La mañana del domingo 30 de octubre, Sara* se despertó con el ruido de las notificaciones de nuevos mensajes en sus chats y grupos de WhatsApp. Abrió una conversación y lo primero que leyó fue “¿Qué hiciste? Marica, la cagaste”. Confundida, revisó el resto del chat y se encontró con una serie de videos de la fiesta de disfraces a la que había asistido la noche anterior en Mexicano, una reconocida discoteca de San Juan del Cesar (La Guajira). En las imágenes se veía el ambiente de la fiesta: sonaba la música y las luces de colores rebotaban en un mural con íconos de la cultura mexicana.
Sara, de 25 años, se detuvo en uno en el que se vio a sí misma bailando en medio de la pista rodeada de una multitud. En ropa interior. En el video, una mujer se le acerca por detrás y le desabrocha el brasier, todo esto mientras varias personas graban la escena con sus celulares. En el fondo se escucha el estribillo de una canción, “prendan las bombillas, prendan las bombillas de sus celulares”. Sara paró el video, no pudo ver más.
Ese día, recibió decenas de llamadas y mensajes de amigos y conocidos que le preguntaron qué había sucedido. “Nena, ¿qué te pasó? ¿qué te hicieron?”. Pero Sara no recordaba lo que había sucedido la noche anterior. Solo recordaba haber ganado un concurso de baile y luego haber ido al baño. Nada más. Aún así, en cuestión de horas, vio como los videos en los que aparecía semidesnuda se hicieron virales en redes sociales. En el pueblo, la gente empezó a especular sobre lo sucedido en la fiesta, y a criticar su actitud. Y los comentarios sobre el cuerpo y la intimidad de Sara pasaron rápidamente del entorno digital a las calles.
“A mí se me destruyó el hogar que yo tenía, todo. Mi vida se derrumbó por completo”, cuenta hoy desde otro municipio. El acoso que sufrió durante los días siguientes a la fiesta llevó a que Sara decidiera cerrar todas sus redes sociales y a mudarse lejos de San Juan del Cesar. Dice que tuvo que hacerlo para encontrar algo de tranquilidad. “Es una sensación tan fea, tan angustiante. Es algo como sentirse encerrado, acusado, apretado. Yo no quería salir a la calle porque sentía que todas las miradas estaban sobre mí”, recuerda.
La violencia
Sara no recuerda muchos detalles de la noche que terminó por cambiar el rumbo de su vida. Sin embargo, al intentar reconstruir lo sucedido durante la celebración y los días posteriores resulta evidente que enfrentó varios escenarios en los que estuvo desprotegida y expuesta a comentarios y acciones violentas.
El 29 de octubre, Sara se encontraba en su casa y un amigo la llamó para invitarla al sitio. “Manita, ¿qué estás haciendo?, vamos a aprovechar y salir por ahí a fregar la vida”, recuerda que le dijo. Sara se animó y le avisó a unos primos con los que siempre salía que iban a estar en Mexicano. Esa noche, los esperaron en la entrada y ninguno llegó. Al final entraron Sara, su amigo y un primo y un tío de él. Se sentaron en una mesa, pidieron aguardiente y comenzaron a tomar. Luego, cerca a la medianoche se anunció el concurso de baile.
Ingrid Vásquez, dueña del establecimiento, recuerda que decidió cambiar sus planes cuando las personas empezaron a llegar sin disfraces. “Se me ocurrió hacer un concurso de baile para no quedarme con los premios que fueron donados por una chica de San Juan que tiene una sex shop. Era una lencería, geles y lubricantes”, dice. La idea era hacer parejas entre personas de diferentes mesas y la que más tuviera el apoyo del público, ganaba.
Luego de ganar el concurso, Sara aseguró que una mujer la llevó al baño a probarse la ropa interior y le ofreció un trago. No recuerda nada más: “Cuando me desperté al día siguiente no me acordaba de nada. Cuando vi los videos fue que dije “Dios mío, qué pasó aquí”. Al salir del baño Sara protagonizó el baile que todos vieron en la grabación. En el video, está rodeada pero nadie se acerca a hablarle o ayudarle. Solo una joven que sostiene su ropa intenta evitar, sin mucho éxito, que exhiba más su cuerpo.
Tal vez por este motivo, todos pensaron que había sido un acto voluntario. Sara aceptó dar una entrevista dos días después en el programa Primera Plana, un espacio de opinión de la emisora Cardenal Stéreo. Quería intentar aclarar lo sucedido. “La dueña del negocio estuvo buscándome para aclarar lo que pasó y desmentir los rumores que estaban circulando sobre ella. Ella lo hizo para limpiar su nombre y el de su negocio. Yo también lo que quería era calmar la situación y dar la cara, porque sea como sea el error fue cometido”, dice.
