Cuidadoras anónimas capítulo 2 | Cuidar la paz comunitaria

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Ilustración: Tatiana del Toro
El corregimiento de Conejo, en Fonseca, fue uno de los pueblos guajiros más afectados por el conflicto armado. Hoy en día alberga una convivencia diversa entre firmantes del Acuerdo de Paz, migrantes venezolanos y locales. ¿Qué tienen en común las cuidadoras de la migración y las del Acuerdo de Paz? Esta es la historia de Malvis Sierra y Ana Chourio, dos mujeres que, a pesar de ejercer un oficio mal remunerado, se dedican a sembrar paz y reconciliación en sus comunidades.
¿Cómo se hizo este trabajo?
Este trabajo hace parte de un especial periodístico que busca entender y explicar las consecuencias de la falta de reconocimiento y redistribución de las labores de cuidado en zonas alejadas de los centros de poder. Viajamos hasta Conejo para conocer estas historias.
Ilustración: Tatiana del Toro
Ilustración: Tatiana del Toro

Para María Angélica Oñate, de ocho años, Malvis Sierra tiene unas alas color azul cielo que están llenas de puntos rojos, morados y azules turquesa. Similares a las que tienen las mariposas morpho que se ven durante esta época por la carretera que lleva del casco urbano de Fonseca (La Guajira) a la vereda Pondores, donde queda la guardería comunitaria en la que se conocieron.

Malvis, la mariposa, siempre está sonriendo. Esa gracia se la contagia a Maria Angélica y a los otros 30 niños y niñas que van a la guardería del Aetcr Amaury Rodríguez. Diariamente los recibía cantando y dramatizando su canción favorita: “Mariposita, está en la cocina, haciendo chocolate para la madrina. Potí potí, patas de palo, ojos de vidrio y nariz de guacamayo”. Por eso María Angélica se la imagina así, a pesar de que Malvis en vez de ojos de vidrio tiene unos ojos café oscuro muy expresivos, y se imagina que sus brazos son las alas con las que cuida a los hijos de los y las firmantes de paz, y de la vereda de Pondores, en el espacio de reincorporación.

Foto: Betsabé Molero.

Malvis, la mujer, siempre supo que quería ser docente hasta que la guerra se le atravesó en el camino. Sin embargo, como secretaria en la entonces guerrilla de las Farc, enseñaba a leer y escribir a sus compañeros. Y cuando se lo permitían, llevaba su “tablero” de poliéster y reunía a los niños de las comunidades en las que armaban los campamentos. Así, por dos o tres meses les daba clase durante una hora cada tarde.

Hoy son siete años trabajando como agente educativa en la Unidad de Atención Comunitaria (UCA) del espacio territorial. Después de la firma del Acuerdo de Paz, llegó a Fonseca junto a otros 380 excombatientes y tres niños que de forma “empírica” empezó a cuidar. En 2017 ya eran 12 niños, incluyendo a los hijos de otras personas de la comunidad de Pondores. Fue allí cuando creó “Nueva Colombia”, la UCA del territorio, como una promesa de paz.

Foto: Natalia Prieto C.

Para ese tiempo terminó el técnico de Atención Integral a la Primera Infancia en el Sena, se graduó de bachillerato y siguió trabajando como cuidadora. Tres títulos en dos años, dice con orgullo. 

En Fonseca son 90 mujeres entre los 230 firmantes del acuerdo que quedan en el territorio. La mayoría, como Malvis, tiene a su cargo los trabajos de cuidado dentro y fuera de su familia, mientras intentan mantener un rol de liderazgo activo. 

“Yo también cocino, atiendo a mi hijo antes de irse al colegio, hago las tareas con él. Pero también tengo otras actividades porque tenemos una vida de reincorporación: pertenezco a una fundación donde estamos buscando a las personas desaparecidas. Y no solamente yo, aquí son pocas las mujeres que no hacen nada. Pero por eso hay compañeras que se han enfermado de tanta responsabilidad de trabajo y le ha tocado desistir de sus estudios, o aislarse porque no es fácil el estrés”, asegura.

Diana Salcedo, directora de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (Limpal), explica que esto no solo sucede en el Aetcr de Pondores, sino que es común en los espacios de reincorporación del país. En los 17 Aetcr que Limpal ha acompañado, el 80 por ciento de las mujeres se dedica a labores de cuidado, especialmente el no remunerado. Esta sobrecarga limita los ejercicios de liderazgo.

