Donde Duele: Guainía

Susurros que resisten en la selva

Sirley Muñoz Murillo
Sirley Muñoz Murillo

La salud mental en Guainía está marcada por el silencio, especialmente para los pueblos indígenas que son la población más afectada por hechos como el suicidio. El choque cultural entre las tradiciones ancestrales y el mundo occidental, ha generado fracturas espirituales e incertidumbres sobre la identidad. Esta situación todavía es invisible a los ojos de las autoridades indígenas y de la institucionalidad, y se evidencia la necesidad de aplicar un enfoque intercultural.


Los Puinave dicen que fueron estrellas antes de caer a la tierra. Cada uno de ellos —abuelos, padres, niños— alguna vez brilló en el cielo hasta que descendió al mundo de los vivos, perdiendo su luz en el tránsito. En las noches despejadas, miran hacia arriba con la certeza de que sus muertos han regresado al firmamento. Las estrellas que hoy parpadean sobre la selva son sus antepasados: vigías luminosos que, tras cumplir su ciclo en la tierra, han vuelto a brillar.

Así entienden la vida y la muerte. Así recuerdan el tiempo en que los ríos eran los únicos caminos, los árboles los edificios más altos, y no existían en el horizonte otros humanos que no fueran indígenas. Antes del ruido, de los motores, de la llegada de “la otra cultura”, los Puinave caminaban por un mundo donde todo estaba tejido con el lenguaje del bosque y del cielo.

Este pueblo indígena habita en el departamento de Guainía, una región amazónica donde coexisten ocho etnias: Curripaco, Piapoco, Sikuani, Cubeo, Guanano, Desano, Piratapuyo y la suya. La mayoría de estos pueblos se asientan a orillas de los grandes ríos de la zona —Inírida, Atabapo, Guaviare, Negro y Guainía— que han sido, por siglos, sus caminos, sus fuentes de vida y el centro de sus cosmovisiones. Según el Censo Nacional de Población y Vivienda del DANE de 2018, el 74 por ciento de la población de Guainía se reconoce como indígena. El 26 por ciento restante está compuesto, en su mayoría, por mestizos, muchos de ellos colonos provenientes de distintos departamentos del interior del país.

Cerros Mavicure. Fotografía: Gabriel Linares

Guainía es un territorio profundamente intercultural, que en los últimos años ha experimentado transformaciones notables con la expansión de su capital, Inírida, y su creciente atractivo como destino turístico. Estos cambios han traído consigo nuevos desafíos para los pueblos indígenas, que intentan sostener sus formas de vida comunitaria mientras se adaptan —o resisten— a los ritmos impuestos por la modernidad y el mercado.

El acceso a internet llegó hace apenas unos pocos años a las comunidades del Guainía. Hoy está en los celulares —cada vez más comunes entre los jóvenes— y en los aparatos que usan los turistas que llegan de todas partes del mundo, trayendo consigo lenguas, costumbres y formas de mirar la vida muy distintas. Todo ha sido veloz, casi abrupto. Para los pueblos indígenas, este proceso ha significado una transformación profunda, un desafío constante para mantener vivas sus lenguas y tradiciones, al tiempo que aprenden a dominar un mejor español y se ven obligados a transmitirlo a los más pequeños. —Cuando existen dos culturas que se encuentran, hay una lógica muy profunda que es el choque: choque emocional, choque de la vida, choque de todos los sentidos de la vida — reflexiona Efraín Bautista, escritor y docente Puinave.

En medio de esa adaptación, en los últimos años se ha generado una alerta sobre los impactos a la salud mental en la población del departamento, que afecta principalmente a personas de los pueblos indígenas. Guainía tiene una de los mayores tasas de suicidio a nivel nacional, según declaraciones dadas por la Defensoría del Pueblo el año pasado, este departamento ocupa el segundo lugar después de Putumayo. Ocho personas fueron víctimas de suicidio en el 2024, la mayoría de ellas era indígena y no superaban los 28 años. 

Guainía tiene una de los mayores tasas de suicidio a nivel nacional, según declaraciones dadas por la Defensoría del Pueblo el año pasado, este departamento ocupa el segundo lugar después de Putumayo. Ocho personas fueron víctimas de suicidio en el 2024, la mayoría de ellas era indígena y no superaban los 28 años.

