Para las mujeres wayúu el tejido artesanal ha sido históricamente la base de su economía y una de las principales fuentes de ingreso y parte de su tradición. Sin embargo, esa actividad se encuentra en riesgo, según advierten, por la falta de ventas. Anteriormente la comercialización de artesanías eran exclusivas de los resguardos indígenas, pero en la actualidad los grandes comercios del centro de Fonseca han ido ganando terreno.
A pesar del auge que han tenido las artesanías, estas mujeres cuentan que sus ventas han disminuido en los últimos años y no pueden competir frente a los locales comerciales que se han instalado en Fonseca. Mientras tanto ellas siguen vendiendo por encargos o en las calles para tener más oportunidades de clientes.
Edith Uriana, del resguardo de Mayabangloma, aprendió a tejer desde los 11 años. Es ama de casa, tiene cuatro hijos y es técnica en Monitoreo Ambiental. Edith resalta la importancia que tiene el tejido en su familia y cómo lo han mantenido con el paso de los años. “Mi madre siempre me decía que tengo que llevar por delante mi cultura y valorarla y me enseñó el arte de las artesanías. Tengo las palabras de mi madre presente, me decía que, aunque fuera profesional no abandonara lo que me distingue y demostrara el gusto por las artesanías”, afirma.
El precio de las mochilas que vende Edith depende del tamaño que tengan. Las pequeñas las ofrece en 25.000 pesos, y las grandes en 100.000 pesos. Teje accesorios personales para su familia y en ocasiones cuando tiene algún encargo. “Muchas veces los compradores no le dan el valor que tienen nuestras artesanías y suelen decir que están más baratas y cerca en Fonseca”, cuestiona Edith. Es un ingreso que, según cuenta, se ha vuelto más irregular. En un mes que le vaya bien puede vender tres o cuatro mochilas y en otros, no ganar nada.
Edith recuerda que en el pasado los wayúu eran los únicos que vendían los productos relacionados con su cultura, pero hoy hay mucha competencia. “Éramos los únicos que vendíamos las mochilas, los sombreros y la gente que compraba llegaba hasta aquí al resguardo, ya últimamente los alijunas (término que usan para referirse a todo aquel que no es wayúu) también comercializan las artesanías. Ellos tienen ventajas como un local, documentos ante la Cámara de Comercio y pueden vender en lugares más centrales y más baratos, y además tienen la oportunidad de llegar a las ferias”, resalta.
Ediht lamenta que en los últimos años la economía propia de los wayúu esté cayendo. “Los alijunas abren sus comercios y ponen a la venta lo que es nuestra cultura y hay otras personas que no valoran nuestras artesanías porque solo les importa que sea más barata y no lo que significa para nosotros”, agrega.
Como las ventas en los resguardos han disminuido, Edith ofrece sus productos por redes sociales con el impulso de sus amigos y cuenta que la han contactado de Bucaramanga y Barranquilla. “Las personas que vienen de otras partes ya no entran al resguardo a comprar artesanías como lo hacían antes. Se ha disminuido la venta y no ha sido nada fácil y debemos buscar alternativas para poder vender las artesanías porque ya no nos compran”, dice.
Una de las desventajas para las mujeres wayuu es que los resguardos indígenas están retirados de las zonas urbanas. El resguardo de Mayabangloma se encuentra a 6,5 kilómetros del centro de Fonseca, unos 20 minutos en mototaxi y por el que se debe pagar 14 mil pesos por ida y regreso.
Estas mujeres artesanas piden que se valoren los diseños que realizan. Yolida Pushaina nació en Tawaira, Uribia, y vive en el resguardo de Mayabangloma. La artesana, de 52 años, cuenta que desde muy niña aprendió el oficio del tejido. Antes sólo tejía mochilas y chinchorros, pero debido a las peticiones de su clientela ha aprendido a hacer distintas clases de prendas y accesorios desde una pulsera hasta trajes de baños y vestidos totalmente tejidos, para ella cada pieza que construye con sus manos tiene un valor más cultural que económico. “Para cualquier comerciante alijuna la idea es vender. Para el wayúu el valor es más allá del dinero, en cada dibujo, diseño y color ponemos nuestro sueño, representa libertad y nuestras raíces. Una mochila nos cuenta historias”, dice.
