Foto: Betsabé Molero
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Tumba y quema: ¿se puede cultivar sin fuego en La Guajira?

Desde los corregimientos rurales de Fonseca, hasta las veredas más remotas, los campesinos siguen utilizando el fuego para preparar la tierra para la siembra. Y aunque es una herramienta rápida para eliminar malezas y residuos, esta práctica suele tener consecuencias devastadoras a largo plazo para el suelo productivo, la economía local, la biodiversidad y la calidad del aire. ¿Es posible cultivar sin quemar?

En la Serranía del Perijá el suelo es sinónimo de vida y las lluvias son esperadas con ansias por los campesinos para trabajar la tierra. Es un momento de gran expectativa y planificación para los agricultores de la región, y cuando las primeras gotas de lluvia caen, se escucha por las calles los planes de siembra de cada persona, una explosión de variedad de posibles cultivos que llenan el aire de esperanza.

Sin embargo, antes de que broten las matas de maíz, frijol, yuca o ají, lo que domina el paisaje es el humo. En la antesala de las lluvias, desde el corregimiento de Conejo, en Fonseca, se observa cómo la serranía arde. De día, las columnas grises se levantan sobre los cerros; de noche, esas mismas humaredas parecen volcanes encendidos, fruto de quemas que terminaron fuera de control.

La quema controlada o ‘tumba y quema’, es una práctica común en la región, y se usa para preparar la tierra en cada cultivo. Se limpia el lote hasta que quede despejado y toda la materia orgánica que se acumula se pica en trozos más pequeños, se amontonan en pilas y se deja al sol por varios días. Una vez seco, se quema.

Aunque existen técnicas como las guardarrayas, que sirven para que el fuego no llegue a otros terrenos, cuando las quemas se salen de control el peligro es general. Según Corpoguajira, en el departamento se registran entre 80 y 120 incendios anualmente, el 20 por ciento de ellos llegan a ser incendios forestales.

La mayoría de los incendios se concentran en la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá. Suelen estar vinculados a las quemas agropecuarias, aunque también a prácticas ilegales como la quema de basura. Los meses más críticos coinciden con la temporada seca —enero a marzo y julio a septiembre—, cuando la ausencia de lluvias convierte cualquier chispa en un riesgo latente de incendio.

En julio de este año, el Sistema de Alertas Tempranas (SAT) de Corpoguajira advirtió sobre el alto riesgo de incendios forestales en seis municipios del departamento, todos en nivel de alerta roja por las condiciones climáticas extremas. El calor y la sequedad favorecían la propagación del fuego incluso a partir de fuentes mínimas de ignición, como una fogata, una quema agrícola o una colilla de cigarrillo mal apagada. Ante ese panorama, la entidad hizo un llamado urgente a la comunidad para evitar cualquier quema abierta, en especial en zonas rurales o con cobertura vegetal seca, donde una chispa puede desatar un incendio incontrolable.

Donde hubo fuego, cenizas quedan

Aunque la quema es una forma rápida y efectiva de eliminar la maleza y los residuos, permitiéndole a los campesinos plantar sus cultivos sin tener que invertir mucho tiempo y recursos, esta práctica también tiene costos ambientales y sociales significativos: afectan los ecosistemas locales, la salud y el bienestar de las comunidades que viven en la región y, a largo plazo, la productividad de la tierra.

Kiana Valbuena, profesional especialista de Corpoguajira, cuenta que las quemas en la Serranía del Perijá tienen graves consecuencias ambientales: "Alteran los procesos ecológicos, disminuyen la cobertura vegetal y destruyen hábitats críticos para especies endémicas y en categoría de amenaza", afirma.

A esto se suma que se reducen la fertilidad de los suelos, aumentan la erosión y afectan servicios ecosistémicos esenciales como la regulación hídrica y la captura de carbono. También debilitan los corredores biológicos que conectan los ecosistemas de montaña con los bosques secos tropicales del piedemonte, lo que pone en riesgo la resiliencia climática de la región.