También en 2024, el Ministerio de Salud y Protección Social registró 33 intentos de suicidio. El 55 por ciento de los casos correspondía a personas indígenas, en su mayoría jóvenes entre los 12 y los 31 años. El suicidio y el intento de suicidio son quizá la manifestación más visible de los trastornos de salud mental; sin embargo, estos adoptan formas más silenciosas que afectan profundamente la vida cotidiana. Ese mismo año, el Ministerio reportó la atención de 156 personas en el departamento por distintos trastornos mentales.

Pero esa cifra apenas roza la superficie del problema. Refleja sólo a quienes han logrado acceder al sistema de salud, en un territorio marcado por la dispersión geográfica, donde muchas comunidades están a varios días de viaje fluvial de la cabecera municipal, Inírida. Allí, además, la oferta institucional es limitada y el acceso a atención especializada, escaso.

EL MATWARY: LA PRESENCIA DE UN TERRITORIO HERIDO

Una mañana, mientras Hernando Bautista estaba a la orilla de un caño, sintió de pronto una presencia extraña. Era el Matwary —una energía intensa, casi tangible— que lo envolvió sin aviso. Al poco tiempo, un dolor agudo le recorrió el cuerpo, justo en los lugares donde aquella fuerza lo había rozado. No tardó en comprender que no se trataba de una enfermedad: era la selva cobrando su falta de respeto, recordándole que había entrado sin pedir permiso.

El Matwary está en el río y en la selva. Habita en medio de árboles milenarios y en cada ser que se mueve en el territorio. Para los pueblos indígenas esta energía invisible es la manifestación de las desarmonías espirituales. Los Puinave la llaman  Matwary, los Piapoco Yunipay. Cada pueblo lo nombra de manera diferente, pero en esencia es el mismo ser, una manifestación de la ruptura de la armonía entre los seres humanos y la tierra. Ese quiebre es para los indígenas el origen de todos los males.

—La misma naturaleza nos castiga por no obedecer primero a la madre tierra. Eso tiene sus consecuencias — afirma Hernando Bautista, coordinador del área de salud y medicina tradicional de la Asociación del Consejo Regional Indígena del Guainía (Asocrigua). Para él, en estas desarmonías con el entorno puede estar el origen de muchos trastornos mentales, incluso del suicidio. No se trata solo de una enfermedad, sino de una señal del cuerpo: una expresión de la desconexión del ser humano con la naturaleza y su territorio.

Para algunos pueblos indígenas, estas enfermedades no tienen un origen exclusivamente físico o emocional, sino espiritual. Provienen de la naturaleza y, por eso, sólo pueden ser tratadas por los sabedores: los únicos que poseen una energía similar a la del Matwary.

 —A veces no sabemos por qué el niño se suicida. Los que saben eso son los mayores, los sabedores. A través de su espiritualidad, o de lo que llaman chequeo, ellos observan cómo está el niño, qué problema tiene, qué le afecta —explica Hernando Bautista.

Para los pueblos indígenas de Guainía, la salud mental tiene un significado distinto al del enfoque occidental. Bautista señala que puede entenderse a partir de tres preguntas fundamentales: 

—¿Cómo estamos nosotros espiritualmente? ¿Cómo vivimos con la naturaleza y con los mayores? ¿Estamos cumpliendo las reglas de la vida?

Cuando el sentido de esas preguntas se quiebra, también lo hace la relación espiritual con el territorio, y con ella, la armonía. Para Leonardo Ladino, antropólogo e indígena del pueblo curripaco, es fundamental entender que ningún ser existe aislado: todo está conectado con la madre tierra. —Mi energía es la de ella —dice—, y si yo me daño a mí mismo, la daño a ella; si la daño a ella, me daño a mí.

EL SILENCIO DE LOS MALPENSANTES

Algunos indígenas de Guainía dicen que la primera vez que escucharon sobre el suicidio fue a través de la Biblia. Ocurrió en la década de los 40, cuando la estadounidense Sofía Müller llegó a Guainía en una misión religiosa, motivada por la iglesia protestante.  En su labor evangelizadora, compartió con los Puinave la historia de Judas Iscariote. En algunas comunidades, se dice que así conocieron que una persona pudiera quitarse la vida. 