“No solamente tienen ese impacto de la carga, sino también una disminución en el ejercicio de sus liderazgos políticos, asociativos y comunitarios, que está también marcado por esta desigualdad en términos del reconocimiento social y económico de las labores de cuidado. Entonces deben asumir un rol de cuidado que limita su ejercicio de la participación y de ejercer otros tipos de roles dentro de su comunidad”, explica Salcedo.

“No solamente tienen ese impacto de la carga, sino también una disminución en el ejercicio de sus liderazgos políticos, asociativos y comunitarios, que está también marcado por esta desigualdad en términos del reconocimiento social y económico de las labores de cuidado"

Diana Salcedo, directora de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (Limpal)

Aunque para Malvis el trabajo de cuidado es su vocación, para muchas mujeres firmantes el incumplimiento de garantías para la reincorporación y el tránsito a una cultura que sigue siendo patriarcal, las ha ubicado de manera “obligatoria” en el ámbito de la familia y del trabajo del cuidado. Según el informe “Estado de la reincorporación de firmantes del Acuerdo de Paz”, publicado por Limpal en el 2023, la responsabilidad también recae en el Estado: “La oferta institucional desconoce las barreras que implica para ellas el trabajo del cuidado, afectando significativamente su participación y permanencia en los programas. Para dar un ejemplo, no hay garantías frente a los costos de desplazamiento para quienes tienen personas a cargo y están ubicadas en zonas dispersas y no se cuenta con suficientes centros para el cuidado de menores equipados con servicios ni dotación adecuados”.

Además de la población firmante, Fonseca es el cuarto municipio con mayor número de migrantes en la región. Conejo es un punto clave para el flujo migratorio.

Las desigualdades aumentan tanto para las mujeres migrantes como para las  firmantes de paz

A tan solo un kilómetro y medio del Aetcr Amaury Rodríguez, en el corregimiento de Conejo, vive Ana Chourio. Durante tres semanas al mes, Ana y su compañera Miladys Álvarez reúnen más de 40 personas en la biblioteca del pueblo para hablar sobre sus emociones. ¿Cómo me siento hoy? Es la pregunta que da inicio a la actividad de terapia grupal que suelen hacer en un esfuerzo por escucharse, sanar heridas y reconciliar a la comunidad.

Ana recibe a niños, niñas, jóvenes y adultos con una voz cálida y un trato cercano, así ha logrado ganarse el cariño de quienes han recibido sus servicios. Tiene una vocación innata para acompañar los procesos emocionales de las personas que buscan su apoyo.

Foto: Natalia Prieto C.

Además de terapeuta, Ana es migrante. Llegó a Colombia en  2018, después de trabajar 12 años como gestora social en la alcaldía de Maracaibo, en el estado Zulia de Venezuela. Llegó con su hija de 10 años, buscando otras oportunidades y para acompañar a otra de sus hijas que también viajó al país. Como Ana, una gran cantidad de mujeres llega a Colombia, además, con la carga de las labores de cuidado.

“Esto se ve en el resultado de las encuestas de pulso migratorio del Dane. Cuando les preguntaban a las mujeres con quiénes emigran, muchas decían migrar solas con sus hijos. Cuando le preguntaban a los hombres, el mayor porcentaje decía que había emigrado solo. Eso ya nos da una idea de cómo se componen las familias, cómo son las actividades de cuidado y como son perfiles diferentes”, explica Natassja Rojas Silva, profesora y consultora en derechos humanos, migración y género.

Según datos de Migración Colombia y el Ministerio de Relaciones Exteriores, se estima que Fonseca alberga a 8,842 personas provenientes de Venezuela, lo que representa aproximadamente el 5.4 por ciento de la población migrante en La Guajira.

Durante los primeros meses en el país, Ana tuvo días llenos de críticas y rechazo cuando iba a buscar trabajo. No tenía estabilidad económica, ni emocional, y tuvo que vivir en condiciones precarias. “He sobrellevado las cosas porque no ha sido fácil, nos tocó dormir en el suelo, no tocó tirar una sábana con una almohada y ya”, cuenta. 

Ana tuvo varios trabajos informales antes de ser terapeuta: vendió bolsas de basura en la calle, trabajó en un restaurante y fungió como horticultora. Se convirtió en terapeuta popular en 2021, después de recibir formación, de parte de la organización de cooperación alemana Malteser, para brindar una primera ayuda emocional a personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad, especialmente personas migrantes y colombianos retornados. Sin embargo, ninguno de estos empleos le ha pagado el sueldo mínimo.

