Dicen los abuelos que hace muchos años, cuando Inírida era apenas un caserío, las familias solían acampar en los caños durante el verano. Era tiempo de pesca, de descanso, y de contar historias alrededor del fuego.
Una de esas noches, una pareja recién casada se fue a acampar a la orilla del río. El hombre, como era costumbre, salió en su curiara a pescar. Ella se quedó sola, cuidando el fuego y escuchando el murmullo del agua.
Pasaron las horas, y la mujer escuchó pasos sobre la arena. Alzó la mirada y vio venir a su marido. Él entró al cambuche y le habló con dulzura, pero su voz sonaba diferente… más lenta, más profunda. Cuando se acercó, ella notó que su piel estaba fría como el río, y sus ojos brillaban rarísimos, como si guardaran luz de luna.
De pronto, se escucharon de nuevo los golpes del remo. Era el verdadero esposo que regresaba. La mujer, confundida, miró a quien estaba con ella… pero él ya se levantaba, caminó hasta la orilla, y sin decir palabra, se lanzó al agua. Solo se vio un gran movimiento en el río, como si algo grande se hundiera entre las sombras.
Esa noche entendieron que no era un hombre, sino una tonina —el delfín rosado del Amazonas—, que se había transformado para enamorarla.
Los pueblos indígenas cuentan que las toninas pueden tomar forma humana, pero hay dos señales para reconocerlas: no tienen ombligo, y en la coronilla tienen un pequeño orificio por donde respiran. Por eso, en las comunidades se dice que no se debe caminar por los caños pensando en el enamorado, porque las toninas sienten el pensamiento y se aparecen.
Desde entonces, quienes acampan cerca del río queman caraña, una corteza de árbol que espanta a los espíritus del agua.
Este relato hace parte de un especial de Halloween para El Megáfono.
Les habló Hermes López, periodista de la red Consonante en Inírida, Guainía.