El docente Efraín Bautista dice que existe un silencio en las comunidades en relación con el suicidio y los trastornos mentales. Aunque ha recorrido varios territorios del departamento, en las historias del pasado estos hechos no se mencionan, su registro es bastante reciente. De hecho, afirma, en la lengua Puinave todavía no existe una palabra precisa para traducir suicidio.

Juan Medina es médico ancestral en Caranacoa, una comunidad indígena ubicada a orillas del río Inírida. Afirma que los trastornos de salud mental y el suicidio son fenómenos recientes para su pueblo. —Para nuestros ancestros, la idea era morir, pero peleando —explica. En su mirada, la diferencia con el pasado está en el ritmo de vida: antes, niñas, niños y jóvenes mantenían la mente ocupada. Sus días transcurrían entre la pesca en el río, el trabajo en el conuco —la parcela cultivada— y la colaboración con sus padres en las tareas familiares y comunitarias. —Los niños se mantenían ocupados en otras cosas, no como ahora, que pasan el tiempo en la hamaca viendo televisión o viendo otras cosas que los llevan a hacer esas cosas —dice Medina.

El suicidio, nombrado como tal, no existe en la memoria colectiva de muchas comunidades indígenas. Pero eso no significa que no ocurriera. Para Efraín Bautista, la clave está en cómo funcionaba la vida social en tiempos antiguos: existía un control firme sobre los roles y las responsabilidades de cada persona dentro de la comunidad. Además, las autoridades espirituales —los sabios— ejercían una vigilancia estricta sobre la conducta individual. —No podían existir personas malpensantes, no podía haber alguien caminando en medio de la sociedad haciendo daño a los demás. Eran exterminados inmediatamente por los sabios —explica Bautista.

Según Bautista, en el pasado la incertidumbre sobre la vida se reducía para los pueblos indígenas. Nacer y crecer bajo las normas de la comunidad era el camino predecible para cada persona. Con el paso del tiempo, la llegada de los colonos a Guainía y la conexión entre el mundo occidental y  ancestral abrió otras posibilidades y con ello muchas preguntas sobre la identidad.

LA INCERTIDUMBRE ES UN GRITO SILENCIOSO

Las palabras se atropellan en la boca de Cristian Rodríguez cuando intenta hablar de su tristeza. Hay cosas que aún no sabe cómo nombrar. Tenía 17 años cuando intentó quitarse la vida. Llevaba tiempo sintiéndose perdido, con demasiadas preguntas sobre el futuro y un dolor reciente que le pesaba en el pecho: una ruptura amorosa que lo desbordó. Los pensamientos se le fueron acumulando en la cabeza y en el corazón, como una carga silenciosa. Sin saber con quién hablar, se fue encerrando en sí mismo, hasta que el peso se volvió insoportable.

Cristian Rodríguez, coordinador del área de juventud de Asocrigua. Fotografía: Camila Bolívar

En un punto, el peso se volvió insoportable. Un día, cuenta Cristian, salió de su casa y caminó hasta una cancha deportiva que estaba vacía.  —¡Voy a acabar esto ya! —se dijo a sí mismo. No termina de relatar lo que pasó después. Baja la mirada y, sin insistencias, cambia de tema. Prefiere hablar de lo que lo sostuvo: sus amigos. Recuerda que, cuando por fin se acercaron, tuvo la posibilidad de hablar. Y habló mucho. Con uno, con otro, con varios. Hasta que la carga se fue haciendo más liviana.

Volvió a salir de fiesta, a caminar, a jugar al fútbol y la tristeza se hizo más leve. —Yo sentí que alguien estaba ahí para apoyarme y supe que no estaba solo —dice Cristian Rodríguez. Es indígena curripaco y hoy coordina el área de juventud de Asocrigua, lo que le ha permitido conocer de cerca la realidad que enfrentan los jóvenes en Guainía, especialmente quienes pertenecen a los pueblos indígenas.