Desde la Corporación, además, está prohibida la realización de quemas abiertas no controladas. “La entidad adelanta procesos sancionatorios ambientales cuando identifica responsables de quemas ilegales, promueve prácticas agropecuarias sostenibles y articula acciones con los Consejos Municipales de Gestión del Riesgo. También hemos emitido circulares preventivas durante la temporada seca para advertir sobre la restricción de las quemas agrícolas”, explicó Valbuena.

Los campesinos también reconocen que la quema tiene sus desventajas y puede incluso representar riesgos para la vida: "Recuerdo una vez que fuimos a quemar la socola para sembrar maíz y utilizamos botellas plásticas vacías en una vara para prender el fuego. Pero cuando el plástico se quemó y comenzó a gotear, el fuego se extendió rápidamente y nos vimos rodeados de llamas. Tuvimos que salir saltando por la parte menos afectada. Aunque después nos reímos de la situación, fue un momento aterrador", relata Julio Rico, campesino de la vereda San Agustín.

Lo que vivió Rico no es un hecho aislado. Karen López, gestora ambiental de Corpoguajira, explicó a Consonante que esta práctica representa riesgos incluso para quienes la realizan. “Se han reportado casos de quemas descontroladas en los que se han perdido cultivos y bienes, e incluso accidentes en los que ha resultado gente herida”, señaló.

Las respuestas de algunos campesinos para sembrar sin quemar

La agricultura es la principal actividad económica en las regiones rurales de Fonseca, debido a la vocación agrícola del territorio y a que es la única fuente de sustento para muchas familias. La mayoría de los habitantes se dedican a sembrar pequeñas parcelas de tierra, generalmente de dos a cinco hectáreas. Entre ellos está José del Carmen Vargas, campesino y habitante de la vereda Hatico Viejo, quien decidió dejar de quemar: "A mí no me gusta quemar porque yo conocí una experiencia que las aguas se retiran cuando se quema mucho. La gente se confió y empezó a trabajar cerca del arroyo, descumbraron y quemaron muy cerca del arroyo y este se secó” dice.

Desde entonces Vargas prefiere la técnica de "socola sin quema", que consiste en limpiar la tierra como se hace tradicionalmente y la materia vegetal que quede, picarla más pequeña y dejarla sobre el terreno que se sembrará. Esta funciona como abono, y a la vez, como una capa orgánica que evita que nazca maleza que pueda dañar el cultivo. También protege la semilla: "La capa vegetal que queda impide que nazca nueva maleza y protege la semilla de la calentura del sol" dice.

A esto se suma que existen alternativas productivas que no exigen tanta limpieza ni el despeje total de árboles. Ramiro Ramírez, profesor de la Universidad Nacional y experto en suelos, explica que es posible implementar técnicas que favorezcan al campesino sin deteriorar el suelo ni los ecosistemas. “El primer paso es evaluar los sistemas productivos actuales y buscar formas de mejorarlos o transformarlos, si es necesario, para aplicar prácticas que no impliquen la quema ni la tala”, señala. Entre estas opciones menciona la producción de miel, el chontaduro, el palmito y la vainilla: productos no maderables del bosque que pueden ser a la vez rentables y sostenibles. “Además, si se conservan grandes extensiones de terreno, se puede acceder a programas de pago por servicios ambientales, lo que representa un incentivo adicional para la conservación del bosque”, añade.

También está la implementación de sistemas agroforestales, que combinan la producción de cultivos con la conservación de árboles y especies forestales. "Se puede sembrar frijol con guandul, lo que permite aprovechar al máximo el suelo y reducir la necesidad de quemas", explica Ramírez.

Sin embargo, destaca que para llegar a esto es importante brindar a los campesinos la oportunidad de conocer y adoptar estos sistemas productivos alternativos y beneficiosos para todos. “Cuando se ofrecen otras alternativas productivas rentables ya la gente no piensa en quemar, porque se están ofreciendo sistemas asociados sistemas productivos enfocados en un cambio”, puntualiza.