Rojas explica que las desigualdades salariales presentes en las mujeres se profundizan si se habla de mujeres migrantes: “Hay unas dinámicas de violencias basadas en género propias del país receptor, que aunque las sufren las mujeres colombianas, cuando le sumas el hecho de ser mujer migrante esta diferencia y esta discriminación se amplía muchísimo más. Existen unas desigualdades grandes en el tema salarial como en la garantía de derechos”.

“Hay unas dinámicas de violencias basadas en género propias del país receptor, que aunque las sufren las mujeres colombianas, cuando le sumas el hecho de ser mujer migrante esta diferencia y esta discriminación se amplía muchísimo más”

Natassja Rojas Silva, profesora y consultora en derechos humanos, migración y género.

La situación es similar para las mujeres firmantes de paz, como Malvis: “En el proceso de reincorporación, hablando de las labores de cuidado, se profundizan las desigualdades que ya per se tienen las personas que viven en las zonas de ruralidad dispersa: las dificultades de conectividad y la dificultad de acceso a servicios públicos que impide también las labores de cuidado”, agrega Diana Salcedo.

A pesar de la importancia, y de lo difícil que es el trabajo de terapeuta popular, Ana solo recibe un “incentivo” de 600.000 pesos mensuales que le entrega Malteser. Sin embargo, este dinero no cubre por completo sus necesidades básicas, por lo que debe tener otros empleos. Y aunque para Ana es una bendición poder ayudar, cada vez hay más personas que requieren de sus servicios. 

Foto: Betsabé Molero.

El mal pago de las labores de cuidado no es solo un problema para Ana. A pesar de que Malvis, por su parte, es contratista del Estado a través del Icbf, su sueldo tampoco es suficiente. “A nosotros nos explotan. El Icbf se vuelve puro papel: son las 11 de la noche y te están pidiendo cosas. Además las agentes educativas son las que menos ganan y son las que viven 24/7 pendientes de los niños. La profesora es la que está ahí desde las 7 de la mañana a veces incluso hasta las 2 de la tarde, y es la que gana menos, es injusto”, comenta.

"Las agentes educativas son las que menos ganan y son las que viven 24/7 pendientes de los niños. La profesora es la que está ahí desde las 7 de la mañana a veces incluso hasta las 2 de la tarde, y es la que gana menos, es injusto"

Malvis Sierra, agente educativa.

A esto se suma la inestabilidad. Este año Malvis solo empezó a trabajar el 2 de mayo, estuvo cinco meses sin ingresos. Y firmó hasta finales de junio un contrato que solo va hasta julio. Hoy, a pesar de que está en otro cargo, sigue ganando el salario mínimo, es decir, un poco más de un millón de pesos.

Diana Salcedo explica que estas desigualdades son una forma de violencia: “si bien tienen un pago por esas labores de cuidado, siguen estando expuestas por un lado a un sinnúmero de violencias que se dan en el ejercicio del poder de quienes pagan por ese cuidado. Pero también a una sobrecarga, porque por lo que se paga es mucho menos de lo que las mismas mujeres dan en esas labores”.

Tampoco hay garantías para los cuidados

“Nueva Colombia” solo tiene completa la cocina, gracias a una organización de cooperación internacional. Los baños, que gestionó la Agencia de Reincorporación Nacional, están a medias. Y el piso y el techo lo hicieron los mismos firmantes. En el lugar faltan mesas, sillas, juguetes y la dotación que debería tener cualquier centro infantil. En ese contexto, ejercer el trabajo de cuidado se hace aún más difícil. 

Foto: Betsabé Molero.

Ese panorama se repite en otros Aetcr donde hay Unidades de Atención. “En los Aetcr que nosotros hemos trabajado, muchos están ubicados en climas cálidos y en el espacio no está acondicionado: no hay aire acondicionado, o las ventanas son muy reducidas. Este tipo de cosas dificultan que haya tantos niños ahí”, comenta Salcedo.

Este año Malvis debe visitar otras UCA y en esa labor se ha dado cuenta de que en el territorio no hay buenas condiciones para los niños, ni para que las profesoras hagan su trabajo: “Tú vas a El Confuso y es un cuartico, o sea los niños no tienen como recrearse. Tú vas a Los Altos y aunque es un poco más abierto, cuando llueve con tempestad los niños están vulnerables. No tienen juguetes, los platos y los cubiertos no son adecuados”, dice preocupada.