—A veces nos dicen: “ustedes necesitan psicólogo” —continúa—, pero nosotros no creemos en el psicólogo. Nuestros psicólogos son nuestros abuelos, nuestros padres, estar con ellos en la comunidad, trabajar con ellos. Para nosotros, como jóvenes, eso es más común para tratar los problemas. Porque antes uno no vivía eso. Usted vivía tranquilo, no tenía problemas para nada.

Como otras autoridades, afirma que en sus comunidades no existían casos de suicidio, hasta que los indígenas se abrieron al mundo occidental y llegaron las dudas.

—Los jóvenes a veces se sienten solos, también por la tecnología —reflexiona Cristian Rodríguez—. Son cosas que nosotros no teníamos. Nos hemos adaptado a otros métodos de vivir que nos han desviado del camino que tendríamos que seguir.Cada vez más personas en Guainía identifican el encuentro —o más bien el choque— entre el mundo indígena y el occidental como un punto de quiebre en los cambios de pensamiento que han desencadenado crisis profundas, expresadas en trastornos de salud mental e incluso en suicidios. 

—No es sino que penetren el pensamiento y lo demás se cae por sí solo —explica el antropólogo Leonardo Ladino—. Cuando a mí me eliminan lo que yo entiendo y cómo me relaciono con el territorio y con las personas que están conmigo, desde esa cosmogonía, y cambia ese pensamiento, pues obviamente cambian muchas cosas de mi relación con los demás.

Este tipo de ruptura cultural no es solo una percepción local, también ha sido reconocida por la Corte Constitucional. En la sentencia T-082 de 2025, la Corte advierte que el choque identitario y la autonegación cultural son determinantes estructurales en la conducta suicida y el consumo de sustancias psicoactivas entre las comunidades indígenas. El fallo señala, además, otros factores como la exclusión social, la degradación ambiental, las barreras en el acceso a salud y las transformaciones abruptas en los entornos socioculturales.

Para Ladino, este proceso comenzó hace muchos años, especialmente con la evangelización. Cuando Sofía Müller llegó al territorio se dieron cambios que, señala este antropólogo, dejaron en un limbo al pueblo indígena. Así lo entiende también Efraín Bautista, quien indica que cuando ella comienza a enseñar la Biblia lo hace en la lengua de cada pueblo, lo que hizo que se ganara el respeto de las comunidades, sin embargo, generó cambios trascendentales en las tradiciones. 

Cambió las comidas colectivas —o mingas— por conferencias bíblicas. Las danzas como el carrizo y el yapurutú, que para ella eran danzas diabólicas, por la lectura de los versículos de la Biblia. Prohibió la adivinanza del futuro que hacían los sabedores porque, según decía, el único que podía dirigir la vida diaria era Dios. Así como esas, muchas otras tradiciones aprendidas comenzaron a modificar la relación de las comunidades con la vida y el territorio. 

Ladino agrega que ese cambio de pensamiento ha alterado profundamente la relación de los pueblos indígenas con la madre tierra y con su espiritualidad. 

—Hay un proceso religioso que va consumiendo todo, pero que no suple esa espiritualidad que la gente antes tenía. Eso implica una especie de debilidad, quedar vulnerable —afirma. 

Esa vulnerabilidad ha ido alejando a las comunidades de los elementos espirituales que antes les daban sentido y orientación. Con el tiempo, esos principios se han ido desdibujando, y corren el riesgo de desaparecer por completo si no son transmitidos a las nuevas generaciones.

 —Los suicidios que se han generado han sido en ese relacionamiento con la otredad cultural, con el mundo occidental —concluye.

Lucero López, secretaria de salud de la Gobernación de Guainía, coincide en que se está fracturando la realidad territorial de los pueblos indígenas, lo que impacta en su salud.

 —No se está dando la transmisión del conocimiento —explica Ladino—, pero no porque los abuelos no quieran enseñarlo, sino porque las nuevas generaciones ya no quieren recibirlo.

Esa ruptura en la cadena de saberes ha comenzado a transformar la cultura y las prácticas cotidianas de las comunidades. Según advierte, muchos niños, niñas y jóvenes crecen sin los referentes espirituales y comunitarios que antes guiaban la vida indígena. En su lugar, adoptan comportamientos ajenos desde muy temprana edad, como el consumo de licor y sustancias psicoactivas, prácticas que antes eran impensables en esas etapas de la vida.