En este espacio, Sara hizo un repaso por lo que pasó antes y después del concurso. Se preguntaba por qué sí había personas que la conocían, nadie hizo nada para ayudarla. “En el video se ven personas que en vez de tratar de ayudar, lo que hacían era promover más la situación”, dijo en ese momento. Por momentos, el periodista que la entrevistaba intentaba completar las respuestas de la joven y en otras ocasiones fueron evidentes los juicios de valor sobre la actuación de Sara. Al final le preguntó si tenía algo que decirle al pueblo sanjuanero y cuando ella intentó decirle a la gente que tomara conciencia a la hora de difundir los videos, el periodista la interrumpió para decirle que la culpa no es de la gente, pues la “mente es necia” y que cuando ese tipo de contenidos llegan a las personas, lo más normal es querer enviárselo a alguien más.
Pero la entrevista en la radio no logró que disminuyera el acoso en contra de Sara. Sobre ella, circularon rumores sobre consumo de alcohol y drogas. “Yo me asusté porque me llamaron para decirme que la muchacha estaba en el hospital con sobredosis y que yo la había drogado. También estaban diciendo que yo la había contratado para que bailara", cuenta Ingrid Vásquez. “Yo no conocía a la muchacha. En las cámaras de mi negocio se ve que yo nunca me le acerqué, nunca tuve contacto con ella, solamente cuando salió. Pero cuando me llegaron estos rumores, comencé a preguntar y llegué a la casa de su abuela. Allá estaba ella”, agrega.
Mientras Sara enfrentó la situación, los demás asistentes decidieron guardar silencio. Al ser consultados por Consonante, varios dijeron que la gente del pueblo se escandalizó innecesariamente. Un amigo de Sara que estuvo en la fiesta dijo: “Le dieron demasiada importancia, aquí la cultura es demasiado criticona”. Otras personas afirmaron que las críticas hacia Sara fueron demasiado duras. “Esta situación se manejó de la peor manera. La gente cree que tiene el derecho a juzgar a una persona sin saber lo que puede estar pasando. De esta muchacha dijeron de todo”, dijo una mujer de 24 años que también asistió a la fiesta Mexicano esa noche.
Sara fue grabada por varias personas en un estado en el que no podía dar su consentimiento; la difusión masiva de los videos expuso su cuerpo y luego se convirtió en la fuente de todo tipo de rumores y fue juzgada por su actuación. Para María de los Ángeles Ríos, abogada y asesora de incidencia técnica y jurídica de la Red Nacional de Mujeres, esto constituye una forma de violencia.
Ríos cuenta que las mujeres están sujetas a agresiones cuando ocupan el espacio público, y usualmente estas agresiones son de contenido sexual. “Lo que uno ve es que los principales hechos de violencia en un bar, en una discoteca es el acoso y la violencia sexual”, indicó. Para la jurista, en estos espacios, la mujer deja de ser un sujeto, una persona con derechos, y se convierte en un objeto “de dispersión, de placer, al que cualquier persona puede acceder y luego su desnudez se convierte en objeto de juzgamiento público”, agregó.
La abogada advirtió que estas formas de violencia son más difíciles de identificar en ambientes donde además hay consumo de alcohol y sustancias psicoactivas. El acoso y el acceso al cuerpo de las mujeres, que es un comportamiento normalizado en la sociedad, se intensifica con el alcohol. “Si la persona está bajo el efecto de esa sustancia, es “normal” que sucedan esas formas de violencia, porque todo el mundo está alterado. Se exacerba, se vuelve más evidente la forma como social y culturalmente estamos construidos”, dijo.
Algunas mujeres jóvenes en San Juan dicen que consideran que algunos bares y discotecas no son seguros para ellas y por eso prefieren ir acompañadas. “Una vez un tipo me agarró la cola. Por eso siempre tengo que ir con algún amigo o amiga, pero nunca salgo sola. Cuando voy al baño, procuro no decirle a nadie. Siempre hay un hombre que te está mirando y ya uno sabe cuándo es con morbo y cuando no”, dice una joven que también estuvo en la fiesta.