A sus 66 años de edad, Carmen Pushaina también sigue practicando el tejido. Es de la alta Guajira, pero desde hace 9 años vive en el barrio 8 de enero, de Fonseca, con su hija y cuatro nietos. Cuenta que sabe tejer desde los 8 años y lo aprendió de las manos de su abuela. En su humilde casa tiene un telar donde teje los chinchorros, mientras su hija y nieta adelantan las mochilas que luego son ofrecidas en las calles de Fonseca. También las llevan a los corregimientos de Conejo y El Hatico. “Por más que me esfuerce en la venta y en mi trabajo, esto no me da para el sustento de mi hogar. Para el wayúu hay muy poco trabajo, por eso yo hago días en casa de familia o me voy a reciclar. Ser artesana es mi trabajo, lo que sé y lo que me gusta, mi familia la he levantado a punta de mochilas, pero hoy en día mi hija y mi nieta me ayudan a vender”, cuenta.
Carmen no entiende muy bien español, por lo que para vender sus productos se apoya de su hija y su nieta. Normalmente vende sus mochilas en 80 mil pesos, aunque cuenta que por necesidad le ha tocado hacer rebajas y ofrecerlas en 50 mil pesos para poder obtener una ganancia. “Si yo tuviera plata montaría mi negocio en Fonseca y no importaría si vendiera poco, pero no tendría que caminar tanto”. El trayecto que Carmen y su hija hacen para vender sus artesanías va desde las vías principales de Fonseca hasta corregimientos más lejanos como Conejo, a 20 minutos; y el Hatico, a 5 minutos, y por el que pagan 20 mil pesos en ida y vuelta.
Falta de apoyo empresarial
El comercio en Fonseca ha venido creciendo y motivando la llegada de inversionistas de otros lugares del país. En la calle principal se concentran al menos 8 locales de prendas tradicionales y de artesanías que atraen a la población local y turistas siendo la principal la mochila wayúu.
Sin embargo, una de las dificultades principales para estas mujeres es que no cuentan con ingresos para invertir en una mayor producción y poder equiparar a los locales existentes. Tampoco están organizadas en asociaciones o tienen la posibilidad de montar un local, conseguir contratos o formular proyectos, por lo que muchas mujeres wayúus terminan en ventas ambulantes.
Para Maber Solano, historiador de la comunidad Wayúu, uno de los factores que juega en contra de las mujeres wayúu es la limitación económica para mantener organizaciones colectivas. “Son pocas las organizaciones de mujeres que logran asistir a ferias, la mayoría de las mujeres del común no logran llegar a estos espacios por no estar asociadas. Deben enfrentar barreras como costear una gestión y para ellas sería imposible. Para otras está el limitante del idioma, la falta de conocimiento y la invisibilización”, dice.
Maber afirma que sería necesario impulsar un mercado wayúu donde se pueda acceder al comercio propio y no con intermediarios. “Actualmente no hay un mercado local, eso requiere de gestiones o apoyo institucional local, pero eso no existe. Esto se solucionaría si se montara una casa artesanal o un espacio donde se le permita a los indígenas comercializar sus productos y hacer sus muestras artesanales. Esto depende mucho de la voluntad institucional y que apoyen este tipo proyectos”, agrega.
Además, la mayoría de las mujeres indígenas desconocen los procesos para acceder a las convocatorias de emprendimientos, no tienen buena conectividad y se les dificulta viajar hasta el centro a los programas que se impulsan desde las entidades. Hasta la fecha ningún programa ha llegado a los resguardos.
Hilda Lubo, directora de promoción y desarrollo empresarial de la Cámara de Comercio de la Guajira, reconoce que una de las barreras con la que se encuentran es que los programas se llevan a las ciudades y no a las zonas rurales. Actualmente se está implementando “La Guajira Exporta Artesanías” con el que buscan apoyar a las mujeres artesanas en la internacionalización de sus productos. “El punto principal es Riohacha, pero estamos buscando otro punto para descentralizar. Este programa es un piloto y pensaremos en uno para los resguardos de Fonseca, teniendo en cuenta que se les dificulta la conexión, que se deben desplazar”, dice.
“Vemos una cantidad de personas que no son artesanas y están haciendo la comercialización y ganando dividendos y las artesanas no. La idea es generar las capacidades para que sean ellas mismas las que hagan el proceso y no depender de intermediarios”, agrega Lubo.