Muchos jóvenes indígenas que viven en comunidades alejadas de centros educativos deben trasladarse al municipio de Inírida para recibir clases, allí se encuentran con un mundo muy diferente al que han conocido. En esta situación, según la psicóloga Shirley Hidalgo, líder de salud mental del Hospital Departamental Intercultural Renacer, se generan estresores, es decir, factores que requieren adaptación por parte de una persona y que pueden ser generadores de ansiedad. Para ella, incluso elementos que parecen sencillos, como el cambio en la alimentación, pueden detonar una crisis. 

—Estaban en el internado y allá comían granos, fríjoles, arroz. Cuando llegaban a la comunidad en vacaciones, se estrellaban con que no tenían lo mismo, y eso ya era un estresor, porque ya no querían estar en las comunidades —explica. Ese desencuentro cotidiano, casi invisible, revela un temor más profundo—. Ese es el miedo de ellos, que todos terminen saliendo de la comunidad y se queden sin su cultura —agrega.

No es un momento fácil para los pueblos indígenas. La cercanía con otras realidades —mediada por la tecnología, la educación externa o el contacto constante con el mundo urbano— es inevitable y cada vez más intensa.

 —A nosotros nos ha tocado obligatoriamente agarrarnos de la cultura occidental para que no nos acabe tanto —dice Efraín Bautista—. Entonces, no sabemos qué hacer. La cultura occidental tampoco sabe qué hacer y nos afecta porque no entiende quiénes somos nosotros, cómo vivimos.

EL RETO DE UNA SALUD MENTAL INTERCULTURAL

Con el cambio en las formas de vida se abrió la puerta al consumo de sustancias psicoactivas. Esto ha sido motivo de preocupación constante en los últimos años en las comunidades. La preocupación también está presente en las autoridades de salud del departamento. Lucero López, secretaria de Salud de Guainía, confirma que desde 2024 se ha registrado un aumento en el consumo de sustancias psicoactivas. 

—Ya no solo en población colona —precisa—, sino que se ha evidenciado que el mayor aumento de este consumo es en población indígena. Señala además que esta práctica empieza cada vez a edades más tempranas, con casos documentados desde los nueve años.

El obispo de Inírida, monseñor Joselito Carreño, recuerda que desde el 2014 identificó este problema en las personas jóvenes del departamento. Por esa razón tuvo la iniciativa de proponer la creación de un centro de rehabilitación interinstitucional operado entre el vicariato y el Icbf. Sin embargo, no existió una respuesta positiva y hasta el momento no se han conseguido los recursos necesarios para volverlo realidad.

El consumo se convierte en un factor preocupante porque puede desencadenar trastornos de salud mental, entre ellos el suicidio. Jhon Alexander Rivera, gerente del hospital Renacer, confirma que la institución ha recibido consultas por enfermedades mentales asociadadas a consumo de sustancias psicoactivas, además de casos de suicidio e intento de suicidio por la misma situación. 

Este y otros factores han contribuido al aumento de enfermedades como la depresión. Sin embargo, según advierte la secretaria de Salud del departamento, Lucero López, hay un subregistro evidente.

 —Porque puede que lo dejen en un silencio interno, en la familia o en la comunidad —explica—. Nosotros tenemos muchas personas depresivas en el territorio.

La institucionalidad tiene varias estrategias para hacer frente a esta situación. No obstante, los factores culturales, la dispersión geográfica y los pocos recursos públicos frente a los altos costos de la atención en salud, se convierten en limitantes para que la población pueda identificar trastornos de salud mental y atenderlos en el sistema de manera oportuna.

En Guainía la atención en salud se centraliza en el hospital Renacer, ubicado en el municipio de Inírida. Debido a las distancias se crearon 24 puestos de salud en comunidades indígenas en todo el departamento. En cada uno trabaja un gestor de salud y un auxiliar de enfermería, los cuales se encargan de atender a la población y ser el puente para la atención de médicos generales y especialistas del hospital Renacer. 

