias de género y por daños provocados entre 1957 y 2016.

«Estas mujeres, que llegaron a la ciudad por el desplazamiento y que en este momento trabajan por la reconstrucción del tejido espiritual del país, anhelan que los grupos armados las dejen realizar sus rituales funerarios, momentos comunitarios muy importantes para los pueblos étnicos». 

González dice que Salazar iluminó con sus nociones, conceptos y observaciones su trabajo: aportar la verdad del pueblo negro al relato nacional. “Fue una maestra, un ejemplo de vida, de coherencia y de alegría ―que es un valor escaso en estos tiempos―. A pesar de que ella vivió cosas muy duras, se mantenía con mucha esperanza, con una capacidad de ponerse a la altura de todas las condiciones. Nunca la sentí desfallecer ―prosigue González―, cuando se fue a Apartadó, estaba muy bien, pero el Covid 19 le impidió volver a la Comisión”. Salazar fue una mujer muy fuerte que, a pesar de los años: iba, venía y volvía, sin quejarse de nada. 

«Cuando habíamos creído que la guerra quedaba atrás, que la fuerza y la importancia de la vida, de los usos y tradiciones comunitarias podían recuperarse, es muy duro que no podamos enterrar a nuestros muertos».

Lugar de origen

Nació en 1954, en Tadó, el mejor vividero del departamento del Chocó, como decía Ángela Salazar. En su adolescencia se fue a vivir al Urabá, donde desarrolló su vida familiar en una finca bananera. Allí empezó su trabajo social como alfabetizadora de niños y niñas en la comunidad. 

Su obsesión temprana fue enseñar a algunas mujeres a leer y a escribir y a trabajar con ellas, sobre todo, en el empoderamiento femenino.

«Acompañamos a las mujeres en alzar su voz de protesta por el maltrato frente a una posición machista, racista, denigrante frente a nuestros cuerpos. Y decir a toda la sociedad colombiana que el cuerpo de la mujer no está en venta, se respeta, se cuida y se protege».

Con toda la violencia que se desató en el Urabá en las décadas de los 80 y 90, Salazar trabajó en los campamentos bananeros. Luego se fue para el municipio de Apartadó, del que tuvo que irse más tarde por la masacre de La Chinita, que perpetraron las Farc y en la que fallecieron 35 personas. Más tarde, Salazar se vuelve cofundadora del barrio obrero.

Hizo parte de la Junta de Acción Comunal y promovió la creación de la Casa de la Mujer de Apartadó ―que hoy lleva su nombre―. Allí fortaleció su liderazgo y empezó a sobresalir a nivel nacional.

Trabajó principalmente en toda la zona del Urabá y tuvo mucha cercanía con movimientos comunitarios en cabeza de mujeres. González también refiere que Salazar tenía una capacidad que aportó de manera franca a la Comisión, “porque ella vivió el conflicto muy de cerca”. 

«Nosotras las mujeres negras, desde el arte y la cultura, estamos diciendo qué nos pasó y qué dejó en nosotras lo que pasó». 

Hizo parte de la Red de Mujeres de Urabá y fue escogida como la representante nacional en la Iniciativa de Mujeres por la Paz IMP, en 2001. En esta, Salazar trabajó con Carmenza María Álvarez, quien dice que “toda la información que recogió Ángela de las mujeres, fue por esa confianza que ofreció a todas para que pudieran denunciar sus casos y contarle todo lo que pasaba al interior de sus vidas”. Su amiga cercana asegura que Salazar nunca tuvo algún tipo de dificultad durante estos procesos de escucha y recopilación de información, “pero sí fuimos amenazadas a mediados del 2008 y 2009, cuando Ángela estaba apoyando la Ley de Víctimas y empezó a visibilizar sus historias”, aclara. 

«Uno de los avances que hemos tenido es lograr posicionar las necesidades específicas de nosotras las mujeres en la palestra pública y decir, en el marco del conflicto, lo que hemos vivido: las manchas que han dejado en nuestro cuerpo y en nuestra mente».