Desde Artesanías de Colombia, entidad vinculada al Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, a nivel local se apoya el desarrollo de mercados itinerantes. Pero es poca la incidencia que tiene en el sur de la Guajira a pesar de que en Fonseca se cuentan con tres resguardos indígena wayúu, y estos no han tenido un espacio donde puedan exponer y comercializar sus productos artesanales.
Claudia Patricia Garavito, profesional de gestión de Artesanías de Colombia y supervisora para La Guajira, confirma que a la fecha no se cuenta con un proyecto de atención específica en Fonseca. Sin embargo, comenta que “a través del laboratorio de gestión, innovación y creatividad empresarial se realiza una convocatoria abierta donde se invita a los diferentes artesanos a participar de las actividades de fortalecimiento”.
Manuel Salge Ferro, doctor en Antropología de la Universidad de los Andes, explica que la apropiación cultural es un fenómeno en el que el usufructo económico, cultural o simbólico recae en manos de un tercero. “Vale la pena preguntar de base si todas las ideas, saberes, prácticas, bienes y usos están sujetos a ser comercializados, y de paso, entonces, quiénes y cómo podrían lucrarse de ello. Quién y cómo se tendría que definir esto. Cómo proteger y regular estos mercados”, afirma.
“Incluso se podría ir más allá y preguntar quienes hacen parte de una comunidad, si todos los miembros tienen los mismos derechos frente a su cultura o si las creaciones culturales son testimonio de la creatividad humana y, por lo tanto, todos podemos hacer uso de ellas”, agrega.
Salge explica que cualquier grupo o comunidad tiene el derecho de decidir qué hace y qué no parte de su patrimonio y en consecuencia tomar las medidas necesarias para su cuidado. “Si las artesanías tienen un alto valor cultural para las comunidades wayúu y ellas consideran que es importante que esos conocimientos tengan un régimen especial de protección por parte del Estado deben surtir el proceso para incluirlas en las listas oficiales del patrimonio nacional. En el país existe un Sistema Nacional de Patrimonio que incluye definiciones, procedimientos, instituciones y mecanismos de protección. La responsabilidad del Estado está en poner ese sistema al servicio de las comunidades locales para que mediante procesos de diálogo se defina el mejor escenario para garantizar la reproducción en el tiempo de sus expresiones culturales”, recalca.
Por su parte, para el historiador Maber Solano es evidente que las empresas y mercados locales están comercializando con los productos propios de la cultura wayüu dejando una visible desventaja en las mujeres de la etnia. Muchas de ellas trabajan a base de encargos y en ocasiones les toca caminar por las calles para comercializar sus productos por no contar con un establecimiento que les permita un espacio para vender las artesanías en el centro de Fonseca.
Andrea Jiménez, maestra en Historia del Arte, indica que la apropiación cultural es el dominio frente a un grupo que ha sido minoría y vulnerado. “La apropiación se traduce a una explotación hegemónica. Las mochilas se han instalado en la moda y le han dado relieve y preponderancia a un producto que era ignorado y eso trae lo bueno y lo malo. Las mochilas no son patrimonio, pero contienen conocimientos ancestrales y técnicas y oficios propias de unas comunidades”, dice.
Jiménez afirma que, aunque existe mayor valor frente a las artesanías, se debe aún más resaltar lo propio. “En el mercado se consiguen mochilas de todo tipo y de todos los precios. Hay explotación cuando las comunidades no están de acuerdo en las ventas que se hacen posterior, cuando se sienten utilizadas por las grandes marcas. Cuando se rompe esa cadena de la técnica, ese valor artesanal y cuando la comunidad no se siente identificada ni representada se puede hablar de apropiación cultural”, agrega.
“La pregunta es por qué se están reduciendo las ventas, cuando el mercado se ha ido extendiendo. Puede ser que se esté generando un monopolio, se necesita hacer un censo que vincule a todas las artesanas y que se trabaje con ellas”, recalca.
Edith Uriana, Carmen Pushaina, Yolida Pushaina recalcan que seguirán trabajando con las artesanías y piden que se valore su talento y se incentive la compra de primera mano. “Sueño con ser reconocida por grandes personas por mi trabajo y mis artesanías”, dice Edith. “Ser artesana es mi trabajo, lo que sé y lo que me gusta”, concluye Carmen.