En los casos de atención en salud mental, así como de otro tipo de consultas, como lo indica Rivera, en los puestos de salud se realiza atención por telemedicina con médico general y de allí se define el manejo. Cuando el paso a seguir es la consulta con un psicólogo o psiquiatra, o si se recetan medicamentos, comienzan las dificultades para las personas en las comunidades. De hecho, el hospital Renacer solo cuenta con un psiquiatra que comenzó su trabajo hace cinco meses, no reside en el municipio y viaja cada mes para atender pacientes durante una semana.

Las consultas con especialistas solo se atienden en el hospital de Inírida, lo que implica que las personas deben trasladarse por su propia cuenta hasta el lugar. En comunidades con pocos recursos que viven de la pesca y la agricultura, asumir el costo de un traslado por el río no es sencillo. Es el caso de Ingrid Aponte, una joven de 23 años que sufre de epilepsia y un trastorno mental al que todavía Diana López, su madre, no sabe darle un nombre, porque nunca se lo han dicho.

Desde que su hija tenía dos años, López sintió que algo no estaba bien. Los ataques de ira repentinos, que aparecían sin razón aparente, le hicieron pensar que se trataba de algo más profundo. Fue entonces cuando decidió acudir al centro de salud de su comunidad, en Caranacoa. Allí, un auxiliar de enfermería atendió el caso y logró una remisión al hospital Renacer. 

—Me dijo el auxiliar: “Mire, salió la cita, pero usted tiene que ir urgentemente con ella. La van a remitir porque ella tiene una enfermedad aquí dentro de la cabeza” —recuerda. Pero López no pudo hacer el viaje. El desconocimiento, sumado a la falta de recursos para pagar el transporte fluvial, impidió que su hija fuera vista por un médico.

Ingrid Aponte con su madre Diana López. Fotografía: Camila Bolívar

Con la poca información sobre su caso a Ingrid se le formuló un medicamento para los ataques de epilepsia y un antipsicótico, los cuales, dice su madre, hacen que Ingrid esté más tranquila aunque duerme casi todo el día; el problema aparece nuevamente cuando la medicina se termina. A través de intermediarios en Inírida su madre trata de conseguirlos pero no es fácil, el padre de Ingrid debe pedirlos desde Bogotá y luego los envía a la comunidad.

La situación de Ingrid Aponte se repite en silencio por los ríos y las comunidades de Guainía. Muchas personas solo pueden esperar a que lleguen las comisiones de salud del hospital, la Gobernación o la Cruz Roja, que no son frecuentes y que, según los habitantes de las comunidades, se pueden tardar uno o dos años en regresar.

De manera reciente a partir de la resolución 0697 del 21 de abril del 2025 del Ministerio de Salud, al hospital Renacer se asignaron recursos presupuestales para el desarrollo de programas de salud con los cuales, según Jhon Rivera, se busca fortalecer la atención en Guainía con equipos multidisciplinarios que contarán con psiquiatras, que realizarán comisiones en los ríos. Además, se entregará una dotación de medicamentos básicos, entre ellos psiquiátricos, en los centros de salud, y se instalarán antenas de internet con impresoras y computadores para tener la posibilidad de realizar atención 24 horas desde el hospital Renacer.

El hospital también elevó una solicitud al Ministerio de Salud y Protección Social para conseguir botes que facilitaran la movilidad y atención en las comunidades asentadas a orillas de los ríos. 

—De manera reciente —cuenta Rivera— se autorizaron 10 botes. Son muy buenas noticias, porque vamos a tener cómo las comunidades puedan transportar a esos pacientes a un puesto de salud o aquí mismo al hospital —dice con optimismo.

Un componente clave en esta labor ha sido la interculturalidad. Tanto la Secretaría de Salud departamental como el hospital Renacer lo reconocen. Ahora, junto a los equipos médicos, también viajan médicos ancestrales. Son ellos quienes primero se aproximan a las personas, quienes plantean una pregunta fundamental: 

—¿Quiere que lo vea el médico general o el médico ancestral? Así lo explica Rivera, convencido de que esa decisión autónoma fortalece los procesos de atención. Para Lucero López, secretaria de Salud del departamento, el punto de partida es otro igual de crucial: el diálogo con las autoridades indígenas. Ellos —dice— deben ser los primeros en comprender la importancia de hablar de salud mental en sus comunidades.