Por su parte, Ana, además de las reuniones grupales hace atenciones individuales que pueden ser en la casa de las personas afectadas o en lugares donde se sientan seguros de expresar sus sentimientos. En el pueblo no existe, más allá de la biblioteca, un espacio para tener las sesiones de escucha. 

A esto se suma que las actividades de terapia se han extendido en ocasiones hasta las veredas, e incluso al casco urbano de Fonseca, pero Ana debe sacar de sus propios recursos para hacer estas atenciones. “Aspiro que en el futuro este tipo de trabajo se amplíe en el territorio, que la labor sea remunerada como cualquier otro trabajo digno y se le dé la importancia que merece”, comenta.

“Aspiro que en el futuro este tipo de trabajo se amplíe en el territorio, que la labor sea remunerada como cualquier otro trabajo digno y se le dé la importancia que merece”

Ana Chourio, terapeuta popular.

En Fonseca, más de la mitad de la población eran mujeres, de acuerdo con las proyecciones del Dane de 2023: de 50.242 habitantes, 25.470 son mujeres; es decir, el 50.7 por ciento. A pesar de esto, hoy no existe una política pública de género que ponga sobre la mesa las problemáticas que viven las mujeres en el municipio, ni las especificidades de las mujeres migrantes o firmantes de paz. 

Según Maria José Brito, secretaria de Gobierno, la administración de Micher Pérez está trabajando en la construcción de la política pública: “Estamos organizando todo el tema logístico y el cronograma. Aproximadamente en un mes estaríamos empezando con la construcción. Además, el Gobierno Nacional nos va a brindar los recursos para la financiación de una casa de la mujer, pero necesitamos tener las políticas públicas debidamente ya conformadas. Y vamos a tener un enlace de género”

El cuidado construye paz

Ana y Malvis coinciden en que en su trabajo lo mueve el amor. Y que cuidar es una forma de retribuir a la comunidad fonsequera que las recibió. “Eso lo llena a uno y demostramos también a la comunidad que no somos aquellos monstruos como nos quieren pintar. Que venimos a esta sociedad a aportar, que dejamos un fusil para empuñar un lápiz y enseñarle a los niños, las niñas y las mujeres que el ser más lindo son los hijos, y que ese es nuestro futuro, que ellos son las semillas de la paz”, dice Malvis.

"Venimos a esta sociedad a aportar, que dejamos un fusil para empuñar un lápiz y enseñarle a los niños, las niñas y las mujeres que el ser más lindo son los hijos, y que ese es nuestro futuro, que ellos son las semillas de la paz”

Malvis Sierra, agente educativa.

Desde Limpal reconocen que los niños, como Maria Angélica Oñate, y las mariposas de todo el país, como Malvis, son una forma de cuidar el legado de la paz. “Son ellas los que están generando nuevas relaciones con las comunidades, son ellas también las que están generando unos liderazgos que permitan reconocer la experiencia de la reincorporación y que puedan garantizar que otras mujeres que más adelante que firmen las diferentes acuerdos de paz lleguen a unos entornos en donde ya no se vea con esta estigmatización tan fuerte. Ellas están cuidando también una parte del legado de la paz que son todos estos niños y niñas que crecerán en estos entornos sabiendo que es posible hacer ese ese tránsito a la paz”, puntualiza Salcedo.

Por su parte, la voz cálida de Ana sigue ayudando a la comunidad de Conejo a conservar la paz mental. Así como reforzar las relaciones entre migrantes y locales.  “Cuando llegué aquí todo era tan diferente, tan difícil. Yo quería regresarme, quería salir corriendo. Ana me invitaba y yo no quería, hasta que ella me vino a buscar y empecé a asistir a las actividades. Ahora no me pelo ni una y desde entonces mi vida cambió bastante. Ya hay confianza y es bueno tener a alguien que esté allí para uno. Me he soltado más, ya tengo amistades. Me cambió la vida”, cuenta con emoción Blanca Vera, una mujer migrante que ha sido escuchada por Ana.

"Ya hay confianza y es bueno tener a alguien que esté allí para uno. Me he soltado más, ya tengo amistades. Me cambió la vida"

Blanca Vera.

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  • Marcela Salazar Posada
    Jul 17, 2024
    El especial sobre el cuidado de la vida Cuidadoras Anónimas es excelente Este segundo capítulo me gustó mucho y me encantó como se narra las experiencias y vivencias, aportando también cifras, análisis y contextos con otras fuentes lo que da una experiencia de lectura e información muy potente ¡felicitaciones! espero el siguiente capítulo con mucho interés

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