El trabajo de Salazar permitió que el ojo de algunos organismos internacionales volteara a ver al Urabá, cuando nunca lo hacían. Eso asegura Carmenza Álvarez, y que también la voz de la Excomisionada contribuyó para que varias organizaciones sociales y públicas asumieran el deber de restablecer los derechos de las mujeres víctimas en Colombia. 

Willinton Albornoz, quien trabajó como asistente de Salazar, coincide en decir que “ella fue un ser humano entregado al servicio de todas las defensas  de las mujeres, de las víctimas, de los niños y las niñas,  fue una persona que se comprometió en el Urabá como gestora de procesos de empoderamiento de las mujeres, pero no alcanzó a ver terminado su trabajo”.

La mujer humilde

Las personas que tuvieron la oportunidad de compartir con Salazar repiten lo que siempre la caracterizó a ella como líder: su biografía está llena de valentía, escucha y de humildad.

María Nelly Murillo Perea, cuñada de Salazar, refiere que “fue una muchacha, en pocas palabras, que nació en cuna de oro, porque su padre no era de Colombia y, para donde él iba, llevaba a su hija”. En el álbum familiar, sin embargo, aparece con el uniforme de la Normal de Nuestra Señora de las Mercedes de Itsmina, Chocó. Después de que su padre muere, es cuando su vida coge otro rumbo. 

«Dicen que cuando habitaban las cabeceras de los ríos, en las orillas las tradiciones podían honrarse, pero hoy ni en las riberas ni en la ciudad podemos acompañar a nuestros familiares para que descansen en paz».

Se fue para Medellín, pasó dificultades, trabajó como empleada doméstica en casas de familia para salir adelante. Y siempre volvió al Chocó. “Cuando podía venía a Tadó, si tenía comía y si no tenía, también comía, porque nunca reparé con ella. Ángela era una mujer muy humilde”, dice María Nelly Murillo Perea. “Cuando estaba de visita en el municipio, le llevaba mucha información al personero y hasta le dejaba folios”, agrega.

«Al río lo mancharon de sangre, lo llenaron de dolor y le ahogaron su voz con el trueno de las armas. Me dicen que es necesario hacerle un ritual de sanación a todo el Atrato; que en su nacimiento necesita arrullos, que en el medio Atrato deben hacerse balsadas con flores y mucha chirimía para sacarle el mal, y que en el bajo Atrato es necesario hacer una alumbrada con velas y mechones, cantarle alabaos y ayudar a las almas perdidas en el agua a subir al cielo y liberar al río».

González también resalta la humildad de Salazar y, sobre todo, su sabiduría. Dice que era sabia porque escuchaba, sabia porque sabía pensar y qué preguntar. Sabia porque quería aprender. “Sabia porque no se sintió menos por venir de una comunidad pobre o no tener la formación que tenía el resto de los comisionados; ella se sintió siempre a la altura”, afirma González. “Porque Ángela era una mujer muy estudiosa, se la pasaba leyendo e investigando”. 

«Desde sus prácticas tradicionales, en San Basilio de Palenque proponen revivir la memoria viva del río, curar y recuperar el alma de su arroyo, para que vuelva a ser de ellos y de sus deidades ancestrales; quieren llamar a los espíritus del agua en lengua palenquera para que vuelva a contestar y se recupere su esencia desde los cantos, los bailes y el poder de sus ritos».

Por eso, para su compañera González, Salazar no le tenía miedo a nadie. Tenía mucha fortaleza moral, porque fue capaz de comprender muy a fondo las razones de la guerra y, también, la importancia de la movilización de las comunidades. “Fue muy generosa en su hacer, su entrega fue total”.

Salazar fue una gran lideresa social y comunitaria de la región del Urabá y de Colombia, dice Álvarez. “Cuando uno salía con Ángela, tenía que llenarse de paciencia y no podía hacer otras cosas. Andar con ella era como andar  con una reina de belleza: en toda parte se paraba a saludar, a conversar; a ella no le gustaba dejar a nadie con la palabra en la boca”.