Para Liceth Barrios, enlace de salud mental de la Gobernación de Guainía, el trabajo que realizan se ha centrado en reforzar la idea de que la salud mental existe y que debe ser atendida desde la parte occidental en complemento con la medicina tradicional indígena.

—Hemos fortalecido la idea de que la psicología también puede ayudarlos dentro de su cosmovisión, podemos ayudarles, podemos brindarles herramientas que en conjunto pueden generar un abordaje mejor y más integral —cuenta Barrios.

En este momento, señala Lucero López, se está trabajando con Asocrigua y la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana (Opiac) para avanzar en la construcción del Sistema Indígena de Salud Propio e Intercultural (Sispi). 

—Lo que busca el sistema de salud propio intercultural es nivelar los sistemas, que no nos veamos separados en términos de salud, las armonías y las desarmonías —dice López.

UNIR DOS ORILLAS DEL MISMO MUNDO

A lo largo de los años el Estado colombiano ha generado diferentes herramientas normativas para la atención y prevención en materia de salud mental. Una de ellas es la Política Nacional de Salud Mental 2024-2033. Esta estrategia liderada por el Ministerio de Salud y Protección Social implica la coordinación con las entidades territoriales, que son quienes deben asignar recursos y priorizar programas en esta materia. Además, son las responsables de construir el “Lineamiento modelo de atención en salud mental individual, familiar y comunitario”.

Como se menciona en la Política Nacional, estos lineamientos se realizan para garantizar la prestación de servicios de salud mental, con las particularidades de cada territorio. Sin embargo,como lo expresaron las secretarías de Salud del municipio de Inírida y del departamento de Guainía, la coordinación con el Ministerio no ha sido fácil. 

—Primero dijeron que los territorios eran los que teníamos que hacer, ahora dicen que no, que se tiene que hacer a través de la subcomisión de salud y que la subcomisión de salud debe estandarizar los lineamientos en los territorios. Sin embargo, nosotros vamos a avanzar porque es la necesidad—afirma la secretaria Lucero López.

Las dificultades para acordar un trabajo coordinado entre las diferentes instituciones y en los diferentes niveles genera demoras para crear o mejorar las estrategias de salud mental en el departamento. Este es un punto clave para avanzar, especialmente porque en el año en curso se ha expedido nueva normativa que puede contribuir a mejorar las acciones en materia de salud mental.

Por un lado aparece la sentencia T-082 de 2025, en la que la Corte Constitucional ampara los derechos a la salud y la identidad cultural de una joven en la Amazonía víctima de intento de suicidio. El alto tribunal hace un llamado al Estado para adoptar un enfoque de interculturalidad en la atención en salud mental, especialmente para pueblos indígenas. Por otro lado, de manera reciente se sancionó la ley 2460 de 2025 que busca mejorar las acciones para prevención y atención en salud mental que hasta ahora ha desarrollado el Estado. El reto será concretar estas herramientas en coordinación con los responsables en cada departamento y con aplicación del enfoque diferencial.

Aunque como menciona Juan Medina, médico ancestral de la comunidad Caranacoa, en las comunidades indígenas no hay una comprensión sobre la salud mental, algunas organizaciones como Asocrigua y la Opiac han comenzado a pensar el tema desde sus saberes y relación con el territorio. Hernando Bautista de Asocrigua, señala que una solución importante es la construcción de malocas en las comunidades, con dotación básica para la atención de los médicos tradicionales, para que allí los sabedores puedan usar sus conocimientos y atender casos de trastornos de salud mental, pero desde la comprensión propia de las desarmonías.

“Hay que articular las dos medicinas, occidental y tradicional. ¿Por qué occidental?, porque cuando ya el médico tradicional cura al paciente ahí mismo entra lo que es occidental para hacer todo el chequeo médico”, afirma Bautista.

Las autoridades indígenas entienden ese encuentro entre las dos medicinas como una posibilidad, al igual que el encuentro entre las dos culturas, que ha sido motivo de preocupación, porque como dice el docente Efraín Bautista “la cultura debe ser ya diferente, donde lo indígena y lo occidental sean como amigos inseparables. Porque si las separamos, está incompleta”.





Ilustración: Camila Bolívar

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