Un ejemplo de esto, explica Ramírez, es que en la siembra de maíz se puede reemplazar la quema por cultivos asociados. “En ese clima de montaña funciona mucho sembrar cacao y en las calles de los cultivos se pone el maíz. No habría que prender fuego a la salida del maíz, porque la tierra queda siendo productiva con cacao”, explica.

Estas iniciativas se han aplicado en otros países como Bolivia, en dónde la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura publicó una guía de aplicación de chaqueo sin quema hacia una agricultura sostenible con sistemas agroforestales.  En la que se combina sistemas agroforestales con técnicas que minimizan el impacto ambiental, como el manejo manual de residuos y el uso de materia orgánica, que reemplaza a las prácticas tradicionales de quema que contribuyen a la degradación del suelo, las emisiones de gases de efecto invernadero y la pérdida de biodiversidad. “Se ofrece una metodología práctica que incluye la preparación de terrenos, la selección de material genético y la planificación de cultivos, a la vez que se destacan ejemplos exitosos de parcelas piloto implementadas en comunidades rurales”, dice el documento.

Se necesita más tecnología e inversión en el campo

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Detrás de esta técnica agrícola se esconde una realidad que va más allá de una simple tradición: la necesidad. Para muchos campesinos, la tumba y quema es la forma más accesible para limpiar la tierra y prepararla para los cultivos de pancoger, aquellos que les permiten subsistir y alimentar a sus familias.

Y aunque han aprendido la importancia de cuidar la naturaleza y respetar sus ciclos, destacan que la agricultura sostenible requiere más trabajo y tiene sus desafíos. “El campesino siempre lleva del bulto porque supone que uno haga los esfuerzos para tener una mejor naturaleza, pero entonces el producto que uno saque no quieren pagar lo que vale", dice José del Carmen.

“El campesino siempre lleva del bulto porque supone que uno haga los esfuerzos para tener una mejor naturaleza, pero entonces el producto que uno saque no quieren pagar lo que vale"

José del Carmen Vargas, campesino y habitante de la vereda Hatico Viejo.

A los retos de adoptar prácticas agrícolas sostenibles, se suma el hecho de no ser dueños de la tierra: "Los campesinos no tenemos tierras propias, entonces tenemos que aprovechar lo que más se pueda el pedacito de tierra que nos dejan sembrar", afirma Vargas. 

Además recalcó que los esfuerzos adicionales que se requieren para la producción de alimentos de manera sostenible, es un valor agregado que no es valorado por los consumidores:"La gente quiere la comida barata, pero no sabe lo difícil que es producirla", lamenta.

Las necesidades y limitaciones de los campesinos se resumen en la falta de acceso a tecnologías y recursos sostenibles, sumada a la presión de producir alimentos para la subsistencia. Esa combinación los lleva a recurrir a la quema como una salida que parece fácil y rápida. Para Julio Rico, el apoyo económico del gobierno resulta clave, así como el fortalecimiento del comercio. “Cualquier cambio con formación es importante, pero también hace falta un ente que haga el mercadeo para cultivar de manera sostenible, sin riesgo y con un comprador seguro”, asegura.

Por su parte Ramírez destaca la importancia de que el Estado ofrezca a los campesinos sistemas productivos rentables y amigables con el medio ambiente. “Debemos asegurarles el mejoramiento del suelo. Brindar información de cómo vamos a mejorar ese suelo que ya ha sido quemado, qué nutrición le podemos dar a las plantas y ser muy claros con las limitantes. Sabemos lo que producen las quemas excesivas: el CO2, la pérdida de materia orgánica, la muerte de animales y todo el mundo se dedica a mirar solo eso. Pero lo que debemos hacer es enfocarnos en soluciones”.

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  • Madelen Molero
    Sep 10, 2025
    Los campesinos necesitan soluciones viables, no que los marginen

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