«Pobladores del Atrato me dijeron en su ribera que su río debe ser sanado, porque además de haber sido usado como autopista de muerte, de que en él se sembró terror con los sonidos de las lanchas que traían la destrucción y llenaban los pueblos de monstruos, de que a sus dueños ancestrales se les prohibió la movilidad en él y sus afluentes, lo llenaron de mercurio y de cachamas, que llegaron con la guerra y, cuál hermanas de las pirañas, han desplazado al bocachico y se han apropiado de las aguas».

Su trabajo pendiente 

Solo las memorias del Encuentro de diálogo y escucha entre las organizaciones de mujeres de Antioquia y la Comisión de la Verdad, al que asistieron Ángela Salazar y Lucía González, dan cuenta de que durante semanas castigaban a las niñas amarrándolas de un árbol, abusadas en varias oportunidades y por múltiples actores. 

Además, hubo mujeres con hijos producto de una violación ―lo hacían también con varios objetos―; otras contagiadas de VIH y otras más que terminaron con cáncer. “En esta región, culturalmente, se decía que casarse o ser la mujer de un paramilitar era la mejor opción”. 

Aunque la Jurisdicción Especial para la Paz JEP acaba de abrir el macrocaso de Violencia basada en género, sexual, reproductiva, y otros crímenes cometidos por prejuicio basados en la orientación sexual, la expresión y/o identidad de género diversa, en el marco del conflicto armado colombiano; para las fuentes consultadas el Estado está pendiente de indemnizar a la población que ha sufrido el flagelo de la guerra.

“La Ley de Justicia y Paz lleva 18 años. Lastimosamente es un proceso que ha avanzado muy poco y son pocas las mujeres que hasta el momento han logrado ser reparadas”, dice Carmenza Álvarez. Salazar fue activista de las leyes 975 de 2015 y 1448 de 2011 -que regula los derechos y garantías de las víctimas de pueblos indígenas, comunidades Rrom y negras-. “A pesar de que hubo muchos casos que fueron reconocidos por estos actores, hasta el momento a muchas de ellas no se les ha dado su verdadera reparación que le compete al Estado”, añade Álvarez. 

«Cuando se camina con las víctimas se aprende a escuchar. Mi compromiso es hacer visible la verdad de los pueblos negros, afrocolombianos, raizales y paquelenqueros».

Para el asistente de Salazar, todo lo que tenía que ver con la Ley 975 de Justicia y Paz le trae un recuerdo: “la gente nunca fue a la Fiscalía a poner la denuncia, siempre buscó a Ángela y era por medio de ella que la Fiscalía actuaba”. Coincide con carmenza álvarez en que la Ex comisionada no alcanzó a ver a todas esas mujeres que venía acompañando no solo reparadas, sino con una reparación integral, como lo establecen las leyes. 

“También le faltó haber sido ella quien contara esa verdad. Que su voz y mensaje de paz y reconciliación llegara a más colombianos y colombianas en el momento de la presentación de este informe final de la Comisión de la Verdad, sobre todo lo que tenía que ver con las comunidades afro”, dice Willinton Albornoz.

Ángela Salazar, por su parte, sí hizo la tarea completa. “Hizo todo lo que estuvo a su alcance. Si le faltó vida, le faltó para seguir haciendo la tarea familiar, comunitaria y nacional”, dice Lucía González.

«Es el aporte de las comunidades a la reconstrucción de nuestras verdades. Esclarecer qué nos pasó, en qué momento nos pasó, quién fue el autor, pero también quiénes se beneficiaron. Este ejercicio de esclarecer la verdad queremos que sea desde los territorios hacia la nación».


* Dada la magnitud del subregistro y los vacíos de información que existen sobre los hechos a investigar, la Sala hizo un llamado a las organizaciones de la sociedad civil para que amplíen sus informes y continúen acompañando a las víctimas que deseen participar en el proceso judicial.

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