Un vacío jurídico
La violencia digital de género consiste, según explica el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, como “todo acto de violencia por razón de género contra la mujer cometido con la asistencia del uso de las TIC, como los teléfonos móviles y los teléfonos inteligentes, Internet, plataformas de medios sociales o correo electrónico, dirigida contra una mujer y que la afecta en forma desproporcionada”. En países como España este tipo de violencia está reconocida y tipificada por la ley.
María Helena Luna Hernández, abogada penalista de la Universidad de Medellín y experta en temas de género, afirma que en el caso de Sara es evidente que hubo una vulneración al derecho a la intimidad pues al momento de la grabación ella no era consciente de que la estaban grabando y que esos videos serían difundidos.
Pero en Colombia la violencia digital de género aún no es considerada un delito. Hace apenas dos meses la Corte Constitucional reconoció por primera vez en una sentencia que la violencia digital de género afecta gravemente a las mujeres y pidió al Congreso que se prohíba y penalice. La decisión se dio al estudiar el caso de una mujer que fue grabada ilegalmente mientras orinaba en un baño de una escuela en Bogotá y el video fue divulgado por WhatsApp. El alto tribunal indicó que el hecho generó una vulneración a los derechos de la mujer y que se consideraba violencia digital de género.
En el fallo, la Corte reconoce que este tipo de violencia produce sufrimiento emocional, daños psicológicos, aislamiento social, reducción de la movilidad y autocensura. Catalina Moreno, Coordinadora de la Línea de Inclusión Social de la Fundación Karisma (organización que trabaja en la promoción de los derechos humanos en el mundo digital), afirma que “este tipo de actuaciones se encuentran en un vacío jurídico que hace que las autoridades no se los tomen en serio y no se investiguen a profundidad”.
Por este motivo, Moreno dice que la sentencia de la Corte es apenas un primer paso. “Habilita a las personas a usar la acción de tutela para restablecer su buen nombre, su honra y su derecho a vivir libres de violencia de género. Pero mientras no se regule y sigan existiendo estos vacíos jurídicos es muy poco lo que se puede hacer por la vía penal”, dice.
Lo que las mujeres suelen hacer en estos casos, afirma Moreno, es declararse víctimas de otros tipos de delitos. “Lo que se hace es echar mano de dos delitos que ya existen que son injuria por vía de hecho o violación de datos personales. Pero como no son delitos diseñados para este tipo de casos, difícilmente esto tiene algún eco entre las autoridades”, afirma.
Pero para lograr un caso en esas situaciones es necesario tener un culpable. Algo que es difícil de encontrar en el caso de Sara. Moreno indica que el hecho de que el video se hiciera viral dificulta encontrar un responsable a quien judicializar pues, teniendo en cuenta que el video circuló en un servicio de mensajería privado como WhatsApp, resulta casi imposible encontrar la fuente del video original.
Por eso, insiste, es necesario empezar a reconocer la violencia que viven las mujeres en este tipo de situaciones. “Es importante abrir el diálogo e intentar alguna reparación simbólica como una retractación, arrepentimiento y emprender medidas pedagógicas”, dice la experta. Lo mismo opina la abogada Luna Hernández dice que “las afectaciones que generan estos hechos son incalculables y perduran en el tiempo, por lo que por supuesto el juzgamiento penal debe ser también un instrumento de sanción y un agente de cambio”.
Pero las expertas dicen que, más allá de las sanciones legales, los usuarios que comparten este tipo de contenido deben ser conscientes de las consecuencias que pueden generar en la vida de las mujeres. “La libertad de expresión abarca distintas manifestaciones en línea que pueden ser insultantes y chocantes pero que definitivamente tienen un impacto en la vida de la persona que la recibe. Es cuestión de entender que todo lo que sucede en internet tiene repercusiones reales, no se puede pensar que no hay consecuencias”, dice Catalina Moreno.
Sara dice que su experiencia la llevó a cuestionar la actitud de otras mujeres. Y, al mismo tiempo, despertó en ella la solidaridad de género. “Me parece bastante egoísta y mal hecho que seamos nosotras mismas las mujeres las que lo hagamos. Si yo hubiera estado en esa situación, de ver a otra mujer en esa situación en la que yo estaba, en vez de quitarle la ropa más bien la cojo, así me toque jalarla o hacer lo que sea, yo le ayudo a taparla”, comenta.
Hoy, solo guarda la esperanza de que el asunto poco a poco se vaya olvidando. “Yo he ido pasando la hoja, porque solo yo sé cómo soy realmente. Eso algún día tiene que desaparecer, no me pienso echar a morir por eso. Tengo que seguir mi vida, no estoy huyendo de nadie”, afirma.
* El nombre real fue cambiado para proteger su identidad.